martes, 23 de agosto de 2016

Dos películas de desigual factura y fortuna: la horripilante “Todos queremos algo”, de Richard Linklater y la sorprendente “Losin’ It”, de Curtis Hanson.



                                        

Ese ínterin entre la High School y el College: Todos queremos algo, un fracaso estrepitoso de Richard Linklater y Losin’ It, una sorpresa  gratificante del entonces novel Curtis Hanson.
 Título original: Everybody Wants Some!!
Año: 2016
Duración: 116 min.
País: Estados Unidos
Director: Richard Linklater
Guión: Richard Linklater
Música: The Cars, Blondie, Dire Straits, Frak Zappa, Van Halen, Kool and the Gang, The Knack, Cheap Trick, Pat Benatar.
Fotografía: Shane F. Kelly
Reparto: Blake Jenner, Glen Powell, J. Quinton Johnson, Austin Amelio, Temple Baker, Juston Street, Ryan Guzman, Tyler Hoechlin, Wyatt Russell, Will Brittain, Zoey Deutch, Tanner Kalina, Forrest Vickery

Título original: Losin' It
Año: 1983
Duración: 100 min.
País: Estados Unidos
Director: Curtis Hanson
Guión: Bill L. Norton
Música: Ken Wannberg
Fotografía: Gil Taylor
Reparto: Tom Cruise, Shelley Long, John Stockwell, Rick Rossovich, Jackie Earle Haley, John P. Navin Jr., Henry Darrow, Hector Elias, Joe Spinell

Sin especial motivación, tras haber leído algo por encima y haber visto alguna secuencia en los informativos, decidí ir a ver la última película del excelentísimo director de Boyhood, Richard Linklater, Todos queremos algo, continuación argumental, al parecer, de otra, Dazed and confused, aquí titulada Movida del 76, que no he visto, y en la que se recogía el último día de clase de unos alumnos de High School. La presente, pues, nos muestra los tres días anteriores al comienzo del curso en la universidad, eso sí, centrándose en un selecto y cultivado grupo de jugadores de béisbol que comparten alojamiento en el campus. Así pues, centrado en este grupo de “descerebrados” salidos, Linklater nos va a ofrecer una sucesión de movimientos orgiásticos que, supuestamente ajustados, casi con aires documentalistas, a la realidad de los años 80, constituyen una estupenda lección de solemne aburrimiento y constante desinterés. El retrato de la estupidez, la lujuria y el pasotismo tiene eso: realizado a la perfección, pero sin la maestría retórica con que Flaubert puede describir la mediocridad burguesa en Madame Bovary, acaba cargando al espectador hasta hacerle desear el momento del punto final que acabe con tan onerosa equivocación, sobre todo si en la sala, a 21 de agosto, se ha estropeado el aire acondicionado o no lo han puesto porque éramos pocos los espectadores, que esa es otra… El día a día de las actividades “socializadoras” de los futuros estudiantes, en los diferentes niveles de su dedicación académica, freshman, sophomore, junior y senior, con una galería horripilante de biografías en la que nadie parece salvarse, ni siquiera los aspirantes a artistas en cuyo happening/hábitat se instalan los curtidos bateadores sin desentonar demasiado, conforma una realidad lo suficientemente hedionda como para poder seguir el metraje sin ese disgusto que nos produce lo soez y sin poder evitar esos continuos cambios de postura en la butaca que te anuncian, sin paliativos, que estás ante un bodrio, acaso bienintencionado, pero bodrio de poderosa envergadura, al que ni siquiera rescata un ágil uso de la cámara y una puesta en escena muy “propia”, lo que incluye un casting excepcional, gracias al cual pudiera decirse que la película hubiera sido rodado en aquellos años horteras en que se centra la historia. Frente a ella, sin embargo, quiero destacar una película de infame traducción, Ir a perderlo y perderse, Losin’ It, en el original, con un primerizo Tom Cruise, que ya había rodado, sin embargo, Rebeldes, con Coppola, y dirigida por un principiante Curtis Hanson, lo suficientemente curtido en la realización, sin embargo, como para salir ganador en la comparación con la fiebre de sábado noche permanente de los beisbolistas de Linklater. En ambas el desvirgamiento o el éxito sexual constituyen ejes alrededor de los cuales se organiza la vida de los protagonistas. En el caso de Losin’ It, los graduados en la High School se van a Tijuana, ciudad fronteriza y paraíso de lupanares donde poder satisfacer ese desvirgamiento que, como rito de paso, te permite entrar en la vida adulta del futuro college, si lo hay, o del mundo del trabajo, que no falta. La peripecia de los cuatro jóvenes, tres y uno en proyecto, se complica a medida que avanza la historia y se ven mezclados en distintas situaciones que confieren a la película una suerte de perspectiva de humor negro y película de frontera, con la cuestión racial de por medio, que va mucho más allá de la simple iniciación en el sexo que parecía prometer la cinta, como si se tratara de una “movida” al más peyorativo estilo de esas cintas para adolescentes que, si no recuerdo mal, inauguró Desmadre a la americana, en 1978. La película de Hanson sí que merecería un detenido visionado, porque el retrato sociológico del rito de paso de la iniciación sexual, complicado con la rivalidad antropológica entre el vecino rico del norte y el pobre del sur nos deja una visión tan acertada como desoladora de parte de la juventud norteamericana. La presencia del humor, de un fino humor, me atrevería a decir, que tanto contrasta con  el de calibre grueso de la película de Linklater, contribuye a que el espectador se lleve una más que agradable sorpresa, porque la película nos anuncia un desmadre y nos acaba regalando poco menos que una “triste y vergonzosa huida desesperada”. No me atrevería a comparar Tijuana con La Junquera, tierra prometida de los burdeles catalanes donde los franceses, sobre todo, alivian sus urgencias sexuales, pero en la descripción de los locales, de sus frecuentadores, de la música y de los ambientes por los que pasan los protagonistas, se halla lo mejor de la película de Hanson. La película de Linklater me ha recordado otra, olvidadísima, la primera película de Alan J. Pakula, El cuco estéril, con una Liza Minelli literalmente insoportable, y con unas escenas de orgía universitaria en el interior de un piso que ya quisiera Linklater ni siquiera acercarse a la realización de Pakula. Las películas de campus, como las novelas de campus, tienen una larga tradición en el mundo anglosajón; pero no creo equivocarme si digo que a película de Linklater es la más insípida de cuantas he visto dentro de ese género. Tengo unas ganas locas de que mi amigo cinéfilo, Paco Marín, me explique dónde está la virtud de ese supuesto “giro final” que, a su parecer, tiene la historia. Confieso paladinamente que he sido incapaz de descubrirlo desde mi incómoda contemplación. Lo único bueno de Todos queremos algo es que ni siquiera has de hacer el más mínimo esfuerzo por olvidarla para dejar espacio libre en el disco duro de la única neurona disponible, abandonas la sala y se ha disipado como por ensalmo…

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