Pobre amor, de Griffith: una
aparente obra menor con una Lillian Gish y un Robert Harron magníficos.
Título original: True Heart Susie
Año:
1919
Duración:
87 min.
País:
Estados Unidos
Director:
D.W. Griffith
Guión:
Marian Fremont
Música:
Película muda
Fotografía:
G.W. Bitzer (B&W)
Reparto: Lillian Gish, Robert Harron,
Wilbur Higby, Loyola O'Connor, George Fawcett, Clarine Seymour, Kate Bruce,
Carol Dempster, Raymond Cannon
David. W. Griffith es autor de una obra tan extensa y significativa
en la Historia del Cine que, al margen de sus grandes obras, Intolerancia sobre todas ellas, conviene
ir buceando de tanto en tanto en ese corpus magnífico porque, como sucede en
este caso, halla el espectador películas como Pobre amor que, a buen seguro, acabarán complaciéndole. Vista con
ojos de aficionado, además, las recompensas se multiplican, porque ese don para
la narración cinematográfica de Griffith, que alcanza ya su madurez tan
tempranamente como en Nacimiento de una
nación o Intolerancia, de 1915 y
1916 respectivamente, se exhibe en este Pobre
amor de 1919. La seguridad con que, desde una relación escolar hasta la emotiva
anagnórisis final del verdadero amor de su vida, tras un desdichado matrimonio
por medio, Griffith relata la historia de ese “corazón sencillo” que es la
protagonista sorprende al espectador y le imanta a la narración de la historia,
que fluye admirablemente en un encadenamiento de secuencias ninguna de ellas
gratuita, y algunas de ellas logradísimas. Si, además, la interpretación se
apoya en el sensible y extraordinario trabajo de esa gran dama del cine que fue
Lillian Gish, de dilatadísima trayectoria, el espectador poco más puede pedir.
En el esplendor de su carrera, Griffith supo sacar un partido magnífico de la
expresividad plural de una actriz de incomparable fotogenia. A pesar de ser
cine mudo, no espere el espectador aquellos énfasis habituales, tan graciosamente
parodiados en Cantando bajo la lluvia,
porque lo que va a encontrar es una suerte de minimalismo gestual lleno de una
poderosa magia. La mirada de Lillian Gish posee una versatilidad tan
extraordinaria que son innumerables las emociones que transmite con ella a lo
largo de la película, desde la resignación hasta el amor apasionado, pasando
por el rencor, la profunda tristeza, la ironía o el desprecio: un auténtico
recital interpretativo a cuyo nivel de excelencia difícilmente pueden acercarse
las actrices actuales, con quienes resulta demasiado atrevido establecer una
comparación.
La historia de Pobre
amor está relacionada, esencialmente, con una caracterología humana: la de
la joven enamorada y abnegada que cifra en la felicidad ajena su propia
felicidad, un corazón sencillo flaubertiano con quien el espectador se
identifica desde el primer momento por la limpidez de sus sentimientos, la
abnegación y el inmenso sacrificio que está dispuesta a hacer para conseguir
que su enamorado logre ir a la universidad y se convierta en una persona
importante, porque ella quiere casarse con alguien importante. La protagonista
vende su vaca, y le hace llegar a su enamorado los dineros de la venta para que
vaya a la universidad. Cuando vuelve, continúan su relación, pero, como el buen
partido en que se ha convertido para las jóvenes casaderas, cae como un
pardillo en el hechizo de quien solo quiere casarse con él sin renunciar a su licenciosa
vida de soltera. Toda la aventura del joven está narrada prácticamente desde el
punto de vista de su fiel amiga, porque son constantes los planos de la mirada
de ella observando el desarrollo de los acontecimientos en contra de sus
aspiraciones. Contribuye a esa “vigilancia” el hecho de ser vecinos y vivir
casi puerta con puerta. Sin salir del modesto lugar que ocupa en la vida de su
enamorado, el espectador observa el verdadero alcance del drama de la
protagonista y comprende a la perfección la verdadera naturaleza de la psicología
del “corazón sencillo”, esos millones de jóvenes a quienes su modesto príncipe
azul dejará por otra mujer, y a quienes Griffith dedica su película. Quienes
han vivido amores contrariados por haberse invisibilizado a ojos del objeto
amado seguirán con emoción esta película, porque la protagonista no solo
encarna con toda propiedad a quienes así han sufrido, sino que, además, se recrea en el retrato de los ingenuos “pobres
hombres” de escasa o nula personalidad, prestos a caer en los engaños del
halago interesado, como es el caso de su enamorado, ciego por completo al
descubrimiento del verdadero amor constante más allá, incluso, de las más
adversas circunstancias. La película no hubiera sido lo que es si para ese
papel Griffith no hubiera contado con Robert Harron, quien con esta interpretación
logró una fama que, curiosamente, no consiguió tras su actuación en las películas
capitales de Griffith, Nacimiento de una
nación e Intolerancia. Las
primeras escenas de la película, en las que Harron interpreta el correlato
masculino de la protagonista, pero sin el anclaje en la realidad de ésta,
constituyen una actuación extraordinaria, a la altura de su colega y amiga.
Después del paso por la universidad, la caracterización del personaje cambia,
para indicar el nuevo estatus social alcanzado y ello conlleva una nueva manera
de reaccionar frente al mundo y a los demás, una especie de serenidad burguesa
que se materializa a través de su matrimonio engañoso. Tanto antes como después
de la transformación, Harron le da una réplica extraordinaria a Gish, lo que
sirvió para convertir esta amable comedia romántica en un gran éxito de publico.
La película está llena de imágenes soberbias, algunas de
ellas de índole metafórica, que satisfarán los criterios de los espectadores
más exigentes. Teniendo en cuenta que nos movemos en un ámbito casi rural, la
presencia de la naturaleza a lo largo de la película, iniciales del amor eterno
en la corteza de los árboles incluidas, tiene un carácter casi dominante, sobre
todo en la primera parte, antes de la boda. Después, para los enredos del
matrimonio fallido se escogen los interiores, como dando a entender, la prisión
en la que se ha metido el protagonista, prisión de la que quien quiere huir,
sin embargo, es la joven jaranera, a quien incluso acaba protegiendo en sus
mentiras su rival, en una deliciosa escena en la que, compartiendo la misma
cama, después de una cana al aire de la esposa, la protagonista siente la
tentación de descargar físicamente su ira contra ella. Una oportuna revelación,
sin embargo, por parte de la tía de la protagonista, con quien vive Susie,
acabará poniendo las cosas (y a las personas) en su lugar.
La película es un melodrama tradicional, pero la
delicadeza, incluso la ternura, con que la historia se narra, que emana del
propio argumento, dada la naturaleza abnegada de la protagonista, supone una
apología del “triunfo de la virtud”, sí, pero también una reivindicación de la
ingenuidad y la ausencia de doblez propia de los corazones sencillos propios de
los ambientes rurales, algo que tanto Lillian Gish como Robert Harron (quien
murió poco tiempo después de haber rodado esta película, por cierto) supieron
expresar con una profunda emotividad que no dejará indiferente al espectador
que sabe que “cine mudo” suele equivaler a “buen cine”, máxime cuando de
directores como Griffith se trata. Pues eso.
Siento pudor al intervenir en este post puesto que no he visto esta película ni la archifamosa El nacimiento de una nación que tengo en DVD pirateado pero que no he llegado a ver. No puedo decir nada sino recrearme en tu reseña y desear verla algún día en que no tenga tan apretado el tiempo. Me maravilla este cenit del cine mundo en estos tempranos años muy poco después de la invención del cine. ¿Conocerán a estos maestros los nuevos directores? Uno se podría pasar la vida viendo buen cine, como has hecho tú. Yo también aunque en menor medida pues mi bagaje de cine clásico es muy escueto. Agradezco tu crítica pues me abre perspectivas que algún día se realizarán.
ResponderEliminarEn uno de mis perfiles de Google me dio por rellenar, aunque detesto esas "filiaciones" casi comerciales, el apartado "algo de lo que esté orgulloso", y lo hice con la mención de mi número de carnet cineclubista, el 482 de 5 de noviembre de 1968, expedido por la Federación Nacional de Cine-Clubs de España.
EliminarMe alegro de que admitas mis sugerencias, porque significa que has captado lo esencial de mi actividad cinéfila actual: descubrir todo aquello que la falta de tiempo me había impedido ver, a pesar de mi afición. De adolescente y joven era un asiduo de los programas de doble sesión y, dado el precio asequible de los cines de barrio, veía un número de películas que, desde la desaparición del circuito de doble sesión ya no he vuelto a alcanzar nunca. Se encareció mucho, demasiado.