Invasión, entre El
hombre que fue Jueves, La zona,
el teatro del absurdo, el mundo porteño de Borges y el Cortázar de Casa tomada. La ópera prima de Hugo
Santiago.
Título original: Invasión
Año: 1969
Duración: 123 min.
País: Argentina
Director: Hugo
Santiago
Guión: Hugo Santiago,
Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares
Música: Edgardo
Canton
Fotografía: Ricardo
Aronovich
Reparto: Olga
Zubarry, Lautaro Murúa, Juan Carlos Paz, Martín Adjemián, Daniel Fernández,
Roberto Villanueva, Jorge Cano, Ricardo Ornellas, Leal Rey, Horacio Nicolai,
Juan Carlos Galván, Aldo Mayo, Hedy Krilla, Claudia Sánchez
A este ritmo, admito que
YouTube puede ser mi perdición… En poco tiempo he descubierto varias joyas de
cuya existencia lo ignoraba todo. Mi suerte crítica, con todo, es que puedo
enlazar la URL para que ningún aficionado que pase por estas páginas se las
pierda, caso de que se vea con ánimo de pasar de mi teoría a la práctica del
visionado. Hugo Santiago es un director argentino radicado en Francia que fue
ayudante de dirección de Robert Bresson, de quien se declara discípulo, y quien
tras siete años de aprendizaje regresó a Buenos Aires para rodar el guion de
Borges y Bioy Casares, Invasión, en
el que él también acabaría participando. La película se ha convertido, como
buena parte de la obra del autor, en una rareza en principio diríase que solo
apta para cinéfilos, pero trataré de demostrar que no es así, que, como El Proceso de Welles, Providence, de Resnais u otras obras enigmáticas parecidas, la
película admite un público muy heterogéneo y no exclusivamente cinéfilo.
Estamos ante una historia de intriga en la que una ciudad-estado, podríamos
decir, Aquilea, trasunto de un Buenos Aires perfectamente reconocible, sobre el
plano de la cual realizó J.C. Distéfano unos títulos de crédito muy ajustados
al espíritu de la película, está siendo invadida por unos seres que pasan
desapercibidos excepto por la tendencia a vestir gabardinas claras que caracteriza
a los invasores. Frente a ellos, y a partir de un viejo profesor que vive solo
con su gato, un animal que acaba teniendo una dimensión totémica, a juzgar por
la relación que establece Don Porfirio, el anciano, con él, un grupo de
hombres, todos ellos vestidos de negro o con colores oscuros, intentará hacer
frente a los invasores, tratando de sabotear sus planes de invasión. El hilo
conductor de la película pasa por Herrera, un personaje interpretado
excepcionalmente por el director Lautaro Murúa, y su mujer, un matrimonio en
crisis por la imposibilidad de comunicarle el protagonista a su mujer cuáles
son las secretas actividades a que se dedica. Esa relación humana se complica
cuando Herrera intuye que su mujer tiene, también, una vida paralela sobre la
que no parece dispuesta a dar explicaciones. La película, así pues, sigue dos
tramas que, al final, acabarán convergiendo en el desenlace. No es el exceso de
información lo que caracteriza a la película, por lo que salvo el carácter
supuestamente heroico de los resistentes y el impío de los invasores,
dispuestos a acabar con quien se oponga a sus planes de invasión, todo lo demás
lo ha de poner el espectador a partir de las andanzas de ese grupo de amigos
que, con ciega confianza en la capacidad estratégica de Don Porfirio, se
dedica, prioritariamente, a su labor de resistentes. La vida de Buenos Aires,
los cafés, el empedrado característico de sus calles, y hasta la estupendísima
milonga La muerte de Manuel Flores,
con música de Aníbal Troilo y letra de Borges, interpretada en la película por
el guitarrista Ubado de Lio y recitada por el actor Roberto Villanueva, todo,
en conjunto, hacen de Invasión un mensaje lo suficientemente ambiguo como para
que cada cual quiera entender en él lo que le parezca. Es cierto que el mapa de
Aquilea no “casa” con el de Buenos Aires, está claro, pero todo lo demás se
ajusta como un guante. La película, en blanco y negro, cuenta no solo con una
fotografía fabulosa de Ricardo Aronovich, quien colaboró con Scola en La familia y con Resnais en Providence, sino con una dirección que
no ha dejado plano ni encuadre al azar, consiguiendo, tanto en interiores como
en los muchos exteriores en los que transcurre la acción, un fortísimo poder
sugestivo de las imágenes. Quizás, aunque sean notables, las menos imaginativas
sean las de la invasión, por tierra mar y aire de los invasores. El resto de la
trama, en el que van cayendo de uno en uno los personajes que forman el grupo
resistente, nos permite acercarnos a una tensión entre la acción y el espacio, muy
a menudo de noche y en espacios neutros como estaciones, el puerto o un estadio
de fútbol desierto, lo que acentúa la impresión constante de amenaza, que es lo
que más se acerca al mundo despersonalizado del absurdo, como si la ciudad
estuviera despoblada y fuera un tablero de ajedrez donde invasores y
resistentes jugaran su partida. A menudo tiene uno la sensación de habitar en
el espacio frío de los personajes de Magritte o en las calles de De Chirico. De
vez en cuando, sin embargo, como la reunión en el café donde se escucha la
milonga, se nos impone el Buenos Aires clásico de la narrativa argentina del
propio Borges y de Cortázar. El conjunto de actores cumple su cometido a la
perfección, esos “hombres de negro” que encarnan valores tradicionales como la
amistad, la lealtad, la hombría, la galantería, el sentido del deber, el
espíritu de aventura, un patriotismo indefinido y, se deduce, una defensa de la
libertad que les lleva a sacrificar incluso su propia vida; todo ello, sin
embargo, desde una óptica escoradamente masculina, a pesar del desenlace. La película mantiene el interés del espectador
sin desmayo, y a ello contribuye poderosamente no solo la naturaleza llamémosle
bélica de los episodios, sino, sobre
todo, el poderoso ritmo visual que ha imprimido Hugo Santiago, además del
impagable paseo visual por una ciudad de tanto eco literario como Buenos Aires.
Los personajes se mueven en ella, en Aquilea, vaya, casi con el mismo tacto y
precaución que el protaganista de Stalker
(“La zona”), de Tarkovski, algo que se acentúa en el episodio de la isla, por
ejemplo. Hugo Sánchez retomaría el tema mucho tiempo después y llegaría a hacer dos películas continuadoras de esta primera, una trilogía que, forzosamente, he de hacer todo lo posible por ver, está claro...
Acabemos, sin embargo, remitiendo al fatalismo de La milonga de Manuel Flores:
Vendrán
los cuatro balazos
y
con los cuatro el olvido;
lo
dijo el sabio Merlín:
morir
es haber nacido.
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