lunes, 8 de marzo de 2021

«I Am Mother», de Grant Sputore o la mujer cuidadora…

 

Una parábola sobre la necesidad primordial del cuidado de la prole para evitar la extinción de la especie tras el apocalipsis del planeta.

 

 

Título original: I Am Mother

Año: 2019

Duración: 114 min.

País:  Australia

Dirección: Grant Sputore

Guion: Michael Lloyd Green

Música: Dan Luscombe, Antony Partos

Fotografía: Steve Annis

Reparto: Clara Rugaard, Hilary Swank, Luke Hawker, Tahlia Sturzaker, Jacob Nolan, Summer Lenton, Hazel Sandery, Maddie Lenton.

 

         Tras un corto, Legacy, y dirigir una serie de cuatro episodios, Castaway, Grant Sputore debuta en el largometraje con una historia futurista llena de sugerencias, recuerdos y propuestas que a buen seguro van a desconcertar a muchos espectadores, quien esto escribe incluido. No tiene una trama enrevesada, pero se necesita estar muy atento para que las frases que, dichas un poco casi como de paso, y que sirven para descifrar las entrañas de la trama, no nos pasen desapercibidas. Reconozco humildemente que un extremo de la película solo he podido aclararla a través de la crítica que le hizo el chileno J. Páez en FilmAffinity.

         La acción se inicia en lo que tiene toda la pinta de ser una estación espacial. En ella, un robot selecciona un embrión humano de los muchos que guarda congelados y activa el proceso de su desarrollo. «Nace» una niña y el robot, de voz dulcísima, la acompaña en su crecimiento hasta que llega a la mayoría de edad, siguiendo, siempre, todas las indicaciones del robot a quien llama «madre» con auténtico cariño, porque «cuida» de ella con una solicitud y esmero indesmayables. La comunicación entre ambas es cariñosa y leal.

         Como un aviso que nos habla de la relación de la estación espacial con el exterior, un día la joven descubre un ratón, el único ser vivo, junto con ella, de la estación. Por motivos higiénicos, sin embargo, su madre se lo quita y lo incinera, lo que contraría notablemente a la muchacha. La joven tiene grabaciones del mundo que parece haberse extinguido, y del que solo ella es, ahora, la única representante en un mundo de robots que la cuidan y que proveen a sus necesidades. En ese momento en que la joven comienza a asumir una mayor autonomía y a cuestionar, de modo anecdótico, las decisiones de su madre robótica, irrumpe en escena, desde el exterior, una mujer, herida en una pierna, que desconcierto por completo a la joven, quien estaba convencida de que no existían seres humanos como ella. A partir de ese momento, se genera una tensión entre «las tres» llena de misterios profundos que desconciertan a la joven, quien, lógicamente, se ve en la tesitura de acercarse bien a su madre cibernética, bien a su «semejante». En ese momento los espectadores descubrimos lo que no se nos ocultaba: que el robot materno es, así mismo, una poderosa arma letal, capaz de todo para evitar que le «roben» la cría.  En medio de esa tensión, la madre-robot decide iniciar a su hija en el descongelamiento y gestación de un «hermano» escogido entre los embriones congelados, un proceso que cumplen a la perfección, mientras la «intrusa» se recupera en la enfermería de la herida de bala que, según la madre-robot, se ha infligido ella misma, para acabar de confundir del todo a su hija.

         Pasada la hora larga de acción en la plataforma, que recuerda mucho la nave de Alien, aunque, en este caso, sea la joven lo «extraño» en ese mundo cibernético, la mujer logra convencer a la chica para que se escapen juntas, previa amenaza a la madre-robot de degollar a la hija si se lo impide. El mundo exterior, con una tierra de ceniza, plantaciones de maíz en la que se refugian cuando son perseguidas por una aeronave de la estación, la visión del mar con un buque enorme partido en dos y varado en la playa, son señales inequívocas del cataclismo que debe de haber acabado con la vida humana en el planeta. La mujer lleva a la joven al contenedor donde ha instalado su casa y sobrevive como puede, aunque, para desengaño de la joven, no hay ni rastro de otros seres humanos con los que poder socializar o compartir una aventura de vida: solo están ellas dos frente a la organización de la plataforma, con la que todo parece indicar que la mujer tiene alguna «cuenta pendiente».

         A partir de aquí, está claro que nos acercamos a la parte final de la trama, en la que la joven, muy espabilada, irá haciendo los descubrimientos pertinentes que le ponen en antecedentes de lo que ha pasado, de lo que está pasando y de lo que va a pasar si… Y ahora sí que he de enmudecer, antes de que me aborrezcan para siempre.

         La jovencísima actriz que lleva todo el peso de la película, Clara Ruggard, es un acierto pleno, porque no solo aguanta perfectamente el pulso con una actriz tan experimentada como Hillary Swank, sino que incluso acaba imponiéndose en ese duelo, si juzgamos por la amplia gama de sentimientos que es capaz de expresar en esa tensión que la sitúa entre la lealtad a su madre y la lealtad a su congénere.

         Me temo que esta suerte de celebración de la «maternidad» no acabe de ser del agrado de algunas corrientes feministas, pero sí de otras pioneras como la condesa de Campo Alange, por ejemplo, para quien la maternidad es el signo distintivo por excelencia de la mujer. Lo que está claro es que en un escenario apocalíptico como en el que se sitúa la acción la maternidad es la única clave para la recuperación de la especie, un proyecto del que las tres figuras, el robot maternal, la mujer y la joven forma parte.

         La puesta en escena de la película es muy meritoria, y la desolación de los exteriores, con el buque varado en la playa, que recuerda, en parte, a El planeta de los simios, magnífica. Por fuerza, la escasez de personajes puede parecerles un hándicap a algunos espectadores, pero, a mi entender, la trama discurre siguiendo unas pautas muy precisas en la que los motivos dinámicos aparecen a tiempo para evitar esa posible sensación de claustrofobia, una sensación que, a larga, operará en sentido contrario del que los espectadores se imaginan…, pero que ellos lo descubran.

 

 

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