La sabiduría narrativa de un maestro para una archicuriosa
película olvidada: Cyrano y D’Artagnan
o la ciencia y la ficción creando una nueva dimensión.
Título original: Cyrano et D'Artagnan
Año: 1964
Duración: 115 min.
País: Francia
Director: Abel Gance
Guion: Abel Gance
Música: Michel Magne
Fotografía: Otello Martelli
Reparto: José Ferrer,
Jean-Pierre Cassel, Sylva
Koscina, Daliah Lavi, Rafael Rivelles, Laura Valenzuela, Julián Mateos, Michel Simon,
Philippe Noiret, Gabrielle
Dorziat.
Abel Gance ha sido uno de
los pilares del cine europeo y mundial, y su Napoleón (al menos la versión reducida a 4 horas), de 1927, me causó,
en los inicios de mi afición al cine, una impresión que aún hoy me dura. No había
vuelto a ver ninguna película suya y el otro día, en Tallers 79, cayó en mis
manos esta película que, por el año, 1964, la producción española, de Dibildos,
y la nómina de actores y actrices españoles que en ella aparecen me hizo
sospechar si no se trataba de otro Abel Gance, o de un posible hijo suyo o de
una coincidencia nominal. Nada. El legítimo, el auténtico creador del inmortal Napoleón,
filmó esta película en cuyo guion participó un escritor tan dotado para las
historias de acción y episódicas como Rafael García Serrano, así como el propio
productor, José Luis Dibildos. La película, aun siendo de temática francesa ha tenido
una distribución , al menos en DVD, exclusivamente en español, lo que me priva
de la versión original, pero aparecen tantos intérpretes españoles que bien
puede decirse que estamos ante una versión semioriginal. A mí la película me ha
encantado, a pesar de ciertas concesiones que el director hubo de hacer a la
inevitable dimensión de producto de consumo que impone la producción y que, en
otra ocasión posterior, tanto éxito tuvo, en producción de Dibildos y con
interpretación de Alain Delon en El Tulipán
negro, con un divertido Marsillach en el ridículo papel de malvado. Lo
primero que ha de decirse es que la historia escogida por Gance una mezcla de
ficción y realidad, un personaje real, Cyrano, y uno de ficción, D’Artagnan, le
van a permitir desarrollar una intriga en torno a las conocidas y difíciles
relaciones entre Luis XIII y su mujer, Ana de Austria, interpretada eficazmente
por Laura Valenzuela, en la que lo de menos será precisamente esa vieja
historia repetida hasta la saciedad en la mil y una versiones hechas de Los tres mosqueteros. Lo importante es
el retrato de los personajes, sobre todo el de Cyrano, cuya fanfarronería y
lirismo corren parejos con su espíritu científico y su calidad de visionario.
Guardo como un tesoro un viejo librillo comprado de segunda mano y leído, me
imagino por varios cientos de ojos, del Viatge
a la lluna, traducido al catalán por Martí de Riquer. Cyrano, en el relato
de Gance se caracteriza por ser poco menos que un émulo de Leonardo de Vinci,
aunque sin las habilidades pictóricas de este, pero sí las físicas y
matemáticas. Empieza la película con el vuelo rasante de un engendro aeronáutico
que dura apenas unos minutos en el aire, para ver descender, después, al
personaje en un peculiar paracaídas. El dinamismo enloquecedor de Cyrano, su
exuberancia vital, no es, sin embargo, la de un Cyrano joven, sino la de un
Cyrano maduro, dueño de una experiencia con la que se abre paso en la Corte,
junto a D’Artagnan, de quien se narra, como es preceptivo, su ingreso en el
selecto club de los Mosqueteros. Habiéndose ganado la envidia y el odio de
muchos rivales, Cyrano tiene una secuencia hermosísima en la que ha de pelear
él solo contra una caterva de facinerosos que, guiados por un noble rival,
pretenden acabar con él. La presencia de dos damas, de una de las cuales está
enamorada -de la otra lo está D’Artagnan, claro- sirve como acicate para la
demostración de bravura y habilidad con la espada. En el momento crítico,
cuando casi a traición es reducido por tres oponentes al tiempo, tres aves de
presa vuelan en su auxilio y se ceban en los ojos de sus asaltantes. Ello se
debe, no lo había dicho antes, a que Cyrano es un ser que tiene el poder de
hablar con los elementos de la naturaleza y especialmente con los pájaros, de
quien recibe los secretos para diseñar sus aeronaves. Esa dimensión ecológica,
del personaje, o franciscana, o propia de Apolo y de Orfeo, le otorga una
dimensión moderna al personaje que casa a la perfección con su sed de
conocimiento científico. El ideal de vida de Cyrano es, por otro lado, muy
propio de lo que tanto se estila hoy: vivir el presente, el aquí y ahora,
haciendo caso omiso del futuro y del pasado. Todo ello se manifiesta en cada
uno de sus actos, llenos de optimismo y en los que e desenvuelve a través de
una sonrisa que va de la franqueza hasta la insolencia e incluso a la burla
despiadada. La puesta en escena de la película, con unos exteriores francamente
magníficos y perfectamente fotografiados, así como con unos interiores, sobre
todo en su terruño, llenos de encantadora verosimilitud, confieren a la cinta
una dignidad de realización que poco o nada tiene que ver con ciertos pasajes
adocenados y casi vulgares, me refiero al juego de equívocos galantes con las
damas o a ciertas escenas palaciegas con un Richelieu demasiado envarado y un
Philippe Noiret algo bobón en su Luis XIII. José Ferrer, quien ya había
interpretado el personaje con anterioridad, lo anima con una campechanía rural
francesa que no es incompatible con su refinada formación humanística. Se
conjugan en su persona las mejores virtudes populares y la exquisitez de una
formación delicada. Todo ello, claro está, referido a un Cyrano en el apogeo de
su fama y dueño de una experiencia vital que aflora en muchas de sus expresiones
cuando la seriedad de la situación lo requiere. El tono general bon vivant
domina en la relación de los dos personajes y aunque el exceso de risas de
Cyrano puede acabar pareciéndole al espectador algo exagerado e impropio del
personaje, vale decir que privarle de ellas sería tanto como privarle a don
Juan de su exhibicionismo. Sí, es una película de circunstancias, pero Abel
Gance ha impreso en ella el sello inconfundible de su buen hacer, algo que la
hace un apetitoso manjar para los cinéfilos que aún no se hayan acercado a
catarla. ¡Gran honor para Dibildos, haberla producido!
No hay comentarios:
Publicar un comentario