El reinado del Terror: La caída de Robespierre vista por Anthony Mann
y John Alton en un asombroso ejercicio tenebroso de expresionismo cinematográfico
y poderoso ritmo narrativo.
Título original:
Reign of Terror
Año: 1949
Duración: 88 min.
País: Estados Unidos
Director: Anthony
Mann
Guión: Æneas
MacKenzie, Philip Yordan
Música: Sol Kaplan
Fotografía: John
Alton (B&W)
Reparto: Robert Cummings,
Richard Basehart, Richard Hart, Arlene Dahl, Arnold Moss, Norman Lloyd, Charles
Mcgraw, Beulah Bondi, Jess Barker, Wade Crosby, William Challee, Georgette
Windsor
¡Sorpresa de las mayúsculas! En programa
doble del vídeo se me ofrecía Testigo
accidental de Fleisher y El reinado
del terror, de Anthony Mann. Vi la primera, e incluso la critiqué junto con
Con las horas contadas de Rudolph
Maté, por mi arraigada predilección por el cine negro; pero ayer quise, para
poder retirar el vídeo de los que esperan turno, asomarme con curiosidad a esa visión
de la Revolución Francesa que me proponía Anthony Mann, director prolífico y
autor de algunas obras de mérito, como El
Cid, asesorada por Menéndez Pidal, y, por supuesto su excelente colección
de westerns como Horizontes lejanos o
El hombre de Laramie. Me temía alguna orduñada, porque el cine histórico es
pasto frecuente para el extravío de no pocos directores, independientemente de
su acreditada calidad (aún recuerdo con horror Tierra y libertad de Ken Loach, por ejemplo), pero desde el
mismísimo comienzo de la película se aventura ya, por la maravillosa fotografía
en blanco y negro de John Alton (Oscar
por Un americano en París) que vale
tanto como una puesta en escena, para
una historia de traiciones, sospechas, persecuciones, huidas, disimulos,
intrigas, suplantaciones de personalidad y los malentendidos de un amor cruzado
con la política; desde el marcado claroscuro casi expresionista de los primeros
planos, digo, se intuye que quizás estemos en presencia de una obra
injustamente olvidada o relegada en la larga filmografía de su autor, quien ese
mismo año, por cierto, filmó otras dos: Side Street y Border Incident. Ambientada
en los años del Terror de la Revolución Francesa, la trama gira en torno a los
intentos de algunos revolucionarios franceses, encabezados por Barras, para
impedir que Robespierre , principal figura del Comité de Salvación Publica, se
convierta en Dictador único de Francia. A través de un agente del Marqués de
Lafayette que suplanta la personalidad del sanguinario revolucionario de Estrasburgo,
y a quien Robespierre encarga la búsqueda del cuaderno negro donde ha apuntado
los nombres de los contrarrevolucionarios que han de ser ejecutados para
garantizar el triunfo de la Revolución, se va desvelando una intriga en la que
se cruzan los intereses personales de dos personajes históricos de muy distinta
catadura, Saint-Just y Fouché. La ambientación, con un París nocturno,
prácticamente no hay escenas diurnas en la película: o son nocturnas o son
interiores, lo cual, está claro, permite adelgazar el presupuesto de la
película, pero esa ausencia de inversión se ha compensado con el ingenio y la
iluminación. En la película es muy frecuente, por otro lado, el uso alterno del
picado y del contrapicado, de lo cual podría derivarse alguna interpretación
ideológica que dejo al albur de cada uno de sus posibles espectadores, pero
parece evidente esa intención comunicativa en el director. En lo que no hay
ambigüedad posible, a lo largo de la película, es en la denuncia explícita de
la dictadura policiaca popular en que se convierte la Revolución a través del
gobierno del Comité presidido por Robespierre. La interpretación corre pareja
con la iluminación y la sobria pero muy eficaz puesta en escena, que potencia
el lado de película de aventuras que rezuma la película, con personajes
equívocos, como Fouché, cuyo intérprete, Arnold Moss, a medio camino,
físicamente, entre Adrien Brody y Marty Feldman, contribuye poderosamente,
junto con la “iluminada” actuación de
Richard Basheart (el almirante Nelson de la entrañable serie Viaje al fondo del mar), como
Robespierre, a elevar poderosamente la
categoría de la película. Nadie a quien le gusten películas como Los contrabandistas de Moonfleet, de
Fritz Lang, u otras por el estilo, dejará de apreciar en El reinado del terror sus muchos valores cinematográficos y éticos,
porque, afortunadamente, la película no se centra en una dicotomía
Revolución/Restauración monárquica, sino en una orientación democrática o
autocrática de la Revolución, lo que la hace mucho más interesante y compleja.
La omnipresencia de Robert Cummings en el rol del agente infiltrado en el
Comité, molesta algo, porque no acaba de administrar eficazmente sus recursos
interpretativos, sobre todo cuando esboza la media sonrisa de suficiencia y
aplomo en las situaciones comprometidas, pero ello no impide que el espectador
siga sus pesquisas con curiosidad y pasión por descubrir el paradero del famoso
cuaderno negro de Robespierre, sobre el cual renuncio a decir ni una palabra
para no arruinar sorpresas bien tramadas.
La perspectiva histórica de la película es muy respetuosa,
incluso con detalles como el de la mandíbula destrozada de Robespierre, antes
de ser guillotinado junto con Saint-Just, y, en términos generales, nada da el
cantazo de forma clamorosa, ni siquiera la un pelín forzada aparición, al final,
de un desconocido Napoleón Bonaparte con quien parece querer enlazarse la
tentación autocrática del periodo del terror. En suma, una película muy
entretenida y muy imaginativa desde el punto de vista de la realización, con un
uso excepcional del primer plano y con una fotografía expresionista que
contribuye poderosamente a la plasmación de las intrigas revolucionarias en las
que sus participantes se juegan ciertamente la vida.
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