lunes, 25 de diciembre de 2023

Mari(dos), de Lucía Alemany, o el cine popular bien hecho.

Una comedia bufa divertida y asainetada en los hermosos pirineos de Huesca, con Lemmon y Mathau muy al fondo…

 

Título original Mari(dos)

Año: 2023

Duración: 102 min.

País: España

Dirección: Lucía Alemany

Guion: Pablo Alén, Breixo Corral

Reparto: Paco León; Ernesto Alterio; Celia Freijeiro; Raúl Cimas; Jesús Olmedo; Emma Hernández; Marta Costa; Lucía Gómez; María Córdoba; Kirill Bunegin; Joseph Ewonde;

Adriana Fornés; Cristina Rodríguez; José Carlos Palacios.

Música: Vanessa Garde

Fotografía: Josu Inchaustegui.

 

          Película familiar que avanza entre las risas de mi provocadora sentencia intuitiva «eso está rodado en Candanchú», la incredulidad de mi hija de que exista tal lugar como Candanchú y el refuerzo maternal de la hipótesis «¿Candanchú o Katmandú?»… Con semejante predisposición, está claro que le íbamos a ver a la película las gracias que tiene y las que no tiene, y más cuando nos encontramos con un asainetado Paco León, sevillano, haciendo de catalán, para delicia, sobre todo, de los catalanes. He de confesar que, vista el 23, me pasé la velada en familia del 24 imitándolo sin parar, a piñón fijo, y dio mucho juego…

          Veamos, que nadie se llame a engaño con el prólogo. Salvo la ligera sobreactuación de Ernesto Alterio, para quien no han encontrado la mejor caracterización deseable —¡y qué enorme la actuación de su hermana Malena en Bajo Terapia, de Gerardo Herrero, por cierto!—, y los atisbos de comedia loca que supone la clínica donde ingresan a la mujer de ambos protagonistas, la película, también de la cosecha del 2023,  se mueve en el género de la comedia con una soltura que solo decae en momentos muy concretos que no acaban afectando al total de la historia. La situación de partida, dejar a dos niñas de tan corta edad en manos de un hermano pasota y que luego estas viajen hasta donde está su padre con quien las deja, solas, en la estación de autobuses y se larga porque tiene una cita con su camello; así como la bigamia de la no-protagonista, que está en coma por haber practicado un «carradine», una práctica sexual extrema, aunque ambos maridos crean que es una de las víctimas de un alud de nieve, nos sitúa claramente en el terreno del disparate cómico, un género muy próximo al sainete y que no llega al esperpento, porque carece de la acidez de este. Se trata de una comedia fronteriza con el género «familiar», cuyo monopolio actual parece detentar Santiago Segura, pero que no tarda en derivar hacia la comedia de personajes opuestos y en apariencia irreconciliables, como los sugeridos en el título de la crónica, Lemmon & Mathau, en obras inolvidables como En bandeja de plata,   de Billy Wilder, La extraña pareja, de Gene Saks o Dos viejos gruñones, de Donald Petrie, entre las muchas que hicieron juntos. La explotación de las «particularidades» regionales, propia del sainete, que nos hace recordar, en la figura de Paco León, al inolvidable José Sazatornil «Saza», contribuye en gran medida a elevar el tono cómico de la película, y bien puede decirse que, como apogeo del «disparate», se lleva la palma la aparición ex machina del hijo ruso adoptado por el matrimonio de León con la bígama y que se hallaba en un internado inglés, porque ambos matrimonios son muy desiguales: uno, el del industrial catalán, León, es potentado, y el otro, el del dibujante de tebeos, Alterio, vive con cierta relativa estrechez, y el hombre arrastrando el fracaso de ser un imitador vulgar de las aventuras de «Teo», con su «Mateo», a quien quiere, a toda costa, distinguir del referente original. He de reconocer que la presencia del hijo ruso consigue gags auténticamente inspirados y contribuye a elevar el tono general, ya bastante bueno de por sí, de la película.

          Como se habrá advertido, los ingredientes dan para que pudiéramos hablar de una comedia loca, la muy respetada, si bien hecha, screwball comedy, pero para ello se necesita un ritmo y un movimiento alocado de personajes que no se da en esta, porque, en cuanto los «mari(dos)» se enteran de la razón del ingreso hospitalario de la cónyuge de ambos y descubren el apartamento en cuyo exterior está aparcado su coche, la película deriva hacia una parodia del cine policiaco, en la que no falta la pared llena de fotos y pistas que permitan formular hipótesis que expliquen el comportamiento de la mujer, a quien ambos esposos, atribuyen un tercer amante secreto con quien traiciona a ambos.

          La película sigue también una línea de tenue tono sentimental que, desde el inicio de la relación casual entre ambos en plena carretera helada, tan áspera como divertida, va a desarrollarse en la dirección de formar un «equipo», de ser «co-maridos», porque el personaje de Paco León es el colmo de la visión positiva ante las adversidades, y de todo trata de sacar algo que le haga crecer como persona, abierta a todas las experiencias; mientras que el de Alterio está tan apegado a su mal humor, sus gritos y su desesperación de hombre fracasado que todo en el guion anuncia la inmediatez de un derrumbamiento: se trata, dentro de la lógica de la corrección política, de dos visiones opuestas de la «masculinidad», y de cómo, desde cada una de ellas, se puede converger hacia una superación de la supuesta masculinidad «tóxica», aunque en modo alguno la película hace excesivo énfasis en discurso teórico alguno, aunque subyazga el que acabo de explicar.

          En la medida en que es una película al servicio del dúo Alterio-León, reconozco que todo funciona a la perfección y que consiguen secuencias logradísimas, como la del empoderamiento nocturno de los falos, por ejemplo—mi hija se tronchaba—, y muchas otras en las que el humor no procede de las situaciones, sino del repertorio de gestos, miradas y expresiones de los intérpretes. No es una película coral, pero se ha de reconocer que junto al dúo protagonista se cuela el «chanantenui» Raúl Cima con un doctor loco en la vaga estela del dentista de La tienda de los horrores, de Frank Oz, que es todo un acierto. De hecho, se echa de menos que no se le haya dado un poco más de espacio en el guion, porque es un personaje macanudo, con esa pinta de doctor country francamente graciosa a primera vista.

          Otro factor que favorece la película es la cuidadosa dirección de la misma, porque, como le gusta a Boyero que suceda, la película fluye con mucha naturalidad y muy raramente se «estanca», lo cual ocurre en algunas escenas de tono sentimental que quizás apartan a la película de ahondar más en el progreso hacia el final apoteósico que quizás hubiera sido legítimo esperar, dado el planteamiento. Los paisajes son espectaculares, y algunos secundarios, como el recepcionista del hotel, un hallazgo visual…

          A veces, la mayor pretensión de una película es que el respetable pase un rato relajado y divertido: he aquí una demostración encomiable.

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