sábado, 3 de diciembre de 2016

La genética del mal: “Elle”, de Paul Verhoeven.


  

La tortuosa senda seminal en el paisaje devastado de la herencia maldita: Elle o la sexualidad emboscada.

Título original: Elle
Año: 2016
Duración: 130 min.
País: Francia
Director: Paul Verhoeven
Guión: David Birke (Novela: Philippe Djian)
Música: Anne Dudley
Fotografía: Stéphane Fontaine
Reparto: Isabelle Huppert, Laurent Lafitte, Anne Consigny, Charles Berling, Virginie Efira, Judith Magre, Christian Berkel, Jonas Bloquet, Alice Isaaz, Vimala Pons, Raphaël Lenglet, Arthur Mazet, Lucas Prisor, Hugo Conzelmann, Stéphane Bak.



Segunda dosis de Isabelle Huppert en pocos días, tras El porvenir, y ahora sí que puedo decir que he recobrado la genuina femme fatale especializada en retorcidas psicologías que la han hecho famosa, desde la mismísima La encajera, en películas como La Ceremonia y Borrachera de poder, de Chabrol, La pianista, de Haneke o la presente Elle de Verhoeven, que la confirma en ese registro del que, sin embargo, ha salido no pocas veces, como en el delicioso musical de Ozon, Ocho mujeres, por ejemplo. La diferencia básica entre su actuación en El porvenir y la presente es que allí no sabía realmente qué había de interpretar y aquí tiene un papel incluso con exceso de información y con una genealogía del mal que determina su conducta de un modo acaso en exceso determinista, pero, en cualquier caso, el escogido por el autor de la novela, Philippe Djian, titulada Oh…, un autor llevado a las pantallas en dos ocasiones más, Betty Blue, por Jean-Jacques Beineix e Impardonnables, por André Téchiné que giran, también, en torno a dos psicologías de mujer muy particulares, casi podríamos decir, a juzgar por la reiteración, “marca de la casa”. El autor, para que se vea por dónde van los tiros de la ficción, se confiesa admirador, entre otros de mucha más calidad, del novelista usamericano  Bret Easton Ellis, autor de un best seller que también fue llevado al cine: American Psycho. El arranque de la película de Verhoeven es espectacular, un asalto sordo y violento a una mansión cuya dueña es violada por un encapuchado que la golpea agresivamente para forzarla, si bien la escena queda fuera de plano y este ocupado por la presencia casi totémica y misteriosa de una gran gataza negra que mira impasible la escena, como si estuviera acostumbrada a ella, como si no fuera con ella o como si su presencia la hubiera provocado. De hecho, poco después del primer plano de su presencia de esfinge, en la que se puede intuir hasta la presencia del diablo -como en las viejas películas de terror de serie B de la Hammer-  la gata se gira y desaparece del plano y de la escena. Si a esa turbulenta y agresiva violación inicial le sigue el silencio de la protagonista, que no pone denuncia alguna, y limpia, modosamente, los desperfectos de la vajilla rota en el forcejeo con el asaltante, y más tarde una escena en un restaurante en el que una mujer le echa por encima la bandeja con los restos de la comida maldiciéndola a ella y a su padre, los espectadores activan sus recursos deductivos y comienzan a “montarse una película” que, secuencia a secuencia, será “desmontada” por Verhoeven para ir entregándonos un relato tenebroso en el que la protagonista resulta ser al tiempo víctima y verdugo, un relato que supera por mucho las prolepsis catastrofistas que esos espectadores hayan deducido. Separada de un marido escritor fracasado -en la novelística de Djian la figura del escritor es tan habitual como la retorcida psicología femenina-, con un hijo de pocas luces, una madre desacomplejada y octogenaria, dispuesta a casarse con un joven y atlético gigoló, y… un padre condenado a cadena perpetua por el asesinato, en un rapto de locura y despecho, de treinta vecinos del  barrio en que vivía en Nantes, un suceso cuyo protagonismo afectó a la niña en un grado difícil de interpretar por la escasa información que se da al respecto, pero que, en última instancia, y es lo que importa para la película, no solo traumatiza a la protagonista por el hecho en sí de los asesinatos, sino, sobre todo, por saberse ella la hija del “monstruo”, descendiente suya, lo que pudiera explicar la indiferencia hacia el mal constitutiva del carácter de la protagonista y su necesidad de cometerlo sin tener conciencia siquiera de estar cometiéndolo, es “su naturaleza”. De hecho, cuando la madre en la cena de Navidad anuncia que se casa, la reacción de la hija, tildando de grotesca a su madre por tal anuncio, parece la causa directa del infarto fulminante que sufre la madre y que acaba con ella, del mismo modo que su anunciada visita a su padre en la cárcel parece provocar el suicidio de su progenitor. Michelle, la protagonista, huye de la prensa porque “ha sabido” crearse una nueva vida en París, donde es dueña de una exitosa productora de videojuegos cuyo transgresor carácter hiperagresivo nos da a entender que constituye una suerte de prolongación de esa personalidad de supuesta mujer fuerte e independiente con la que sabe “defenderse” en la vida y, por supuesto, del violador que la acecha durante toda la película. No desvelaré quién es, tranquilos, pero, tampoco revelo nada extraordinario si consigno que a partir de esa revelación la película da un giro que nos obliga a cambiar la manera de ver y entender lo que vemos: si hasta el momento veíamos Elle como una secuela “a la francesa” de Instinto básico, en el que el formato del thriller dominaba la narración de los acontecimientos, desde esa revelación en adelante se nos fuerza a verla en el ámbito de La pianista de Haneke, aunque con algunos destellos de humor negro, naturalmente, que permiten a los espectadores sobrevivir a la opresión de una inexcusable vivencia intrínsecamente malvada de la realidad. Es evidente que la genealogía de la protagonista determina en gran medida su manera de ser, pero no lo es menos que Verhoeven nos “regala” una visión de la sociedad como un espacio de relación esencialmente idóneo para la agresividad, la violencia, el fracaso, lleno de impostura y maldad, en el que incluso “los buenos oficiales” se revelan casi como demoniacos impostores. Llama la atención, a ese respecto, la incorporación en la trama de una noticia ficticia como el viaje del Papa Francisco a Santiago de Compostela, lo cual, en un contexto de realismo estricto como el de la película, no deja de llamar la atención. ¿Hemos de entender el popularísimo “camino”, y la presencia del Papa bendiciéndolo, como una metáfora de la construcción europea sobre el pilar de la impostura y la doble moral? Recuerdo que desde el primer plano se nos dice clara y turbadoramente que en la película hay gata encerrada. Es probable que haya espectadores a los que les parezca que Elle conserva, en su lado negativo, no poco de efectismo transgresor algo caduco, sobre todo si lo comparamos con Haneke, por supuesto, pero el director holandés ha asumido en la película la mirada impasible de esa gata: nos sitúa ante la protagonista, la vemos evolucionar y somos nosotros quienes hemos de posicionarnos ante su vida y sus hechos, y no es fácil, porque Verhoeven ha sabido respetar la complejidad de un ser atormentado y tortuoso cuya vivencia de la sexualidad parte de un deseo todopoderoso que no sufre límites, ni propios ni ajenos. No estamos, pues, de ninguna de las maneras ante un personaje plano, por más que tenga rasgos de personalidad dominantes que apunten en un sentido bien concreto, y a lo largo de la película comprobamos la dimensión de esa complejidad que la caracteriza, fruto de una historia singular, terrible, traumática y de imposible cicatrización, si bien…, no, mejor me ahorro lo que pueda chafar una exacta apreciación de esta película que, perfectamente construida, permite disfrutar plenamente de la soberbia interpretación de una actriz extraordinaria, Isabelle Huppert. Visualmente, por otro lado, la película está llena de escenas magníficas, como cuando el vecino de enfrente la ayuda a cerrar, en un día de viento huracanado, las contraventanas de su casa, que tanto recuerda la mejor escena de Un hombre tranquilo, de Ford; de hecho, la película se inicia con el plano majestuoso de la gata, y los que le siguen, de verdad, no tienen desperdicio. Hay sí, muchos planos narrativos en ambientes ciudadanos, en la calle, o en el anodino de la empresa, que son, por decirlo así, de trámite, pero cuando entramos en casa de ella, por ejemplo, hay una estilización de la puesta en escena que contrasta totalmente con la animalidad pasional de lo que en ella, y en otros espacios, ocurre. Ya para acabar, el título de la película, Elle, un pronombre personal, es indicativo, al tiempo, de la singularidad y de la impersonalidad de la protagonista, una ella cualquiera y solo ella conviven en el título, con una intención que supera el de la novela de la que parte, Oh…, que describe, muy sintética y crípticamente, su personalidad.

2 comentarios:

  1. Estupenda crítica, que comparto esencialmente, y además consigue poner nombre y darle desarrollo a mis propias impresiones. La película me parece que ilustra lo que podríamos llamar el "mal francés", vale decir una interpretación de la naturaleza del mal y su enorme poder de seducción, como vía transgresora y de exploración y forzamiento de los límites, a la manera en que lo veía e ilustraba, por ejemplo, un Georges Bataille. Gracias por compartir.

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    1. Con todo, Alfredo, el título de la novela, ese "Oh...", que parece exigir a continuación un pardonne-moi de rigor, da la impresión de que banalice algo esa encarnación del mal que es la protagonista, como si lo hiciera, la mayoría de las veces, inadvertidamente. No lo he dicho en la crítica, por no desvelar nada, pero a mí me ha impresionado más la convivencia con el mal de la mujer del violador que el propio mal de quien "no tiene más remedio" que hacerlo, dados sus antecedentes.
      Gracias por tu presencia. Siempre alegra coincidir con quienes saben (no los de Agustín García Calvo en voz de Amancio Prada, claro) sino los socráticos.

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