Una ignorada comedia musical divertidísima
de J.Lee Thompson: Mientras sean felices, de lo mejorcito del clásico humor
inglés.
Título original:As Long as They're Happy
Año: 1955
Duración: 91 min.
País: Reino Unido
Director: J. Lee Thompson
Guión: Alan Melville (Obra: Vernon Sylvaine)
Música: Stanley Black
Fotografía: Gilbert Taylor
Reparto: Jack Buchanan, Brenda
De Banzie,Jerry Wayne, Janette Scott,
Jeannie Carson, Athene Seyler, David Hurst, Diana Dors, Hugh McDermott, David
Hurst, Athene Seyler, Joan Sims, Nigel Green, Dora Bryan, Gilbert Harding, Joan
Hickson.
¡Qué grata sorpresa! De un director tan versátil como
J. Lee Thompson, autor de Los cañones de
Navarones y de El cabo del miedo,
cae en mis manos el video de esta comedia alocada, heredera de las screwball
comedies de los 40 y representante feliz de un género de películas muy cercano
a esa genialidad fallida que, diez años más tarde, fue ¿Qué
tal, pussycat?, con guion de Woody Allen, de la que salió tan escaldado que
juró que nunca más pondría un guion suyo en otras manos que no fueran las
suyas. Hay, incluso, un cierto paralelismo en el guion entre Mientras sean felices y la película de
Allen, sobre todo por la presencia de un psiquiatra que sirve para complicar la
trama y conseguir algunos momentos hilarantes. En la película de Allen, fue
Peter Sellers, en la de Thompson, un David Hurst un poco pasado de vueltas,
pero muy en su papel de psiquiatra loco de origen alemán, figura tópica tan
usado en algunas excelentes comedias, como en Primera Plana, de Wilder, por ejemplo, o la variante de científico
loco, como el impagable Dr. Strangelove de Kubrick. Ya puestos en el capítulo de las actuaciones,
si algo hace acreedora a Mientras sean
felices de una visión urgente es el estado de gracia de todo el reparto,
sin excepción alguna. En febrero de este año hice la crítica de Fuego en las calles, de Roy Ward Baker,
y destaqué el excepcional papel de Brenda de Banzie, a la que ya había destacado
en El déspota, esa maravillosa
película de David Lean, y ahora me cruzo con ella en un papel cómico de esposa
resignada al “aburrimiento” inglés de su insípido matrimonio y me descubro ante
su talento y una vis cómica que, antes de la presente cinta, me costaba dios y
ayuda ni siquiera sospechar en ella. La película tiene un inicio fabuloso, que
nos acerca a un humor algo más salvaje de lo que se considera propiamente el british humour, en el que la ironía y el
sarcasmo, ambos delicados, suele manifestarse más a través de los diálogos
inteligentes que de la acción trepidante. En este caso aparecen ambas cosas y
dosificadas a la perfección. La trama, simple, se acerca al mundo novedoso de
las fans arrebatadas que comienzan a surgir en los años 50 con los cantantes
melódicos que se convierten en ídolos adorados por las jovencitas y que
desembocará en esas conocidas escenas de histeria de las primeras apariciones
de los Beatles, en los años 60. Aquí, el cantante es un crooner usamericano
interpretado a la perfección por un Jerry Wayne cuyo personaje, Bobby Denver,
aterriza por un malentendido en la casa de un corredor de bolsa con tres hijas,
dos casadas en el extranjero y una adolescente enamorada de Denver que es
quien, se aprovecha de la equivocación telefónica para citar al cantante en su
casa. La presentación de las dos hijas, una de ellas cantante, casada con un pintor
inglés residente en Paris, y la otra casada en América con un vaquero de rodeos
al que los forúnculos traseros no le dejan ganarse la vida, lo que implica que
la película no desdeña ni siquiera cierto humor de trazo grueso, y su llegada
al hogar paterno servirán para ir complicando progresivamente la trama, si bien
todo transcurre con una gracia incomparable y en un crescendo que no solo hará
las delicias del espectador, sino que, por arte de birlibirloque del medido guion,
resolverá todos los núcleos de acción planteados, entre los que la aburrida
relación entre los esposos tiene especial fuerza. Es una lástima que la película
esté contemplada desde un punto de vista ciertamente conservador, y que las
bromas sobre lo ridículo de ciertas corrientes contemporáneas como el
existencialismo en el que milita la hija “parisina” -que pronuncia insistencialismo…, by the way- lastren
algo el interés de la cinta, pero, hecha abstracción de esa nimiedad, la
película es un bálsamo de buen humor para estos tiempos de politicastros y
mediocridades generales. La película bien puede considerarse un musical, no
solo porque la trama gira en torno al cantante que, llegado de Usamérica, pone “patas
arriba” la solo en apariencia ordenada vida inglesa, puesto que el fenómeno de
las fans representa ya una alteración notable de ese tradicionalismo
representado por el cabeza de familia que acaba saltando por los aires, sino
porque, a lo largo de la película se suceden números musicales absolutamente
canónicos, y uno de ellos especialmente atractivo, el de la hija “parisina” que
pasa de un columpio del back yard a un escenario, o como los del
propio padre, un Jack Buchanan lleno de vis cómica y habilidades coreográficas
más que notables, como en el número cómico de baile con la criada cuyos
desmayos cada vez que entra en escena y ve al cantante nunca dejan indiferentes
a los espectadores. ¿Se advierte que me lo he pasado de lo lindo con esta “rareza”
de Thompson? Pues tengo para mí que no he de ser el único, por más que en esto
del humor es donde más cerca estamos de lo de para gustos colores… Con todo, el
guion medido, la realización agilísima y las interpretaciones, todas ellas
brillantes, del último al primero del reparto, hacen de Mientras sean felices
una comedia auténticamente familiar y divertidísima, que revalida, además, la
universalidad de ese british humour
tan dado a reírse de su inveterado y sacrosanto tradicionalismo. Dentro de lo
anecdótico hemos de considerar la aparición de Diana Dors, la espectacular
réplica inglesa de Marylin Monroe, con un minúsculo papel que no guarda
relación alguna con su sobreexposición en la publicidad de la película, como
reclamo comercial.
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