Atmósfera,
guion, puesta en escena e interpretaciones que fluyen con la elegancia de un
río de pasiones, ambiciones y corrupciones en fecundo prorrateo: La senda prohibida o Van Heflin se adueña de la
película.
Título original: Johnny Eager
Año: 1942
Duración: 107 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Mervyn LeRoy
Guion: John Lee Mahin, James
Edward Grant
Música: Bonislau Kaper
Fotografía: Harold Rosson (B&W)
Reparto: Robert Taylor, Lana Turner,
Edward Arnold, Van Heflin, Robert Sterling, Patricia Dane, Glenda Farrell, Henry O'Neill, Barry Nelson,
Charles Dingle, Paul Stewart.
Cada vez más aficionado a
Mervyn LeRoy, sin duda uno de los grandes de la dirección. Descubro ahora este Johnny Eager con un Robert Taylor
dominador y con el encanto de inteligente y perverso triunfador del hampa junto a una Lana Turner,
algo aniñada pero muy puesta en su papel de joven de la alta sociedad seducida
por los encantos del mal. Un hampón en libertad provisional aparenta llevar una
vida decente y honrada, al volante de un taxi, para convencer al oficial que
supervisa esa parole, pero, al mismo
tiempo, en una suerte de magnífico juego de puertas que recuerda los vodeviles
y los speakeasy de los tiempos de la
prohibición de venta de alcohol, pasamos de una sede inocente a un lujoso piso
desde el que el taxista, revestido con el esmoquin de su condición triunfadora
dirige un imperio de apuestas que tiene cifrado su objetivo en conseguir la
apertura de un canódromo, al que se opone el fiscal del estado. Recordemos que eager significa “ansioso”, lo cual es
una descripción fiel de la ambición del personaje por construir un imperio económico
delictivo mediante el soborno de las autoridades. En la oficina del custodio
que vigila su parole se cruza con la
hijastra del fiscal, con quien un cruce de miradas explosivas preludia una relación
apasionada que acaba produciéndose, aunque es muy diferente la intención de
cada uno de los participantes en ese proceso de amores. Mientras la hija del
fiscal se entrega con un amor absoluto, lo que la lleva a despreciar incluso al
novio que hasta entonces tenía, el hampón idea una jugarreta que acabará involucrando
a la hija del fiscal en la muerte de un
rival que quería acabar con el mafioso. Un rival que es un lugarteniente y que,
en cuanto Eager se lleva a la enamorada fuera de la escena del crimen, se
levanta tan campante y satisfecho de haber representado su papel como un
excelente actor de teatro. Y ahí entra en escena lo mejor de la película, un
fiel sicario de Eager, filósofo, literato y sempiterno borracho que parece
ahogar en alcohol su indignidad y su sumisión al mal con quien le liga una
relación de amistad que no acaba de explicarse en la historia y que vagamente
recuerda a la función del esclavo romano que le recordaba a César que era
mortal en el desfile del Triunfo. Sus intervenciones se cuentan por secuencias
maestras, y llega a un final apoteósico dividido en dos partes que no describo
por respeto a los espectadores que aún no hayan visto esta película que
discurrirá ante sus ojos como una exhalación, porque tiene un ritmo endiablado
y muy escasos remansos psicológicos que, cuando aparecen, se elevan a niveles
de excelencia que parecen incluso impropios de una película de gangsters, como ocurre cuando la tensa
relación entre el galgo que “hereda” se convierte en una relación de profunda y
hermosa amistad que consuela al hampón frente a unos sentimientos ante los
que se siente indefenso, como le recuerda su amigo y sicario interpretado por Van
Heflin, ganador de un Oscar por ese papel tan difícil como determinante en la
trama, porque actúa como el líquido reactivo que descubre la fragilidad
emocional de quien ha hecho de la frialdad y el beneficio económico normas de
vida. Con la implicación figurada de la hija del fiscal en el supuesto crimen, este
cede para que se abra el canódromo que va a mover unas apuestas y unas
rivalidades entre bandas que llenarán de violencia la ciudad. Está claro que el
peso de la película lo lleva Robert Taylor, joven, apuesto y decidido, amén de
inteligente, y la cámara lo sigue y lo mima con una fotografía espléndida que
acentúa ese contraste de luces y sombras que encarna el propio protagonista, el
que hubiera coronado la cima más alta si hubiera sabido escogerla, como
concluye su sicario alcoholizado. La película reúne los alicientes clásicos de
las mejores películas de gangsters,
pero LeRoy sutiliza los conflictos de diversa naturaleza que acosan al
protagonista y consigue, además de una película de acción, una reflexión sobre
la complejidad de la naturaleza humana.
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