martes, 6 de diciembre de 2016

Una amable comedia costumbrista y sentimental pretelevisiva: “Perro golfo”, de Domingo Viladomat.




La pandilla y uno más: ¡hasta doblado es Pepe Isbert un monstruo de la pantalla! Perro golfo, de Domingo Viladomat, o una versión canina de esa maravilla que es El último caballo, de Neville.
  
Título original: Perro golfo
Año: 1961
Duración: 90 min.
País:  España
Director: Domingo Viladomat
Guión: Domingo Viladomat, Enrique Laborde, Federico Muelas
Música: Salvador Ruiz de Luna
Fotografía: Emilio Foriscot
Reparto: José Isbert, Maurice Marsac, Pilar Cansino, Félix Dafauce, Francisco Arteaga, José Ignacio Corrales, Sun De Sanders, Francisco Hernández, Gerardo Recuero, Paquito Ruano, Antonio Vela.


En principio, dada la rareza de la película, que no la han pasado ni creo que la pasen en la Historia del cine español de La 2, no pensaba hacer una crítica, pero al ver el casillero vacío de ellas en la página de Film Affinity, me he animado a escribirla allí y de allí la traigo a mi Ojo particular, ya puestos. Julio Alymán, actor y actor de doblaje, voz habitual de Lionel Barrymore, fue el encargado de ponerle voz nada menos que a Pepe Isbert en uno de los últimos trabajos del insuperable actor. Que Isbert se presentara con voz tan relativamente clara y cristalina, le choca al espectador que tiene en la memoria como un bien preciado la voz rotísima de un actor tan poderoso como Pepe Isbert, un genio de la interpretación a fuerza de naturalidad y espontaneidad. En Perro golfo, de Domingo Viladomat, aun no teniendo el papel principal, Isbert contribuye a que la película se vea no solo con el interés arqueológico con que se suelen ver estas películas en las que hay, acaso, más de antropología e historia viva que de interés dramático en una historia concreta, sino con la cordialidad que el actor imprime a sus personajes y a la trama en las que aparece. El motivo dinámico que dispara la historia, en este caso, es tan sencillo como el amor que le tiene a un perro, Lagartijo, el hijo del carnicero de un mercado de Madrid y el empeño del padre por deshacerse del perro. El niño en cuestión es el protagonista de la película y se trata de Paquito Ruano Almansa, un niño cantor ignorado hoy porque no tuvo la proyección de otros niños cantores anteriores como Joselito o Marisol. Se quedó ciego a causa de una enfermedad y publicó algunos discos a finales de los 60, con una versión de "San Francisco" de Scott Mackenzie, en la que su voz suena como si fuera el mismísimo Raphael, aunque ha de recordarse que Ruano siguió estudios de música y de canto. El niño en cuestión, en la película, se encarga de cantar para atraer a las clientas, y lo hace con una canción que propiamente parece de Vainica Doble y concebida para Con las manos en la masa,(un fragmento de la cual puede escucharse aquí)a juzgar por el acierto de la canción de Salvador Ruiz de Luna, compositor que fuera profesor de la famosa Escuela Oficial de Cinematografía y autor de algunas bandas sonoras como la de esta misma película, en la que se incluyen varias canciones, una de las cuales, esta del reclamo del género del padre carnicero es, ya digo, muy meritoria. Junto a otros niños que trabajan como recaderos en el mercado para sus familias, más otros que completan la pandilla, se las ingeniarán todos ellos para, una vez que Lagartijo ha sido robado por el carnicero para entregárselo al mayordomo de la embajadora, intentar recuperarlo, robándole ellos a su vez el perro al mayordomo de la embajadora de Estados Unidos, quien ha creado una escuela de adiestramiento canino para proveer de perros lazarillo a las personas ciegas, entre las cuales está el hermano de la florista de quien el padre viudo del niño cantor, el carnicero, está enamorado. La película es deliciosamente ingenua e infantil, y todo transcurre, con absoluto realismo, en una historia cuya índole fantástica no esconde ciertas visiones de la dureza de la vida incluso en época tan distanciada de la guerra como 1961. La película tiene un sí se sabe qué de serie televisiva de espacio único, como Farmacia de guardia y similares, dadas las muchas secuencias que se ruedan en el recinto del mercado, y las relaciones cotidianas de solidaridad que se dan entre los comerciantes que, a su vez, son vecinos, como el carnicero y la florista. El Madrid e la cotidianeidad, en el que despuntan signos de la modernidad como que haya una embajadora norteamericana, en vez de un embajador, o la propia iniciativa de los perros guía, las secuencias de cuyo adiestramiento componen, con ciegos y perros moviéndose sincronizadamente, un extraño ballet a medio camino entre una metáfora de la alienación y la esclavitud y un ballet entusiasta de la seguridad vial. Para organizar el intercambio de perros, el robado al mayordomo de la embajadora por Lagartijo, el perro de la banda y, sobre todo, del hijo del carnicero, entra en escena el guarda del mercado que vive en él, Pepe Isbert, un viejo combatiente de la guerra de Cuba que se erige en capitán de los jovencísimos soldados y prepara un plan para intercambiar los perros. Cuando llega a ojos de la embajadora la carta reivindicativa de "Los cinco vengadores", así deciden firmarla, la diplomática, que ya ha supervisado el adiestramiento de Lagartijo para que sirva de perro lazarillo del hermano de la florista, y enterada por este de la verdad del asunto, decide recibir " a cuerpo de reyes", a los miembros de la banda, incluido su viejo "capitán". Como se advierte, nos movemos, en cierta manera, en el ámbito del cine poético de "Calabuig", de Berlanga, y otras obras en las que se mezcla la lírica con el buen fondo de las clases populares y la cotidianeidad de personajes apegados, como los chicos, a códigos de comportamiento propios de una manera de ser, como críos que son, propia de todas las épocas, y que se pueden advertir en obras como Emilio y los detectives, por ejemplo, o, literariamente, una aventura de "Los cinco", de Enyd Blyton. La interpretación de Isbert es soberbia, así como la de todos los críos sin excepción y, por supuesto, la del resto de protagonistas, como la propia embajadora, Sun De Sanders, una actriz hoy desconocida que trabajó en España hasta 1965 y de la que me ha sido difícil hallar un rastro que me descubra su carrera. La película está rodada en un blanco y negro que refleja a la perfección la vida sombría y en parte lúgubre de las gentes en aquel momento. Tiene un arranque, con protagonismo absoluto del perro que promete una línea casi neorrealista que luego no se confirma. En todo caso, es un perfecto ejemplo de realismo costumbrista amable que no escarba en las miserias sociales de la época, aunque estas se trnsparenten, y que enfoca desde el optimismo las siempre difíciles relaciones humanas o de estos con los animales.

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