La maestría narrativa de Spielberg: El puente de los espías: De la defensa
de la Constitución al intercambio de espías.
Título original: Bridge of Spies
Año:
2015
Duración:135
min.
País:
Estados Unidos
Director:
Steven Spielberg
Guión:
Matt Charman, Ethan Coen, Joel Coen
Música:
Thomas Newman
Fotografía:
Janusz Kaminski
Reparto: Tom Hanks, Mark Rylance, Amy
Ryan, Alan Alda, Scott Shepherd, Sebastian Koch, Billy Magnussen, Eve Hewson,
Peter McRobbie, Austin Stowell, Domenick Lombardozzi, Michael Gaston
Vaya por delante que el espectador no está ante una emulación
o superación de Múnich, una de las
mejores películas de Spielberg, a mi juicio; pero no es menos cierto que, desde
otra perspectiva, esta película reúne las mejores virtudes de la filmografía
del autor y de su magnífico quehacer como director. No solo la historia,
totalmente verídica, sino la recreación de época, la puesta en escena perfecta
y unas interpretaciones dignas de encomio hacen de El puente de los espías una película que se ve con sumo gusto, al
que contribuye una suerte de bajo continuo en forma de sentido del humor que
atraviesa toda la película y aumenta el goce de la contemplación de la misma.
Desde un inicio anecdótico, un abogado de una compañía de seguros a quien se
asigna la defensa de oficio de un espía soviético al que se atrapa en suelo
norteamericano y a quien se juzga sin concederle ciertos derechos solo
reservados para los ciudadanos norteamericanos, hasta la posterior complicación
de la misión mediadora entre la URSS y Usamérica en el territorio de la DDR para
realizar un intercambio de prisioneros, pues un piloto de un avión espía ha
sido capturado en territorio soviético, la peripecia mediadora del abogado se
sigue con un interés total, sobre todo por la distancia irónica con que Tom
Hanks ha encarado la interpretación de su papel: un padre de familia y abogado
experto en seguros teniendo que vérselas con el complejo mundo de las
relaciones entre los dos bloques en plena guerra fría sin, como exigen los
cánones, ser “representante oficial ni oficioso” de Usamérica.
La película tiene dos partes muy marcadas. La
primera gira en torno a la relación humana que se establece entre el abogado y
el impávido espía. La segunda, en torno a las gestiones en la DDR, justo cuando
se levanta el muro de la vergüenza en Berlín y se separan ambos estados alemanes.
Si la primera es una defensa de la preeminencia del derecho sobre los
atropellos a quienes carecen de la nacionalidad del estado donde se les juzga
(y cierta referencia crítica implícita creo advertir a la “excepción” límbica
de Guantánamo), hecha a través de un letrado que nos trae enseguida a la
memoria la figura de Atticus Finch, no solo por la defensa de a quien se
reconoce como “enemigo” de la comunidad, sino por las reacciones agresivas que
contra la familia del letrado se producen, parecidas también a las que provoca
el letrado encarnado por Orson Welles en la película Impulso criminal, de Richard Fleisher, comentada hace poco en este Ojo cosmológico, cuando ha de defender de
la pena capital a dos asesinos convictos. El viaje a Berlín, una ciudad en
plena reconstrucción y donde reina aún la escasez de bienes, la miseria y donde
se ha impuesto, en la parte de la DDR, un régimen totalitario que acabará con
la vida de quienes intenten huir de él, lo que el personaje, en estremecedora
escena, contempla cuando viaja en el Sbahn por encima de la zona de seguridad
del muro, centra la segunda parte de la película, menos intimista que la
primera pero más efectista desde el punto de vista cinematográfico, porque
enseguida nos vienen a la memoria planos y atmósferas de películas como Cortina rasgada y tantas otras.. Aunque
asistido por miembros de la CIA que le ofrecen apoyo, pero que, al tiempo, lo
dejan abandonado a su suerte para llevar a cabo la negociación, el abogado
neoyorquino, con notable habilidad negociadora, se empeñará en querer intercambiar
el espía soviético por el soldado capturado y por un estudiante universitario
que es encarcelado en calidad de espía sin que hiciera otra cosa que trabajar
en una tesis con un economista de la Alemania oriental. El doble juego del
protagonista, queriendo negociar a dos bandas un intercambio doble por un solo
espía nos ofrece los mejores momentos de la película. Para el espectador
catalán, curiosamente, no le pasarán desapercibidos los esfuerzos diplomáticos
del recién nacido país, la DDRA, por obtener el reconocimiento internacional,
aunque sea en forma de negociación para un intercambio de prisioneros espías, de
un país de la importancia de Estados Unidos; les parece imprescindible para la
consolidación del recién creado régimen comunista alemán. A ese respecto, las
gestiones del encargado de dichas gestiones recuerdan, paródicamente, los
esfuerzos del Diplocat catalán para mendigar esa pizca de reconocimiento que,
de momento, nadie ha tenido a bien concederles, ni tendrá, tal y como se
manifiestan todos esos países a cuyas puertas quieren llamar con la ansiedad
con que un bebé recién nacido respira a pulmón abierto…
Spielberg, en todo momento dominador
de unos recursos suficientemente acreditados, sabe dotar al guion de los
hermanos Cohen de una solidez visual que desde el arranque de la película, con
escenas de verdadero cine negro clásico, se alarga a lo largo de la cinta con
una fluidez admirable. Incluso, como un guiño para los seguidores de su Indiana Jones, incluye una espectacular
secuencia en la que el piloto del avión espía ha de decidir entre las dos
opciones que le “aconsejan” antes de despegar, en caso de ser abatido,
estrellarse con el aparato o, si advierte posibles rutas de huida, por caer
cerca de una frontera, tirarse en paracaídas. El hecho de ser apresado, lo
equipara por completo al espía soviético detenido en Nueva York: ambos se
convierten para los responsables militares y de los servicios de inteligencia
de sus respectivos países en dos “apestados”, sospechosos de haber “cantado”
cuanto sabían, aunque no lo hayan hecho. Ese giro argumental, que tanto
sorprende al abogado, pone una nota de amargura en el relato, porque, desde su
indiscutible patriotismo que no necesita demostrarse, el abogado observa las
rigideces éticas de ciertos comportamientos oficiales en el ámbito de la
seguridad nacional. Ìntroducir en ese mundo glacial del espionaje y los
servicios secretos la mirada humana y comprometida en la relación con sus
semejantes del abogado neoyorquino es un éxito que concede a la película de
Spielberg una dimensión moral que la convierte en una reflexión sobre el
individuo, más que sobre la geopolítica.
[Fue tal el éxito negociador del
abogado que fue requerido por el gobierno usamericano para que siguiera
involucrado en ese tipo de delicadas misiones, e incluso negoció en Cuba la
repatriación de más de 1000 prisioneros hechos por los cubanos durante la fallida
invasión de Bahía Cochinos, lo que logró a cambio de una remesa de alimentos y
medicinas valorada en más de 55 millones de dólares.]
Vi tres películas en el largo fin de semana de la Constitución. Una era Techo y comida, otra, El puente de los espías y la tercera, la aburridísima El corazón del mar. Me quedo sin duda con El puente de los espías que tú tan bien has reseñado. Es una película de espías sencilla sin la complejidad de las inspiradas por John Le Carré, pero en su sencillez americana, brilla un interesante guión, unos personajes bien diseñados, y un toque de humor muy agradable. No es una película oscura, como parece sugerir el tema. La luz está presente en toda la cinta, no es tenebrista si plantea un juego entre las luces y las sombras. Recuerda vivamente el abogado, como bien escribes, a Aticcus Finch, en su defensa del espía. Es una película clara que expresa ese optimismo tan americano en que al final el héroe consigue con astucia y voluntad sus propósitos.
ResponderEliminarHe leído en Filmaffinity numerosas críticas a la película que la condenan por su americanismo y la imagen edulcorada que da de la época maccartysta en que se sitúa la cinta. Sencillamente aquí el abogado es un hombre bueno, que cree profundamente en los derechos que consagra la constitución americana y que lucha por la libertad de los dos prisioneros. Probablemente le falte complejidad y zonas oscuras de ese mundo oscuro y poliédrico de los espías, pero se sitúa en la estela de películas como Qué bello es vivir y demás cine en que se expresa la dimensión del héroe como el hombre común americano. Me encantó el espía soviético con su comentario sobre su falta de preocupación ante la posible pena de muerte que pendía sobre él. ¿Ayudaría?
Sencilla pero muy bien narrada. Americana pero digna. Y es cierto que expone ese optimismo congénito de los americanos y su creencia en la decencia de su sistema y en el hombre común.
Edulcorada, cuando recibe las muestras del exaltado anticomunismo que se vivió en auella época, no me lo parece a mí; pero ya se sabe que hay quienes de todo han de hacer militancia. Me alegro, como siempre, de coincidir contigo, porque me indica que se atenúa mi indudable parcialidad. Tiene un final que no destaqué en la crítica para no chafarles sorpresa alguna a los posibles lectores de este blog diminuto. Te acordarás: cuando ve morir en el muro de Berlín a quienes quieren escapar del "paraíso" soviético y cuando la escena se repite con unos niños que saltan una alambrada para pasar de un patio interior de vecindad a otro... Puede entenderse como un mensaje pueril e innecesario, una defensa del american way of life, pero lo cierto es que, desde su guerra de secesión, los usamericanos no han vuelto a enfrentarse entre ellos. Otra cosa son las injusticias de su sistema, el racismo, etc., con los que siguen lidiando, pero son pocos, la verdad, los que quieren huir del "paraíso" americano y ponen rumbo hacia países de economía comunista.
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