Una crítica terrorífica de la cara
oscura y perversa del glamour: The Neon
Demon o cómo convertirse en víctima propiciatoria.
Título original: The Neon Demon
Año: 2016
Duración: 117 min.
País: Francia
Director: Nicolas Winding Refn
Guion: Nicolas Winding Refn,
Mary Laws, Polly Stenham
Música: Cliff Martinez
Fotografía: Natasha Braier
Reparto: Elle Fanning, Karl Glusman,
Jena Malone, Bella
Heathcote, Abbey Lee, Desmond
Harrington, Christina Hendricks, Keanu Reeves,
Charles Baker, Jamie Clayton,
Stacey Danger, Rebecca
Dayan, Vanessa Martinez, Taylor Marie Hill.
Es posible que el camino gore escogido por Winding para su valiente denuncia de la “carnicería”
que el imperio de la moda ejerce sobre el cuerpo de la mujer y, en este sector,
sobre sus expectativas laborales no haya sido la mejor opción para conseguir
sus objetivos últimos. Por lo poco que he leído de las críticas que recibió en
su estreno, me parece que estamos ante un caso de notabilísima incomprensión crítica,
de estómagos revueltos que se han quedado atascados en la fábula sin llegar al
fondo insobornablemente valiente del relato: no tanto a la moraleja, que no la
hay, cuanto a la crudeza de la descripción de una actividad humana que raya lo
delictivo y se adentra en esa espesa, morbosa y opaca atmósfera de los secretos
inconfesables, los deseos absolutos y los hechos inenarrables. En su momento se
me pasó, como en tantas ocasiones, porque la velocidad de los estrenos supera
la disponibilidad de las personas de medianos ingresos para atender a todas las
propuestas. Aún recuerdo aquella biografía de Juan de la Cruz, La noche oscura, de Saura, que duró
cuatro días en los Renoir, ¡en los Renoir!, y que aún no he visto, claro. Haré
lo posible por remediarlo. Hasta me abonaré a Filmin, si es preciso. The Neon demon es un cuento a medio
camino entre los relatos de vampiros y el canibalismo que se cruza con la misma
base narrativa a la que se abonó La La
Land, recientemente: una joven intenta triunfar en Los Angeles en el mundo
del espectáculo, en este caso, el de las top
models, cuyas vidas se describen en esta película de terror con el exacto
glamour de la esclavitud dorada. Como una premonición, la película arranca con
una sesión de fotos truculentas, algo así como una serie “grandes crímenes de
la historia” o poco menos, con que la joven candidata a la fama, interpretada
por una glacial y despiadada, a partes iguales, Elle Fanning, extraordinaria en
su rol de “la nueva cara”, “la nueva expresión” que ese mundo de la moda
consume vorazmente… Y por aquí, por el consumo, es por donde hemos de entender
el recto sentido de la metáfora, plasmada crudamente, eso sí, que utiliza el
autor para llevarnos a la convicción de que ciertas profesiones rayan en la
esclavitud y en la opresión, en este caso consentidas, que es lo monstruoso.
Mientras veía la película no he dejado de pensar en El ansia, de Tony Scott,
acaso porque la puesta en escena, el lujo, el glamour, y la temática vampiresca
de la película la acercan notablemente. The
Neon Demon juega, sin embargo, además de con una realización preciosista,
cada plano puede decirse que constituye una celebración pictórica del cine, con
una capacidad notabilísima para generar una tensión propiamente de thriller,
sobre todo a partir de la más que previsible venganza de la maquilladora por el
despecho sufrido cuando esta inicia la conquista sexual de la joven modelo tras
haberla instalado en su casa, después de huir de un motel que parece salido de La matanza de Texas, la verdad, y en el
que la irrupción nocturna de un puma en la habitación de la protagonista nos
lleva, automáticamente, a La mujer
pantera, de Tourneur, por más que no pase de mera anécdota. Esa presencia
animal ha de vincularse, sin embargo, con otros indicios, como el de las fotos
del inicio, que van jalonando la peripecia vital de la protagonista como
rótulos luminosos del final que le espera y que ella, sin embargo, es incapaz
de descifrar. La película, como exige la temática, se acerca mucho a las
películas mudas, porque la presencia, la corporeidad, siquiera sea a nivel
epidérmico, y el mundo de la fotografía de moda y artística apenas exigen
discurso y sí mucho maquillaje de la persona, de la máscara, de la percha… ¡Qué
aterradora cosificación del cuerpo de la mujer advertimos en el desarrollo de
la película, una degradación de la condición humana que me parece cien mil
veces más estremecedora que la niñería del canibalismo metafórico descrito con
un riguroso naturalismo de manual! Adviértase, además, que ese gore tan impresionante se resuelve, al
final, en clave de comedia más que negrísima, de acuerdo, pero esa perspectiva
nos ha de forzar a rever lo visto para descargarlo del morbo que en ningún
momento, al menos así me lo parece a mí, es objetivo primordial del director. Aunque
no es tampoco una prioridad de la película, me parece evidente que hay, por
llamarlo así, una cierta pulsión documental en The Neon Demon, como se advierte en la soberbia secuencia del
casting, por ejemplo, por más que cueste admitir la singularidad de la
protagonista frente a ejemplares clásicos y modélicos de la belleza estándar
que se ajustan milimétricamente a lo exigido por los productores de ese bien de
consumo. Aprovecho esa secuencia para recordar, por cierto, la importancia que
tiene la obra del fotógrafo Helmut Newton en la concepción y realización de
esta película. No se trata tanto de que Windig recree instantáneas suyas cuanto
de cómo se ha dejado atrapar por la mirada del fótografo y cómo ha transformado
su realización en una continuación animada de aquella. La exquisitez formal de
la película puede parecernos, a veces, muy fría, como la propia vida
desangelada de las modelos que compiten por no ser arrumbadas por la última “cara
bonita” que se presenta para destronarlas; pero está llena de hallazgos
visuales extraordinarios, que constituyen un festival imaginativo de primera,
muy al estilo del maestro Fellini, con quien también coincide Winding. Los
efectos escénicos de las sesiones artísticas del fotógrafo de la trama son de
una belleza formal arrebatadora. Otra cosa son las modelos, cuya perfección exterior
convive con un horroroso primitivismo interior que se expresa a través de ese
acto de canibalismo que tanto recuerda a los cuentos para niños de Perrault. La
superficialidad impoluta, pues, contrasta con el pozo de rencores podridos que
no consigue, sin embargo, agitar las esculpidas aguas de su belleza. La propia
ciudad, a través del motel barato, es otro enemigo de la doncella intrépida que
se ha internado en la foresta medieval sin más auxilio que su candidez y que
será preceptivamente abatida, como fácil presa que es, por las fueras omnipresentes
del mal. A mí, la verdad, la película me ha parecido un alegato feminista de
primer orden contra la cosificación de la mujer en ese mundo en el que la
apariencia del arte le cubre las espaldas a la explotación miserable, pero ahí
lo dejo, que doctoras tiene la Iglesia… La película, de obligada visión, por
supuesto.
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