lunes, 11 de septiembre de 2017

Los tenebrosos modos de la moda: “The Neon Demon”, de Nicolas Winding Refn.


Una crítica terrorífica de la cara oscura y perversa del glamour: The Neon Demon o cómo convertirse en víctima propiciatoria. 

Título original: The Neon Demon
Año: 2016
Duración: 117 min.
País: Francia
Director: Nicolas Winding Refn
Guion: Nicolas Winding Refn, Mary Laws, Polly Stenham
Música: Cliff Martinez
Fotografía: Natasha Braier
Reparto: Elle Fanning,  Karl Glusman,  Jena Malone,  Bella Heathcote,  Abbey Lee, Desmond Harrington,  Christina Hendricks,  Keanu Reeves,  Charles Baker, Jamie Clayton,  Stacey Danger,  Rebecca Dayan,  Vanessa Martinez,  Taylor Marie Hill.


Es posible que el camino gore escogido por Winding para su valiente denuncia de la “carnicería” que el imperio de la moda ejerce sobre el cuerpo de la mujer y, en este sector, sobre sus expectativas laborales no haya sido la mejor opción para conseguir sus objetivos últimos. Por lo poco que he leído de las críticas que recibió en su estreno, me parece que estamos ante un caso de notabilísima incomprensión crítica, de estómagos revueltos que se han quedado atascados en la fábula sin llegar al fondo insobornablemente valiente del relato: no tanto a la moraleja, que no la hay, cuanto a la crudeza de la descripción de una actividad humana que raya lo delictivo y se adentra en esa espesa, morbosa y opaca atmósfera de los secretos inconfesables, los deseos absolutos y los hechos inenarrables. En su momento se me pasó, como en tantas ocasiones, porque la velocidad de los estrenos supera la disponibilidad de las personas de medianos ingresos para atender a todas las propuestas. Aún recuerdo aquella biografía de Juan de la Cruz, La noche oscura, de Saura, que duró cuatro días en los Renoir, ¡en los Renoir!, y que aún no he visto, claro. Haré lo posible por remediarlo. Hasta me abonaré a Filmin, si es preciso. The Neon demon es un cuento a medio camino entre los relatos de vampiros y el canibalismo que se cruza con la misma base narrativa a la que se abonó La La Land, recientemente: una joven intenta triunfar en Los Angeles en el mundo del espectáculo, en este caso, el de las top models, cuyas vidas se describen en esta película de terror con el exacto glamour de la esclavitud dorada. Como una premonición, la película arranca con una sesión de fotos truculentas, algo así como una serie “grandes crímenes de la historia” o poco menos, con que la joven candidata a la fama, interpretada por una glacial y despiadada, a partes iguales, Elle Fanning, extraordinaria en su rol de “la nueva cara”, “la nueva expresión” que ese mundo de la moda consume vorazmente… Y por aquí, por el consumo, es por donde hemos de entender el recto sentido de la metáfora, plasmada crudamente, eso sí, que utiliza el autor para llevarnos a la convicción de que ciertas profesiones rayan en la esclavitud y en la opresión, en este caso consentidas, que es lo monstruoso. Mientras veía la película no he dejado de pensar en El ansia, de Tony Scott, acaso porque la puesta en escena, el lujo, el glamour, y la temática vampiresca de la película la acercan notablemente. The Neon Demon juega, sin embargo, además de con una realización preciosista, cada plano puede decirse que constituye una celebración pictórica del cine, con una capacidad notabilísima para generar una tensión propiamente de thriller, sobre todo a partir de la más que previsible venganza de la maquilladora por el despecho sufrido cuando esta inicia la conquista sexual de la joven modelo tras haberla instalado en su casa, después de huir de un motel que parece salido de La matanza de Texas, la verdad, y en el que la irrupción nocturna de un puma en la habitación de la protagonista nos lleva, automáticamente, a La mujer pantera, de Tourneur, por más que no pase de mera anécdota. Esa presencia animal ha de vincularse, sin embargo, con otros indicios, como el de las fotos del inicio, que van jalonando la peripecia vital de la protagonista como rótulos luminosos del final que le espera y que ella, sin embargo, es incapaz de descifrar. La película, como exige la temática, se acerca mucho a las películas mudas, porque la presencia, la corporeidad, siquiera sea a nivel epidérmico, y el mundo de la fotografía de moda y artística apenas exigen discurso y sí mucho maquillaje de la persona, de la máscara, de la percha… ¡Qué aterradora cosificación del cuerpo de la mujer advertimos en el desarrollo de la película, una degradación de la condición humana que me parece cien mil veces más estremecedora que la niñería del canibalismo metafórico descrito con un riguroso naturalismo de manual! Adviértase, además, que ese gore tan impresionante se resuelve, al final, en clave de comedia más que negrísima, de acuerdo, pero esa perspectiva nos ha de forzar a rever lo visto para descargarlo del morbo que en ningún momento, al menos así me lo parece a mí, es objetivo primordial del director. Aunque no es tampoco una prioridad de la película, me parece evidente que hay, por llamarlo así, una cierta pulsión documental en The Neon Demon, como se advierte en la soberbia secuencia del casting, por ejemplo, por más que cueste admitir la singularidad de la protagonista frente a ejemplares clásicos y modélicos de la belleza estándar que se ajustan milimétricamente a lo exigido por los productores de ese bien de consumo. Aprovecho esa secuencia para recordar, por cierto, la importancia que tiene la obra del fotógrafo Helmut Newton en la concepción y realización de esta película. No se trata tanto de que Windig recree instantáneas suyas cuanto de cómo se ha dejado atrapar por la mirada del fótografo y cómo ha transformado su realización en una continuación animada de aquella. La exquisitez formal de la película puede parecernos, a veces, muy fría, como la propia vida desangelada de las modelos que compiten por no ser arrumbadas por la última “cara bonita” que se presenta para destronarlas; pero está llena de hallazgos visuales extraordinarios, que constituyen un festival imaginativo de primera, muy al estilo del maestro Fellini, con quien también coincide Winding. Los efectos escénicos de las sesiones artísticas del fotógrafo de la trama son de una belleza formal arrebatadora. Otra cosa son las modelos, cuya perfección exterior convive con un horroroso primitivismo interior que se expresa a través de ese acto de canibalismo que tanto recuerda a los cuentos para niños de Perrault. La superficialidad impoluta, pues, contrasta con el pozo de rencores podridos que no consigue, sin embargo, agitar las esculpidas aguas de su belleza. La propia ciudad, a través del motel barato, es otro enemigo de la doncella intrépida que se ha internado en la foresta medieval sin más auxilio que su candidez y que será preceptivamente abatida, como fácil presa que es, por las fueras omnipresentes del mal. A mí, la verdad, la película me ha parecido un alegato feminista de primer orden contra la cosificación de la mujer en ese mundo en el que la apariencia del arte le cubre las espaldas a la explotación miserable, pero ahí lo dejo, que doctoras tiene la Iglesia… La película, de obligada visión, por supuesto.

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