sábado, 5 de diciembre de 2015

El arte y la gracia inconfundibles de John Ford: “Barco a la deriva”

                            


Barco a la deriva: una chispeante comedia sureña de John Ford.

  
Título original: Steamboat Round the Bend
Año: 1935
Duración: 88 min.
País:  Estados Unidos
Director: John Ford
Guión: Dudley Nichols, Lamar Trotti (Novela: Ben Lucien Burman)
Música: Samuel Kaylin
Fotografía: George Schneiderman (B&W)
Reparto: Will Rogers, Anne Shirley, Irvin S. Cobb, Eugene Pallette, John McGuire, Berton Churchill, Francis Ford, Roger Imhof, Raymond Hatton


            Nadie le discute a John Ford su posición de privilegio en el reducido grupo de los genios del cine, pero es en películas como ésta, una obra absolutamente menor, donde esas cualidades se manifiestan de forma más apabullante, porque consigue rescatar un guion meramente entretenido para convertirlo en una comedia deliciosa, llena de momentos divertidísimos y de recompensas continuas para el espectador que sigue la trama con un interés que no le permite distraer la atención ni un momento. Todo gira en torno al gran río Mississippi y el modo de vida conformado por el mundo de los grandes vapores que lo surcaron, con unos personajes de marcada personalidad que se organizan como un microcosmos en el que todos sus miembros observan un mismo código de conducta. La tensión entre el río y los pantanos próximos, encarnada en la película en una relación amorosa entre un miembro de cada comunidad, muestra bien a las claras esa individualidad de cada comunidad. Así las cosas, la trama se complica cuando el sobrino de un vendedor de pócimas milagrosas bajo la advocación de Pocahontas, la gran maga nativa que conocía los mejores remedios naturales, un excelente Will Rogers que se lleva todo el protagonismo de la película, mata en defensa propia a un familiar de la chica opuesta a su decisión de casarse con un “enemigo” del río. El tío convence al sobrino para que se entregue y tenga un juicio justo, pero lo que sucede es que lo condenan a muerte. Toda la acción girará en torno a la necesidad de encontrar a un testigo presencial, El nuevo Moisés –nada que ver, como es obvio, con el nacionalismo catalán, del que en el Mississippi ni siquiera hoy han oído hablar…–, que viaja por el rio convirtiendo a los fieles a la verdad de la religión y apartándolos del consumo vehemente del alcohol. La persecución del predicador se mezcla, accidentalmente, con una competición de vapores en la que el tío acaba participando, con una acción trepidante y momentos absolutamente desternillantes, precedidos, mucho antes, por las impagables escenas de la boda de los dos jóvenes en la prisión, con un alguacil a reventar de gracia y buen hacer interpretativo a cargo de Eugene Pallet, un “característico” imprescindible en las comedias de los años 30 y 40 en el cine norteamericano. Aunque es injusto destacar ninguna actuación, porque la película es absolutamente coral, y gracias a ello el espectador alcanza un nivel de disfrute que ya quisieran otros con obras mucho más alabadas. El ritmo frenético de la película choca, sin embargo, con el final más precipitado que yo recuerde haber visto nunca, como si se hubieran dado cuenta, en la mesa de montaje, de que había un décalage entre el tiempo real de los hechos de ambas tramas, la del ahorcamiento del joven y la del descubrimiento del predicador y la llegada al penal con el indulto del Gobernador que es quien les entrega, al tío y a la tripulación, la copa de vencedores en la regata fluvial. Con todo, es un detalle absolutamente menor en una película llena de gracia por los cuatro costados, o por las dos amuras, mejor dicho, que satisfará no solo a los seguidores de siempre de John Ford, sino a quienes aún no se hayan acercado a las muchísimas virtudes cinematográficas de este director fuera de serie. La película, por otro lado, explora ese mundo tan atractivo de la navegación del Mississippi y el mundo sureño, sin dejar de lado realidades sangrantes como la exclusión racial, pero dando, al mismo tiempo, a algunos negros un protagonismo en algunos de los mejores gags de la película, porque Barco a la deriva es una excelente comedia de costumbres en la que Ford contempla con ironía no exenta de piedad esa realidad sureña tan característica.

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