El secreto mejor guardado del cine
negro, Detour, de Edgar G. Ulmer o las maldades del azar.
Título original: Detour
Año: 1945
Duración: 67 min.
País: Estados Unidos
Director: Edgar G. Ulmer
Guión: Martin Goldsmith
(Novela: Martin Goldsmith)
Música: Leo Erdody
Fotografía: Benjamin H. Kline (B&W)
Reparto: Tom Neal, Ann Savage,
Claudia Drake, Edmund MacDonald, Tim Ryan, Esther Howard, Pat Gleason, Don
Brodie, Roger Clark, Eddie Hall, Harry Strang.
Como desvío de un proyecto literario de uno de mis
heterónimos me acerqué a esta película de Edgar G. Ulmer que no tardó ni tres
secuencias en cautivarme la atención hasta el final impuesto por el código Hays
y que resulta una suerte de brochazo gordo inmerecido a una película basada en
la sutil indagación en las casualidades, el complejo de culpa y las debilidades
humanas. La película se plantea como un recorrido de Este a Oeste, en lo que
podría considerarse como una expedición en busca de la felicidad, por fin
descubierta, después de haberse negado, por falso orgullo, a aceptarla como lo
que era, cuando la novia, cantante, consigue un contrato en Hollywood y él, que
la acompaña al piano en el club donde actúan, se niega a seguirla para no
depender de ella. El pecado inicial ha de purgarse en ese largo camino hacia el
Dorado y el personaje, un pianista sin suerte que ha de tocas en clubes piezas
populares (la película arranca con esa canción inmortal que es I can’t believe that you are in love with me,
que cantara, entre otros, Billie Holyday) en vez de la música clásica que
atesora en sus dedos, un ejemplo de la cual son los dos valses, de Chopin y de
Brahms, que se nos ofrececen en un momento de la película, va a relatarnos en
primera persona, una voz en off de extraordinaria y persuasiva dicción, la
desconcertante historia de su vida en un flash back a partir de una confesión
suscitada por la audición de una pieza en un café de carretera, donde tiene una
pequeña trifulca por su excitable estado de ánimo, capaz de incitarle a una
buena pelea, para desconcierto de los escasos parroquianos a esa hora de la
noche. Viaja sin dinero y en autoestop. Es recogido por un rico comerciante que
accede, en aras de la compañía, a pagarle los gastos con l condición de
turnarse al volante. Sea por su enfermedad, sea porque ha bebido demasiado, sea
porque al abrir la portezuela del coche el acompañante, dormido, cae y se
golpea la cabeza contra una piedra, el caso es que el pianista se encuentra con
un cadáver entre las manos, mientras intenta poner la capota del coche para
evitar que la lluvia se instale cómodamente en el vehículo. ¿Qué decide, en
mitad del desierto, sin coche alguno que pase en ningún momento? Lo peor.
Enterrar el cadáver, cambiar las ropas con el muerto, adoptar la personalidad del
empresario y, mientras dure el dinero, seguir camino hacia California. Al salir
de una estación de servicio, decide coger a una mujer, Vera, quien, como él, un
par de días antes, hace autoestop para dirigirse también hacia California. Lo
que él no sabe es que la hitchhiker profesional
ya había sido cogida por el dueño del coche que él conduce y está al caso, en
consecuencia, de lo extraño que hay en la conducta del usurpador. Sí, Tom, el
pianista sin suerte, acaba de encontrar la más espectacular versión de mujer fatal que haya aparecido en las
pantallas, interpretada por Ann Savage, a quien ese personaje le granjeó no
solo fama mundial, sino una legión de admiradores, y suscitó alrededor de ese
personaje un culto cinéfilo. Ella misma tituló su biografía Savage Detours. Poco a poco, en una
progresión posesiva paulatina, la autoestopista irá adueñándose de la
debílisima personalidad de su compañero, anulándolo, en un duelo interpretativo
en que Ann Savage sale ganadora, si bien la excelente pusilanimidad exhibida
por su antagonista favorece que ella destaque como lo hace. La mujer pretende
que el usurpador lleve la usurpación hasta el extremo de presentarse ante la
familia de la víctima para poder entrar en posesión de la herencia de su padre,
que acaba de fallecer, a lo que él se niega radicalmente, porque lo ve como un
suicidio. El clima de chantaje, coacción y seducción se mezclan en un cóctel
que alejan al protagonista cada vez más del destino de su viaje, reencontrarse
con quien ha descubierto que le da sentido a su vida. La película se hace por
momentos claustrofóbica, porque transcurre buena parte de ella en un hotelucho
en el que ambos personajes entablan una lucha que acabará finalmente con una
escena extraordinaria, cuando ella, despechada por el sincero amor de su
antagonista por a quien había ido a buscar a California le arrebata el teléfono
y se encierra en el cuarto dejando a Tom, cuando hablaba con ella, con la
palabra en la boca. Él comienza a tirar del cable del teléfono, esos cables
quilométricos que suelen tener los teléfonos en las películas usamericanas, con
tan mala suerte que la malvada Vera, sobre quien el cable había hecho un
extraño bucle, acaba siendo ahorcada por su rival, ignorante de tal suceso, al
otro lado de la puerta, desde donde estira del cable con toda la fuera de su
ira y su desesperación. Cuando logra escapar y se percata de lo sucedido,
apenas tarda en desaparecer de la escena, para huir, de nuevo, en dirección al
este, un viaje de ida y vuelta en el que, prácticamente, lo pierde todo… La
detención de la policía fue rodada con posterioridad al final de la película y
es ajena por completo al film tal y como Ulmer lo rodó. No estorba, pero como
tantas veces ha pasado en la historia del cine, altera sustancialmente lo que,
sin él, hubiera ganado mucho. En cualquier caso, Detour es una película que a quien ignoraba su existencia, como es
mi caso, le parece imposible que así haya sido durante tanto tiempo, dada su
calidad intrínseca, con una realización llena de primeros planos intensísimos,
con intercambios de miradas
deslumbrantes, y con un blanco y negro lleno de sugerencias, sobre todo en las
habitaciones del hotelucho donde se instala la pareja protagonista y se consuma
su adverso destino. Rodada en apenas un mes, con un presupuesto mínimo (hasta
el coche del director se usó en la película, a falta de dinero para alquilar
uno), Edgar G. Ulmer demuestra que la imaginación y la capacidad de visualizar
las cavernas de las bajas pasiones humanas a través de elementos mínimos estará
siempre por encima de los grandes presupuestos en los que se pretende sustituir
la imaginación con clichés carísimos. Una lección de cine es Detour. Y que palidezcan las villanas
clásicas, al lado de esta Vera, verdadero castigo y condenación del infeliz y
apocado Tom.
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