Preciosismo pictórico impecable para la vieja historia de
la dramática transexualidad: La chica danesa o la biografía contenida
de una pionera del cambio de sexo.
Título original: The Danish
Girl
Año: 2015
Duración: 120 min.
País: Reino Unido
Director: Tom Hooper
Guion: Lucinda Coxon (Novela: David Ebershoff)
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Danny Cohen
Reparto: Eddie Redmayne, Alicia Vikander, Matthias Schoenaerts, Amber Heard, Ben Whishaw, Sebastian Koch, Victoria Emslie, Adrian Schiller, Richard Dixon, Paul Kerry, Helen Evans,
Michael Gade Thomsen, Alicia
Woodhouse.
Lo bueno de ver ciertas
novedades cuando van camino de convertirse en vejedades, si se me permite el neologismo, es que se libra uno de
cualquier condicionamiento a la hora de plantarse ante ciertas películas
polémicas, porque resulta casi imposible sustraerse a esa visión colectiva que
son las opiniones, críticas, rumores, pases boca a boca, recomendaciones, etc.,
que tanto me suelen agobiar y frente a las que me defiendo, creo, bastante
bien. El otro día me senté ante La chica
danesa sin saber absolutamente nada de ella, excepto, claro está, que se
había estrenado y que tenía que ver, oí/leí vagamente sobre la transexualidad o
el travestismo o algo así. Fuera por la razón que fuese, no entró en el cupo de
películas imprescindibles. Ahora la recupero y he salido del visionado de la
misma con una excelente impresión, aun reconociendo un exceso de esteticismo en
la búsqueda de la puesta en escena perfecta, una frivolidad relativa en el
tratamiento del caso y una estilización respecto del original que le quita “hierro”,
por así decirlo, a la relativa dimensión chocante que tuvo la biografía real de
Einar Wegener, convertido, tras las operaciones de rigor, en Lili Elbe. Solo
hay que ver las diferencias entre el original y el estilizadísimo sosias de la
película para darnos cuenta de que la ficción es muy piadosa respeto de la
realidad, sobre todo porque Eddie Redmayne, travestido en Jessica Chastain,
consigue, con muy pocos aderezos, naturalizar la presencia femenina del
personaje. La película reduce las cinco operaciones de cambio de sexo a una y
dramatiza la relación matrimonial de ambos pintores, su mujer Gerda,
invitándola a travestirse para servirle de modelo, le acaba descubriendo una
identidad que estaba latente en Einar y que acaba conduciéndole, primero a una
profunda crisis de identidad, y, segundo, a descubrir su verdadera naturaleza
de mujer, desde la que ve su condición
masculina como una agresión insufrible de la que quiere liberarse cuanto
antes. Berlín, la capital más avanzada del mundo en el tratamiento de la
sexualidad durante la República de Weimar, es el destino para quien, bajo el
asesoramiento de Magnus Hirschfeld, un apóstol
indiscutible de la revolución sexual que no se consumaría hasta la década
prodigiosa de los 60 del mismo siglo, decide emascularse, primero y, después,
hacerse una construcción vaginal en Dresde, como aparece en la película. Quizás
todo hubiera ido más o menos bien en el proceso de cambio de sexo, si no
hubiera sido por la “necesidad” de Elbe de querer ser madre, para lo que hasta
le llegaron a implantar ovarios que le provocaron un fuerte rechazo y hubieron
de ser retirados. La película, no obstante, se mueve en un terreno no
idealizado, pero sí, hasta cierto punto de vista liviano, en el que se ahorran
los pormenores biológicos del asunto, centrándose en el proceso psicológico del
cambio de sexo y en un juego de máscaras, ahora Lili, ahora Einer, que corre
parejo al deterioro de la relación entre dos esposos que se convierten en dos
amigas, y que, en cierta forma, me ha recordado la película de Ozon, Una nueva amiga, donde Roman Duris le
hace una seria competencia a Eddie Redmayne, quien es posible que algo haya
tomado de aquella interpretación, aunque la suya, la de Redmayne es espectacular.
Me ha llamado la atención un fenómeno curioso: Lili no surge sola de Einer.
Primero es la mujer, Gerda, quien la saca a la luz, y, después, es Lili quien
ha de ir aprendiendo en infinidad de modelos cuál es el comportamiento adecuado
al que quiere adaptar la nueva criatura femenina nacida a partir de Einer. Esas
secuencias de la imitación furtiva de los modelos está, me parece, entre lo más
sobresaliente de la película. Desde el punto de vista de la realización, la
puesta en escena maravillosa de la casa de los pintores, así como de casi todos
los interiores, cuidadísimos, que aparecen en la película se anuncia ya desde
el principio de la película con el juego entre el paisaje y la recreación
artística del mismo, lo que se retoma, como era de esperar, al final de la
película. La ciudad de Copenhague, por otro lado, esta fotografiada con una
delicadeza en consonancia con el resto de escenarios. En España se han hecho
dos películas notabilísimas con este tema y en los dos sentidos posibles, Mi querida señorita, de Jaime de Armiñán
y Cambio de sexo, de Vicente Aranda.
Luego hay otras sobre el travestismo, como Un
hombre llamado Flor de otoño, de Pedro Olea, y otras que se apartan del
tema que nos ocupa. Por cierto, a título anecdótico, travestismo fue una palabra inventada y puesta en circulación por
Magnus Hirschfeld. La crítica al esteticismo de la película, como un severo
defecto, no acabo de entenderla, porque la historia tiene como protagonistas a
dos artistas, dos pintores que ven el mundo desde una perspectiva estética que
condiciona no solo su visión del mundo, sino, hasta cierto punto, su vida
cotidiana, pequeños detalles incluidos. La escena del retrato que hace la mujer
de un hombre en su estudio, estando ambos solos, nos pone sobre la pista de una
reflexión muy oportuna: la incomodidad del hombre al sentirse observado tan
intensamente por la mirada de una mujer. Esa incomodidad es la que sufre el
protagonista cuando, convertida en mujer, se siente observada, a su vez, y curiosamente,
por otra mujer. A pesar de que el efecto sorpresa de la transformación es
poderosamente llamativo en la interpretación de Redmayne, a ningún espectador puede pasarle por alto la
excelente interpretación de Alicia Vikander, la chica sueca…, y la matizada
gama de sentimientos y sensaciones que logra transmitir en la vivencia de una
relación marital que atraviesa por fases tan distintas como sorprendentes, ¡en
el primer tercio de siglo XX! En resumidas cuentas, un espectáculo visual,
moral y reivindicativo de primera magnitud.
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