sábado, 6 de febrero de 2021

«Círculo rojo», de Jean-Pierre Melville o la perfección con reparos del «polar»

 

Un polar de realización impecable, pero con inexcusables fallos de guion. ¡Memorable, la actuación de Montand!

 

Título original: Le cercle rouge

Año: 1970

Duración: 140 min.

País:  Francia

Dirección: Jean-Pierre Melville

Guion: Jean-Pierre Melville

Música: Eric Demarsan

Fotografía Henri Decaë

Reparto: Alain Delon, Bourvil, Gian Maria Volonté, Yves Montand, François Périer, André Eycan, Paul Crauchet.

 

Jean-Pierre Melville no es el único director francés que ha sabido adaptar con éxito el código usamericano de las películas policiacas, aunque sí el que les ha imprimido, a las suyas, un estilo personal que las hace inconfundibles, sobre todo por la creación, en El silencio de un hombre, de un personaje, el «samurái», tan propiamente interpretado por un Alain Delon en el mejor momento de su carrera. Círculo rojo es la segunda película de la famosa «trilogía del samurái» de Melville, a la que puso punto final con Crónica negra.

Desde el inicio de la película, con la doble narrativa en contrapunto de un preso transportado por un comisario en un tren y el encargo que le hace uno de los policías de la prisión, a un preso que cumple su condena,  para realizar un atraco a una importante joyería de París, advertimos una corriente crítica antipolicial que impide levantar con claridad nítida la frontera a cuyos lados han de situarse unos y otros, policías y delincuentes. La parsimonia, el silencio, el control de los propios actos, la firme determinación en la conquista de ciertos objetivos y el sentido de la lealtad profesional son rasgos definitorios de los personajes: un profesional, Delon, y un teórico «aficionado», Volonté, quienes, por un azar del destino se encuentran embarcados en un mismo destino: uno, evadirse de la policía; el otro, de la persecución de un delincuente con quien, nada más ser puesto en libertad, ha ajustado las cuentas que tenía pendientes, el «robo» de su chica incluido.

La presencia del jefe de policía que le deja bien claro al comisario que todos los hombres son culpables por definición, que no hay inocentes, y que solo basta esperar la ocasión para que esa culpabilidad se transforme en hechos delictivos refuerza la línea argumental que advertimos en el inicio de la película. Más adelante, cuando se han de poner en contacto con un policía indispensable para la realización del atraco, el espectador se lleva el sorpresón de ver irrumpir en la trama a un policía alcoholizado, víctima de un delírium trémens como pocas veces se habrán visto en pantalla, y cuya puesta en escena, por la habitación, el papel pintado, el escaso mobiliario, la iluminación y el propio proceso autodestructivo recuerdan algunas escenas oníricas de Tween Peaks, de David Lynch, con no pocos años de antelación, claro. Es el caso, sin embargo, que, cuando se encuentran Delon y Montand en el club que rige un mafiosillo a quien el comisario a quien se le escapó el prisionero presiona para sonsacarle alguna pista que lo lleve hasta su gran fracaso policial, el que pone en entredicho su carrera. El pacto con el policía alcohólico redime a este de su autodestrucción y se afana en la preparación y realización de un golpe que nos trae a la memoria, enseguida, esa obra maestra de las películas de atracos que es Rififi, del «exiliado» del macartismo Jules Dassin. Sin llegar a la perfección de esta, es indudable que la presente desarrolla el atraco con una perfección a la que colabora, ¡quién lo iba a decir!, que la joyería tuviera en los lavabos un punto débil en la seguridad tan llamativo, y esta es una entre varias debilidades del guion que se precipitan, sobre todo, en un desenlace que no está a la altura del resto de la película, en la que los diferentes personajes han sido dibujados con tanto mimo como fidelidad a la complejidad de esa teoría policial del Jefe, que la maldad es inherente al ser humano.

No son pocas las traiciones y los actos delictivos, como lo que podría entenderse como secuestro policial del hijo del dueño de la sala de fiestas, a quien presionan con esa detención para dar con la pista que los lleve al huido, aunque ellos ignoren que acabará teniendo relación con el espectacular robo que se ha producido en la joyería y que es noticia de primera página en todos los diarios. Que el hijo del dueño del club, presionado por los policías para que delate a quienes les suministran drogas, concluya en un intento de suicidio, mientras el padre, en una estancia cercana, no solo lo ignora, sino que es sometido a un chantaje policial en toda regla, revela la índole moral de los defensores de la Justicia; pero un borrón en un expediente admite cualquier líquido abrasivo para devolverle su blancor impoluto.

         En la medida en que la película se ajusta a esos códigos usamericanos, no está de más señalar la excelente puesta en escena del club con un cuerpo de baile exclusivamente femenino que se desempeña con notable profesionalidad, lo mismo que la nutrida orquesta que las acompaña, y que generan una atmósfera verosímil en cuya burbuja puede entenderse factible uno de los grandes engaños que se producen en la trama.

         La trama, tras el atraco, se centra en los caminos que llevan de la traición a la encerrona en que caen quienes necesitan un nuevo perista para vender las joyas, porque el primero —excelente la entrada de Delon en la casa del perista, custodiado por perros de presa, entre los que el «samurái» se abre paso con glacial indiferencia—, presionado por su contacto policial, presionado a su vez por el jefe con quien ha ajustado cuentas Delon tras salir de la cárcel, dice que le es imposible colocar una mercancía tan «marcada».

         Hay, en la película, una presencia del silencio que deja libres a los personajes para evolucionar ante la cámara con una suerte de fatalismo trágico que ya está prefigurado en el epígrafe oriental con que se abre la película, el cual alude al determinismo del azar: Sakyamuni el Solitario, también llamado Sidarta, Gautama el Sabio o Buda, trazó un círculo con una tiza y dijo:

«Algunos hombres, aunque no lo sepan, están destinados a encontrarse. Aunque cada uno viva su vida y vaya por diferentes caminos, cuando llegue el día se reunirán dentro del Círculo Rojo».

         A los espectadores nos está reservado el deleite estético y el horror moral ante una muestra de cine policiaco de primera magnitud.

 

        

 

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