Las
finanzas del gran duque o un divertimento con el terrible trasfondo de la
hiperinflación alemana del 23: Una crítica, con tintes expresionistas, a la
política de opereta.
Título original: Die Finanzen des Großherzogs
Año: 1924
Duración: 80 min.
País: Alemania
Director: F.W. Murnau
Guión: Thea von Harbou
(Novela: Frank Heller)
Música: Película muda
Fotografía: Karl Freund, Franz Planer (B&W)
Reparto: Alfred Abel, Mady
Christians, Adolphe Engers, Julius Falkenstein, Ilka Grüning, Guido Herzfeld,
Georg August Koch, Harry Liedtke, Walter Rilla, Hans Hermann Schaufuss, Robert
Scholtz, Max Schreck, Hermann Vallentin.
Rodada el mismo año que El último y dos años después que Nosferatu, Las finanzas del
gran duque es una comedia en tono de opereta, al estilo de El prisionero de Zenda, que tiene un
arranque curiosamente moderno: El gran ducado tiene una deuda impagable y está
a punto de entrar en bancarrota para poder hacer frente a su principal acreedor,
un financiero judío -y en ello la guionista debió de hacer valer su acreditado talante
xenófobo- , que no acepta más largas del ministro de finanzas del duque. El
ducado de Abacco, gobernado por Ramon XXII, no puede hacer frente a los pagarés
presentados por el financiador de la deuda, pero la actitud de su soberano ante
los asuntos del Ducado es de una irresponsabilidad absoluta, algo así como “Dios
proveerá”. Cuando todo está ya a punto de la declaración final de bancarrota,
se presenta en la corte un aventurero comercial usamericano que pretende
explotar unas minas de azufre en la isla, concesión por la que estaría
dispuesto a pagar el triple del valor de la deuda reconocida del Ducado. El
soberano se imagina, entonces, lo que supondría, en términos de contaminación y
enfermedades para sus súbditos dicha explotación y se niega. Desalentado por
esa recepción, el usamericano alentará una revolución, ya en marcha, contra el gran duque. Las fuerzas opositoras,
encabezadas por quien interpretó Nosferatu
con Murnau, Max Schreck, son unos desharrapados pordioseros que vienen a
representar algo así como los desgraciados que soportaban la monarquía francesa
antes de la Revolución, la que dio nombre a todas las que la siguieron. Los
opositores están vistos a medio camino entre el expresionismo y el tenebrismo
de Freaks, aunque avanzándose
notoriamente al director usamericano. La situación casi vodevilesca se complica
con la intervención de una duquesa rusa que, huyendo de la protección rígida de
su hermano, desea casarse con el atractivo gran duque de Abacco y aportar su
dote para salvar el Ducado. Cuando el duque pasa al continente, la revolución estalla,
los revolucionarios se hacen con el poder y la situación no se vuelve irremediable
porque un especulador que había comprado deuda de Abacco y ve cómo el soberano
ha sido destronado, se las ingeniará para que la fuerza naval rusa capitaneada
por el hermano de la joven que quiere casarse con el apuesto duque de Abacco
vaya a la isla para contribuir a liberar al duque, que ha sido capturado tras
volver a su Ducado y está a punto de ser
ejecutado en la horca. Antes de volver a su isla, el gran duque ha tenido la
ocasión de presentarse de incógnito ante la duquesa rusa, quien lo ignora
frente al bien mayor de su boda ducal. El reencuentro, así pues, teniendo el
duque la soga en el cuello, tiene una emotividad añadida a la burla de la
ridiculez de los métodos revolucionarios y de sus asustadizos representantes,
presentados en la película como si de infrahumanos se tratara, auténticamente
animalizados. Se trata, en resumidas cuentas, de la única comedia que dirigió
Friedrich Wilhelm Murnau, producida por la UFA y que supuso un gran éxito de
taquilla en su momento. El guion lo firma quien fuera mujer de Fritz Lang, Thea
von Harbou, de quien se separó para permanecer en Alemania al servicio de la
producción cinematográfica nazi, como disciplinada militante del partido que
fue. La fotografía, espléndida en los interiores y discreta en los exteriores,
pertenece a Karl Freund, que trabajó con Frit Lang en Metrópolis, y otros éxitos en Usamérica tras, él sí, exiliarse del
terror nazi. La parodia política no excluye ciertas cargas de profundidad que,
so capa del tono ligero de la película, permiten intuir severas
descalificaciones de los recursos del autoritarismo antidemocrático que esconde
la situación de inminente bancarrota del Ducado. La figura despreocupada, bon
vivant, del atractivo y ocioso duque, ajeno por completo a la dura realidad de
la deuda pública que financia su irresponsabilidad no excluye, así mismo, el
rapto de generosidad para con su pueblo que supone el veto a la explotación de
la mina de azufre, aunque ello suponga la bancarrota, su caída y el exilio. De
hecho, la intentona revolucionaria le pilla en el exilio, donde se consuma su
previsible final. Al perder todas las acciones del Ducado su valor, el acreedor
lo pierde todo, así como el especulador, que ha comprado buena parte de la
deuda del Ducado cuando este estaba prácticamente en números rojos, si bien el
segundo, cuando logre derrotar a la revolución y entronizar de nuevo al gran
duque, recobrará el valor de su inversión e incluso lo acrecentará. Hay un
humor ingenuo en esta película de Murnau, pero las interpretaciones son tan
magníficas que, al margen de los intertítulos que nos van dando los detalles de
la obra, esta se entiende sin cartel alguno. Deja un regusto de cine mudo
tópico, en algunas interpretaciones, por la exageración de las reacciones,
pero, en términos generales, la obra se ve con verdadero placer, no
necesariamente arqueológico, a pesar de ser una obra de 1924, porque el
discurso de la política, desde Grecia, es siempre actual, moderno,
contemporáneo. No olvidemos que, al modo de los musicales usamericanos, la
película, con su carga positiva de cordialidad, despreocupación y fe en el
porvenir, se rodó tras una época tan dramática en la historia de Alemania como
la de la hiperinflación del 21 al 23, de la que ya en 1924 se comienza a salir
con la invención del Rentenmark, pero
eso ya es otra historia… En la película, así pues, entre las bromas y risas de
la comedia vodevilesca no es difícil advertir una crítica profunda de la
incapacidad gubernamental para organizar una sociedad sana y progesista, al
margen de esos movimientos especuladores que minan la confianza en el sistema y
dan pie a la irrupción de los populismos de corte autoritario.
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