sábado, 16 de septiembre de 2017

Un excelente film olvidado de Abel Gance: “Cyrano y D’Artagnan”.


La sabiduría narrativa de un maestro para una archicuriosa película olvidada: Cyrano y D’Artagnan o la ciencia y la ficción creando una nueva dimensión.
  
Título original: Cyrano et D'Artagnan
Año: 1964
Duración: 115 min.
País:  Francia
Director: Abel Gance
Guion: Abel Gance
Música: Michel Magne
Fotografía: Otello Martelli
Reparto: José Ferrer,  Jean-Pierre Cassel,  Sylva Koscina,  Daliah Lavi,  Rafael Rivelles, Laura Valenzuela,  Julián Mateos,  Michel Simon,  Philippe Noiret,  Gabrielle Dorziat.


Abel Gance ha sido uno de los pilares del cine europeo y mundial, y su Napoleón (al menos la versión reducida a 4 horas), de 1927, me causó, en los inicios de mi afición al cine, una impresión que aún hoy me dura. No había vuelto a ver ninguna película suya y el otro día, en Tallers 79, cayó en mis manos esta película que, por el año, 1964, la producción española, de Dibildos, y la nómina de actores y actrices españoles que en ella aparecen me hizo sospechar si no se trataba de otro Abel Gance, o de un posible hijo suyo o de una coincidencia nominal. Nada. El legítimo, el auténtico creador del inmortal  Napoleón, filmó esta película en cuyo guion participó un escritor tan dotado para las historias de acción y episódicas como Rafael García Serrano, así como el propio productor, José Luis Dibildos. La película, aun siendo de temática francesa ha tenido una distribución , al menos en DVD, exclusivamente en español, lo que me priva de la versión original, pero aparecen tantos intérpretes españoles que bien puede decirse que estamos ante una versión semioriginal. A mí la película me ha encantado, a pesar de ciertas concesiones que el director hubo de hacer a la inevitable dimensión de producto de consumo que impone la producción y que, en otra ocasión posterior, tanto éxito tuvo, en producción de Dibildos y con interpretación de Alain Delon en El Tulipán negro, con un divertido Marsillach en el ridículo papel de malvado. Lo primero que ha de decirse es que la historia escogida por Gance una mezcla de ficción y realidad, un personaje real, Cyrano, y uno de ficción, D’Artagnan, le van a permitir desarrollar una intriga en torno a las conocidas y difíciles relaciones entre Luis XIII y su mujer, Ana de Austria, interpretada eficazmente por Laura Valenzuela, en la que lo de menos será precisamente esa vieja historia repetida hasta la saciedad en la mil y una versiones hechas de Los tres mosqueteros. Lo importante es el retrato de los personajes, sobre todo el de Cyrano, cuya fanfarronería y lirismo corren parejos con su espíritu científico y su calidad de visionario. Guardo como un tesoro un viejo librillo comprado de segunda mano y leído, me imagino por varios cientos de ojos, del Viatge a la lluna, traducido al catalán por Martí de Riquer. Cyrano, en el relato de Gance se caracteriza por ser poco menos que un émulo de Leonardo de Vinci, aunque sin las habilidades pictóricas de este, pero sí las físicas y matemáticas. Empieza la película con el vuelo rasante de un engendro aeronáutico que dura apenas unos minutos en el aire, para ver descender, después, al personaje en un peculiar paracaídas. El dinamismo enloquecedor de Cyrano, su exuberancia vital, no es, sin embargo, la de un Cyrano joven, sino la de un Cyrano maduro, dueño de una experiencia con la que se abre paso en la Corte, junto a D’Artagnan, de quien se narra, como es preceptivo, su ingreso en el selecto club de los Mosqueteros. Habiéndose ganado la envidia y el odio de muchos rivales, Cyrano tiene una secuencia hermosísima en la que ha de pelear él solo contra una caterva de facinerosos que, guiados por un noble rival, pretenden acabar con él. La presencia de dos damas, de una de las cuales está enamorada -de la otra lo está D’Artagnan, claro- sirve como acicate para la demostración de bravura y habilidad con la espada. En el momento crítico, cuando casi a traición es reducido por tres oponentes al tiempo, tres aves de presa vuelan en su auxilio y se ceban en los ojos de sus asaltantes. Ello se debe, no lo había dicho antes, a que Cyrano es un ser que tiene el poder de hablar con los elementos de la naturaleza y especialmente con los pájaros, de quien recibe los secretos para diseñar sus aeronaves. Esa dimensión ecológica, del personaje, o franciscana, o propia de Apolo y de Orfeo, le otorga una dimensión moderna al personaje que casa a la perfección con su sed de conocimiento científico. El ideal de vida de Cyrano es, por otro lado, muy propio de lo que tanto se estila hoy: vivir el presente, el aquí y ahora, haciendo caso omiso del futuro y del pasado. Todo ello se manifiesta en cada uno de sus actos, llenos de optimismo y en los que e desenvuelve a través de una sonrisa que va de la franqueza hasta la insolencia e incluso a la burla despiadada. La puesta en escena de la película, con unos exteriores francamente magníficos y perfectamente fotografiados, así como con unos interiores, sobre todo en su terruño, llenos de encantadora verosimilitud, confieren a la cinta una dignidad de realización que poco o nada tiene que ver con ciertos pasajes adocenados y casi vulgares, me refiero al juego de equívocos galantes con las damas o a ciertas escenas palaciegas con un Richelieu demasiado envarado y un Philippe Noiret algo bobón en su Luis XIII. José Ferrer, quien ya había interpretado el personaje con anterioridad, lo anima con una campechanía rural francesa que no es incompatible con su refinada formación humanística. Se conjugan en su persona las mejores virtudes populares y la exquisitez de una formación delicada. Todo ello, claro está, referido a un Cyrano en el apogeo de su fama y dueño de una experiencia vital que aflora en muchas de sus expresiones cuando la seriedad de la situación lo requiere. El tono general bon vivant domina en la relación de los dos personajes y aunque el exceso de risas de Cyrano puede acabar pareciéndole al espectador algo exagerado e impropio del personaje, vale decir que privarle de ellas sería tanto como privarle a don Juan de su exhibicionismo. Sí, es una película de circunstancias, pero Abel Gance ha impreso en ella el sello inconfundible de su buen hacer, algo que la hace un apetitoso manjar para los cinéfilos que aún no se hayan acercado a catarla. ¡Gran honor para Dibildos, haberla producido!

No hay comentarios:

Publicar un comentario