lunes, 26 de noviembre de 2018

«La buena esposa», de Björn Runge o el dilema entre el amor y la militancia feminista.



Una obra previsible y un apreciable documental sobre la interioridad de los Premios Nobel: La buena esposa o la versión literaria de Big Eyes.

Título original: The Wife
Año: 2017
Duración: 100 min.
País: Reino Unido
Dirección: Björn Runge
Guion: Jane Anderson (Novela: Meg Wolitzer)
Música: Jocelyn Pook
Fotografía: Ulf Brantas
Reparto: Glenn Close,  Jonathan Pryce,  Christian Slater,  Max Irons,  Harry Lloyd, Elizabeth McGovern,  Annie Starke,  Alix Wilton Regan,  Karin Franz Körlof, Morgane Polanski.

─¿Y cuándo te diste cuenta de que…? ─Cuando deja de botar con él sobre la cama festejando el Nobel que le acaban de comunicar que ha ganado… Tal cual sucedió la conversación con mi Conjunta a la salida de la sala la recojo. No sé si peco de lo que tampoco sé si se podría llamar excitación hermenéutica o hipersemiotismo…, pero lo cierto es que si algún misterio puede haber en un matrimonio como el presentado que arruine semejante “momentazo” no puede deberse más que a una larga vida de infidelidades consentida o a lo que sucede en esta película. Es tan evidente que, sin embargo, se lo ahorraré al posible espectador de esta película que plantea una situación quizás en exceso previsible, aunque resuelta con mucha dignidad cinematográfica, porque con una estructura clásica de narración que alterna entre el presente de la ceremonia de entrega del Nobel y los flash backs del pasado que permiten “explicar” el porqué de la crisis matrimonial que estalla, por sus gestos contados, durante la estancia en Estocolmo, la película progresa hacia la satisfacción narrativa del espectador, quien, hasta el momento, ha observado en cada uno de los gestos de la “secundaria” en dicha ceremonia, la “acompañante”, todo un drama que, por suerte, acaba conociendo con todo detalle. Mientras la veía, pensaba en la diferente situación que debió de vivir CJC o incluso Mario Vargas Llosa, cuya situación personal se acercaba bastante más  la de los personajes de La buena esposa. No son infrecuentes las crisis matrimoniales en la vejez, desde luego, con esos “¡Hasta aquí podríamos llegar!” que tienen toda la humedad de la gota que rebosa, quién sabe si el vaso, el bol o el búcaro de una dignidad malherida. Enfocar una ceremonia como la del Nobel desde la perspectiva de quien acompaña a la “lumbrera” es un acierto narrativo. Glenn Close, en este sentido, se lleva la película de calle, máxime si resulta que el “premiado” tiene mucho de frívolo e inane, algo que afecta negativamente a la película, porque no solo queda en entredicho la decisión de la concesión del Nobel en sí, sino, y eso se ve ya en el primer flashback, la integridad del “misterio” que comparte la pareja y que cualquier intelector avispado habrá adivinada cuál es, aunque yo voy a cumplir con mi rol y de estas líneas no saldrá el nombre del mayordomo… La situación, explotada en otras películas, como ocurrió en Big Eyes, de Tim Burton,por ejemplo, o en el doblete de Polanski: El escritor fantasma y Basada en hechos reales, deriva en esta película hacia una crisis de identidad que culmina una crisis matrimonial y una suerte de reivindicación feminista que, al final, acaba como acaba, porque, a todo esto, después de una accidentada entrega en la que “el florero” se niega a seguir siéndolo, en un arrebato de dignidad que se produce cundo ambos acaban de ser abuelos por primera vez, a él le da un infarto y muere con el premio puesto, por así decirlo, en un plano cenital de hermoso verismo: rara vez vemos morir a alguien cercano así. Se trata de una película de detalles, de miradas, de gestos, de renuncias, de complicidades, de chantajes, de decisiones equivocadas que han construido una mentira que el propio interesado ha interiorizado de tal manera que ni siquiera concibe que lo sea. Al fin y al cabo, y eso parece decírsenos en los flash backs de la juventud, sin ser demasiado explícitos sobre las responsabilidades de cada uno, todo da a entender que forman un equipo con un reparto de papeles que a ella solo se le aparece injusto al final de sus vidas. La presencia de un biógrafo no autorizado, una especie muy usamericana, algo así como un paparazzo en el ámbito de la paraliteratura, anima la trama y la sitúa en el camino adecuado que lleva al desenlace. Con todo, y a pesar del esfuerzo de Jonathan Pryce por estar a la altura de las circunstancias, reconozco que la situación exhala un tufo de impostura y de insinceridad que antes he querido sintetizar con el concepto “previsible”. Planas, me parecen ambas vidas, y no las redime la excelente composición de los planos o la magnífica puesta en escena. Sí, sin embargo, todo el aspecto del protocolo que han de seguir los premiados, que es, a mi entender, lo mejor de la película. Se intenta alguna digresión erótica sin sentido para dotar de coherencia a los protagonistas -el detalle de la nuez dedicada va por ahí, aunque resulta ridículo, por supuesto,  y ella se salva con total dignidad del miniacoso interesado del cazaexclusivas- y se pretende conseguir algo de tensión dramática mediante el conflicto con un hijo que aspira a ser escritor y un padre que marca distancias abismales con él. La película tiene entidad, a pesar de todo, pero el drama de ella se hace patente cuando ¡ay! ya no toca, sin que, si toca, se entienda como un arrebato extemporáneo que pretende enderezar no un momento biográfico dado, sino toda una vida. Hay, por lo tanto, una visión nada feminista de la historia, pero sí muy realista. A los espectadores toca juzgar al respecto. La obra, pues, pretende ser polémica. Y en estos tiempos de empoderamiento feminista, bien está que películas así contribuyan como elemento de debate para una situación social tan compleja.

2 comentarios:

  1. Esta historia tiene ejemplos concretos en la literatura española en el caso de María O. Lajárraga como autora -presuntamente única- de las obras de Gregorio Martínez Sierra. Además, coincidiendo con La buena esposa, Gregorio Martínez Sierra se separó de su mujer cuando se enamoró de la primera actriz de su compañía de teatro, Catalina Bárcena. A pesar de ello, María Lejárraga continuó escribiendo para él. Cuando ella en 1953 publicó "Gregorio y yo" se destapó el asunto que había permanecido oculto, y hoy se cree más bien en ella como autora principal de la obra firmada por su marido. Tuvieron un interesante papel en la cultura de su tiempo encabezando iniciativas culturales semejantes al Teatro de Arte de Moscú de Stanislavski. Él recibió la Legión de honor del gobierno francés, y algunas de sus obras teatrales fueron llevadas a escena por Max Reinhard, e incluso triunfó en Hollywood. La wikipedia da buena cuenta del éxito en su tiempo de Martínez Sierra cuando era su esposa, postergada, la que le escribía las obras. Así que la película tiene buenos referentes no lejanos a nosotros. ¡Cuántos habrá más que no conocemos!

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    1. Big Eyes, la pelicula de Tim Burton, en el ámbito de la pintura, nos ilustró el mismo caso. Creo recordar que la viste. Esas imposturas no están muy lejos, mutatis mutandi, de todo este mundo actual de los méritos académicos que se han conseguido de manera torticera. Parece que el valor del esfuerzo individual pronto lo veremos exhibido, ignoro bajo qué forma, en algún museo de antropología....

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