martes, 3 de septiembre de 2019

«The Stepford wives», de Bryan Forbes, o en los albores de la distopía como género…



Una película feminista y de terror, traducida torpemente como Adoptar una esposa, esta historia de Ira Levin culmina la trilogía de obras maestras de Bryan Forbes: Cuando el viento silba, un debut impactante, Plan siniestro y la presente.

Título original: The Stepford Wives
Año: 1975
Duración: 115 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Bryan Forbes
Guion: William Goldman (Novela: Ira Levin)
Música: Michael Small
Fotografía: Owen Roizman
Reparto: Katharine Ross,  Paula Prentiss,  Peter Masterson,  Nanette Newman,  Tina Louise, Mary Stuart Masterson,  Dee Wallace.

Con un comienzo muy parecido al de la versión usamericana de Funny Games, de Haneke, la película arranca en un ruidoso Nueva York del que una pareja con dos hijas sale huyendo para buscar la paz de un típico suburb usamericano idealizado en miles de películas. Ella, fotógrafa, se despide de la ciudad haciendo una fotos urbanas de una persona que carga con una maniquí a través de la ciudad, con los diversos encontronazos que ello le supone. El padre, abogado, cuando las niñas le dicen lo que han visto, se limita a contestar la siguiente enigmática respuesta: Well, that's why we're moving to Stepford. (Bueno, por eso es por lo que nos mudamos a Stepford).; y lo que queda dicho casi como un disparate de urgencia que a veces se les dicen a los niños ante sus insólitas interpelaciones acaba convirtiéndose, al final de la película, en la clave de la misma, una suerte de prolepsis, «anticipación», que como le pilla desprevenido al espectador le es imposible siquiera recordar a lo largo del desarrollo de la historia.
Recordemos que hay una versión moderna de esta película, dirigida por Frank Oz en 2004, con Nicole Kidman y Bette Midler, pero, sinceramente, no creo que tenga el encanto de esta producción modesta, con una estética setentera que es la propia de una película extraordinaria como Zodiac, de David Fincher. Aunque cuenta con Katharine Ross, la coprotagonista de El graduado, de Mike Nichols, y con Paula Prentiss, deslumbrante en Su juego favorito, de Hawks, el resto del reparto bien lo podríamos encuadrar en el propio de las películas de serie B, lo cual, en vez de ser una desventaja, se convierte, por la verosimilitud que otorgan a la trama, en un factor decisivo para entrar en el perverso enredo que nos propone la historia.
La pareja llega a una localidad en la que no solo no tienen ni que cerrar la puerta de casa, sino que todos los vecinos son de una amabilidad exquisita. La tensión matrimonial que arrastra la pareja es la propia de haber tomado una decisión en la que la gran sacrificada ha sido ella, la mujer, fotógrafa, quien ve muy difícil tratar de abrirse paso artísticamente desde una localidad pequeña con una vida insulsa y rutinaria que no contribuye precisamente a despertar el instinto cazador de imágenes de quien aspira a convertirse en fotógrafa reconocida.
Desde que llegan, sin embargo, está claro que el marido parece haber encontrado “su” lugar en el mundo, a juzgar por cómo no solo se integra en la vida de la localidad, sino que no tarda en decidir formar parte de la Asociación de Hombres de la misma, un club privado al que no pueden pertenecer las mujeres, algo que choca radicalmente con el estilo de vida igualitario que tiene la pareja que se traslada a Stepford. a la que no parece gustarle esa discriminación, mundo de hombres y mundo de mujeres, tan perfectamente definidos y acotados.
Poco a poco, además, la protagonista irá conociendo a las mujeres de la localidad y dándose cuenta de que el estilo de vida de ellas -salvo el de un alma gemela con quien puede desahogarse y planear la huida del lugar, tras convencer a sus respectivos maridos-,  preocupadas por el aseo su casa, por complacer a sus esposos y por su propio acicalamiento, amén de cuidar de la prole, no forma parte de lo que sería su «ideal» de vida.
El tono amenazador de la película comienza a construirse cuando los amigos del marido, todos ejecutivos de empresas de alta tecnología, una suerte de Sillicon Valley de la época, celebran una reunión en casa de la pareja para darles la bienvenida. A lo largo de la sesión, uno de los miembros empleará la sesión en hacer un perfectísimo retrato a lápiz de la nueva vecina, un retrato que luego acabaremos viendo en las casas de esas mujeres sumisas y adocenadas, por cierto, sin que podamos explicarnos la relación que enseguida, como avezados espectadores, estamos seguros de que hay entre ellos. A medida que el marido va sintiéndose más cómodo en Stepford, ella va desarrollando una enorme ansiedad creciente que la lleva incluso a una consulta psicológica, pero su determinación es firme: salir de Stepford. Cuando el marido acaba asintiendo y cuando va a revelárselo a su amiga, quien  estaba dispuesta a secundarla, esta acaba de volver de un viaje «íntimo» con su marido y se le aparece a la protagonista como una mujer absolutamente distinta: con un comportamiento en las antípodas del anterior: es decir, «ajustada» al modelo de las otras esposas de Stepford y alejada, en consecuencia del tipo de vida libre y moderna que quiere llevar a cabo la protagonista. Y hasta aquí puedo contar de una película que se adentra, pocas secuencias después, en lo menor de una película de suspense y que yo estoy obligado a respetar. Es posible que la película no haya tenido muchos espectadores, dados los 44 años que nos separan de su rodaje, e ignoro cuántos tuvo la versión con Nicole Kidman, pero aun así, prefiero no dar ni un paso más allá de lo que es justo que cuente. La película tiene una dirección podríamos decir «funcional», transparente, muy apegada a la historia, si bien no son pocas las tomas que acentúan, desde detrás de los personajes, la sensación inminente de que algo está a punto de pasar, o las tomas desde ángulos inverosímiles que acogen a los miembros del club de los hombres en la casa de los protagonistas, Joanna y Walter, con una sensación de agobio propia de la amenaza real que representan. No faltan, claro está los primeros planos de la mano en la escalera en penumbra o los travelines que nos permiten conocer el «entorno» industrial avanzado en el que se instala la pareja y que tan determinante relación tiene con la historia. Ira Levin, recordémoslo, es el autor de La semilla del diablo,  cuya versión cinematográfica dirigió Roman Polansky, lo cual no deja de ser toda una referencia dentro del género del suspense e incluso del terror… Por si las feministas tenían pocos argumentos en su lucha contra el heteropatriarcado, está claro que esta película les va a dar gruesa munición…
Adenda: Acabo de ver el remake de Frank Oz, cuyos títulos de crédito, ¡espectaculares!, anunciaban una revisión estética con aire kitsch  y acentuado tono de parodia que, desgraciadamente, no se ha confirmado en el desarrollo de la historia, con una impostada deriva feministoide que ridiculiza la espléndida idea del original. La propia película se hace un autospoiler a medio metraje del que no se recupera en lo que resta, que cada vez va a peor. La actuación de consumados actores y actrices es tan endeble como la incomprensión radical del guion que se aprecia en sus esfuerzos por levantar una historia que no se sostiene ni por asomo. Este remake sirve, por contrate, para realzar la calidad de la cinta de Forbes y convertirla poco menos que en un clásico. Incluso le acaban resultando indiferentes al espectador valores tan sólidos como el contrastado y hermoso color de la cinta, la impecable puesta en escena y el magnífico vestuario: está al servicio de una nonada, y, como tal, uno se siente estafado: tanta estética para tan poca ética, porque los dilemas morales del original aquí han desaparecido por completo. Dicen que en política se puede hacer de todo menos el ridículo, ¡pues no quieras ver, entonces,  en el cine!

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