Una protofeminista militante que defendió su independencia
moral y social y su libertad de pensamiento frente a la sumisión a la figura
dominante, entonces, del hombre todopoderoso.
Título original: Lou Andreas-Salomé
Año: 2016
Duración: 113 min.
País: Alemania
Dirección: Cordula Kablitz-Post
Guion: Cordula Kablitz-Post, Susanne Hertel
Música: Judit Varga
Fotografía: Matthias Schellenberg
Reparto: Nicole Heesters, Katharina Lorenz, Liv Lisa Fries, Helena
Pieske, Matthias Lier, Katharina Schüttler, Julius Feldmeier, Peter Simonischek.
Vaya por delante que estamos en presencia de una película «militante»,
esto es, partidaria acrítica de la figura que se retrata en ella, una intelectual
firme y contundente como lo fue Lou Andreas-Salomé; pero acto seguido he de
decir que ese retrato se pretende objetivo, lo más objetivo posible, claro
está, dada la «adhesión» desde la que se plantea la historia de su vida. La realización de la directora, sin embargo, va
más allá del mero biografismo tradicional, contar los sucesos trascendentales
de la vida de la biografiada, para adentrarse en un sutil ejercicio de
penetración psicológica que, a través de las imágenes, no de los discursos, va
desgranando la visión de una Lou Andreas-Salome que va descubriéndose a sí
misma a través no solo del contacto con los demás, sobre todo con los hombres,
sino también del contacto con la naturaleza y autoanalizando sus propias
reacciones, a veces incluso muy contradictoria, si no irracional. Lo que queda
claro desde el comienzo de la película es la férrea determinación de la
protagonista de enfrentarse a quienes la rodean, y principalmente a su madre, que
quiere para ella el destino de la alienación más absoluta, meterla en el
engranaje social de la aceptación de unos valores y unas normas que penalizaban
hasta la desesperación a las mujeres con espíritu libre y sed de conocimiento.
Poco a poco, la férrea determinación de la protagonista de cultivarse, animada
por un mentor cuyas intenciones lúbricas acaban haciéndole ver aún más la necesidad
de construir una independencia que, en un acto de «rendición» estratégica pasó por
un matrimonio de conveniencia que incluyó una cláusula tácita de ausencia de
relaciones sexuales.
Desde el punto de vista cinematográfico, sin embargo, es
digno de elogio el intento de la directora por jugar con elementos como los
decorados con maquetas para ambientar los primeros compases de la presencia de Andreas-Salomé
en las diferentes ciudades, de modo que, yendo después a los interiores, se
consigue un dinamismo narrativo que recuerda aquellos decorados de La
inglesa y el duque, de Rohmer, tan estilizados, tan exquisitos. Los
primeros planos, tan intensos, permiten ahondar, gracias a una estupenda
interpretación, en la particular psicología de una autora que amaba la libertad
sobre todas las cosas.
Para el gran público, y para el selecto, está claro que la
vida amorosa de Andreas-Salomé, quien desafió tan tempranamente todas las censuras
sociales al proponerles a Nietzsche y a Réee vivir juntos en la misma casa evidentemente
sin que ella estuviera casada con ninguno de los dos, resulta uno de los capítulos
más atractivos de su vida, sobre todo la frustrada relación con Nietzsche, a
quien su hermana, una auténtica y castradora tigresa nacionalsocialista avant la
lettre, dominó en los últimos años de la frágil vida psiquiátrica del gran
filósofo.
Confieso
que la elección de los dos actores que interpretan a Nietzsche y a Rilke, tan
frágil este último, tan delicado, son una excelente baza de la película, como,
así mismo, el desdoblamiento de la vida de la pensadora, entre el presente de su
cercanía a la muerte y su pasado, interpretado por Nicole Heesters y Katharina
Lorenz, respectivamente. Ese juego entre el presente y la evocación del pasado
permite crear un ritmo muy acertado que facilita el ordenamiento de la vida de
la escritora en función de sus diversas etapas vitales, siempre desde el
compromiso con su ideal de independencia y su franca manera de entender la
libertad sexual sin ataduras y sin compromisos, que tanto escandalizó, como ya
hemos dicho, en su momento. Es evidente que el retrato de Andreas-Salomé por
fuerza ha de destacar esa vertiente de lucha feminista, aunque la película no
dé a entender que ella sea consciente del valor «ejemplar» de tal esfuerzo de
afirmación individual en una época en la que tan estrechas eran las veredas
reservadas a las mujeres y tan anchísimas las destinadas a los hombres.
La película
tiene la virtud, al arrancar desde el acercamiento de un admirador a su casa,
quien acaba convirtiéndose en su albacea literario, de potenciar sobre todas
las cosas la dedicación intelectual de Andreas-Salomé y sus contribuciones, por
ejemplo, a la teoría freudiana, pues fue una de las pocas personas no
psicoanalistas aceptadas en el club de los miércoles de Freud. De hecho, Salomé
no solo hizo valiosas aportaciones a la teoría psicoanalítica, sobre todo al narcisismo,
que ella entendía de doble sentido, hacia uno, pero también hacia los demás,
sino que se dedicó profesionalmente al psicoanálisis en Gotinga e incluso se
juega, en la parte del presente de la película, con esos saberes para psicoanalizar
al extraño que se adentra en su vida y a quien ella le va recontando los
episodios de su vida que inmediatamente la película nos va describiendo. Después
de haber visto innumerables biopics, he de confesar que no hay género
cinematográfico tan resbaladizo como este, porque la posibilidad de meter la
pata hasta el corvejón está a la orden del día. O se peca de edulcorante o de
parquedad o de acidez o de superficialidad… Siempre se peca, cuando alguien se
plantea dirigir una biografía de alguien conocido. Lou Andreas-Salomé no es un
personaje tan conocido como debiera, dada su trascendental importancia en el
desarrollo de la lucha feminista en aquellos años clave de Europa, y esta
película, llena de sensibilidad y con un guion perfectamente estructurado
permite acercarnos a su vida con cierto provecho, sumo interés y total delectación
estética.
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