Si una noche, en el
vagón de un tren fantasmagórico, un pasajero se ofrece a leer tu destino en el
tarot… La espléndida imaginación terrorífica de Doctor Terror, de Freddie Francis, summa
artis del género.
Título original: Dr. Terror's
House of Horrors
Año: 1965
Duración: 98 min.
País: Reino Unido
Director: Freddie Francis
Guión: Milton Subotsky
Música: Elisabeth Lutyens
Fotografía: Alan Hume
Reparto: Peter Cushing,
Christopher Lee, Donald Sutherland, Michael Gough, Neil McCallum, Alan Freeman,
Roy Castle, Ursula Howells, Bernard Lee, Jeremy Kemp, Jennifer Jayne, Max
Adrian.
Director de fotografía de El hombre Elefante o Gloria,
Freddie Francis es un cineasta olvidado que dedicó buena parte de su actividad
como director a la realización de películas de terror de serie B que resultan,
hoy, auténticas joyas para el cinéfilo cercano a este género, el terror, cuya
evolución hacia el gore, la casquería y lo paranormal tanto nos disgusta a
quienes echamos mucho de menos películas como esta, tan sencilla como
inquietante, a pesar de la simplicidad de los argumentos de los diferentes
cuentos y de la pobreza manifiesta de los efectos especiales, sobre todo el del
baile yoyó del vampiro que siempre se agita en nuestra memoria como una señal
de identidad. El poder de los efectos especiales en el cine de terror, sin
embargo, nunca ha sustituido la imaginación visual, usualmente tenebrosa, ni la
composición de caracteres propias de actores que han dejado memoria eterna en
el género, como Vincent Price, Bela Lugosi, Christopher Lee, Jacinto Molina…,
esto es, Paul Naschy o el desasosegante Peter Cushing, cuyo casa de los
horrores no es otra que un simple pilón de cartas del tarot con el que les
cuenta a sus compañeros de vagón cuál ha de ser su destino.
Uno tras otro,
incluso el estirado crítico de arte que compone, en registro inusual, pero
magnífico de Christopher Lee, quien se burla de la credulidad de sus compañeros
de viaje; uno tras otro, digo, se van sucediendo los malhadados destinos de los
compañeros de vagón el destino de cuyo tren es fácilmente imaginable. El cine
de episodios es tan viejo como el propio cine, y aun podría decirse que Intolerancia podría, según y cómo, caer
en él, si no hubiera ese hilo conductor que organiza la coherencia del mensaje
último. Los tópicos reunidos del cine de terror se dan cita en esta cinta, en
la que incluso no falta un cierto sentido del humor, propio de estas cintas y del
que, en su máxima expresión, supieron sacar partido Abbott y Costello en esa
joya indiscutible que es Abbott y Costello
contra los fantasmas, de Charles Barton, que, en la adolescencia, me
maravilló porque mezclaba a partes iguales la comedia y el horror, y ambos en
estado genuinamente puro, dos géneros por los que siento devoción. De esta casa
de los horrores me quedo con dos episodios que se apartan de los tópicos
tradicionales del medio, uno en el que una planta trepadora se revuelve contra
los propietarios de la mansión donde ha sido plantadas, y ello hasta el punto
de matar al perro y a uno de sus ocupantes antes de crecer desaforadamente para
formar como una coraza que la envuelve toda, impidiendo a la familia salir de
ella…, y el otro el del crítico de arte que, habiendo sido ridiculizado por un
pintor, decide matarlo por venganza. Queda de este, sin embargo, una mano viva
que va persiguiendo al crítico sin descanso, amenazándolo permanentemente hasta…,
bien, tampoco es inimaginable el final, claro. Ahora bien, tanto en el episodio
de la planta como en este del crítico, la luminosidad constante de los
episodios, en los que se rehúye el tenebrismo, dotan a las historias de una
dimensión realista que no busca el horror mediante el claroscuro o los
movimientos de cámara subjetiva, sino a través de situaciones cotidianas en las
que se ha instalado un elemento totalmente heterogéneo que acaba dinamitando el
realismo de la situación y llevándolo a una situación angustiosa. La realización de Freddie Francis, a este
respecto, es modélica, y consigue una suerte de calidad fílmica en las
diferentes puestas en escena de las historias que no desmerecerían en una
historia convencional, como las escenas del músico de jazz relacionado con la
práctica del vudú, en las que las secuencias del club donde actúa el grupo de
músicos son espléndidas, además de la calidad de la propia música, por
supuesto, y eso que, en términos generales, se trata del episodio más flojo de
todos. Suelo traer a este Ojo Cosmológico
muchas películas que voy descubriendo al azar de mi videoteca de segunda mano
en la que escarbo durante horas hasta encontrar posibles cintas de interés de
las que ni siquiera hubiera oído hablar. Otras veces, sin embargo, revisito
clásicos, como La soledad del corredor de fondo, que veré próximamente. En esta
ocasión, Doctor Terror, que debí
escoger, sin duda, por la presencia de Cushing y Lee, se ajusta
escrupulosamente al primer caso, y estoy contento de que la intuición caratular, por así llamarla, no me haya
jugado una mala pasada, lo que a veces ocurre, porque no siempre acierto, que
quede claro, y algún bodrio he tenido que dejar de ver, aun a pesar de la
reputación del director, como O.H.M.S. (You’re
in the army now), de Raoul Walsh, con un literalmente insoportable Wallace
Ford haciendo idéntico papel, poco más o menos, que James Cagney en Regimiento heroico, de William Keighley,
que también hube de abandonar por agotamiento bélico postraumático. A los aficionados al género
de terror, sobre todo a quienes lo que les atrae es el candor de ciertas
historias y los tópicos eternos, desde la estaca de madera con que se mata al
vampiro o las balas de plata con que se acaba con el hombre lobo, amén de los
ajos o el símbolo de la cruz, esta película les encantará, seguro.
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