viernes, 12 de febrero de 2021

«Un destino de mujer», de H.C, Potter, alta comedia sobre la baja política.

 


La excelente tradición de la comedia usamericana sobre la liberación de la mujer y la esencia de la política democrática… 

 

Título original:  The Farmer's Daughter

Año: 1947

Duración: 97 min.

País: Estados Unidos

Dirección: H.C. Potter

Guion: Allen Rivkin, Laura Kerr (Obra: Hella Wuolijoki)

Música: Leigh Harline

Fotografía: Milton R. Krasner (B&W)

Reparto: Loretta Young, Joseph Cotten, Ethel Barrymore, Charles Bickford, Rose Hobart, Rhys Williams, Harry Davenport, Tom Powers, William Harrigan, Lex Barker, Harry Shannon, Keith Andes, Thurston Hall, Charles McGraw.

 

         Filmin es siempre una auténtica caja de sorpresas. Sucede que tiene un recurso, «Guardar para después», que es un auténtico peligro, porque se me ha convertido en una suerte de «Biblioteca On line» que compite, a su vez, con el estante de los libros pendientes, todo lo cual puede acabar generando cierta «ansiedad» relativa, algo parecido al famoso «síndrome Stendhal», porque, en términos generales, casi todo lo pendiente es muy digno de ver, o así lo sospechas cuando lo guardas.

En este caso, el éxito ha acompañado a la intuición, y la película de H.C. Potter, un director al que convendría volver con detenimiento, porque lo poco que he visto de él me ha parecido siempre excelente; esta película, digo, Un destino de mujer, parece especialmente pensada para ser vista en una jornada de reflexión electoral: mañana mismo, sin ir más lejos, antes de las autonómicas catalanas -y denominarlas así es ya, de hecho, un posicionamiento político inequívoco-, porque la película mezcla dos asuntos que se prestan sobremanera al tratamiento de comedia que ha adaptado el guion para una historia muy pero que muy usamericana, y solo comprensible desde los códigos de la comedia de aquel país, muy próximos en este caso a los trazados por uno de sus grandes autores, Frank Capra: la liberación de la mujer y la iniciación en la vida política. La historia de la hija de unos granjeros que decide no seguir el trabajo agrícola e irse a la ciudad a estudiar enfermería, y que, por el azar de un lascivo pintor, se ve obligada a buscar trabajo para poder pagarse la matrícula del curso que quiere seguir, da un giro espectacular cuando, el señor de la casa donde se coloca, un Congresista, queda prendado no solo de los encantos de la joven, sino, sobre todo, de su visión política, expresada con una vehemencia y un convencimiento inusual en una sirvienta. No tardan, el Congresista y su madre, en darse cuenta del «diamante en bruto» que tienen en casa, y la animan a que siga unos cursos nocturnos para adquirir destrezas básicas de la vida política como la oratoria, la Historia, la Economía y otras disciplinas similares. 

         Sin que en ningún momento se especifique a qué partido representa el Congresista, ni por cuál acaba siendo elegida la sirvienta para competir con el candidato corrupto del partido de los señores, la comedia discurre por esas dos vías paralelas que, lógicamente, tenderán a confluir, aunque no sin los correspondientes sobresaltos que «animan» la historia e incluso le dan un leve tinte de melodrama que no desentona del planteamiento cómico general.

         Ya se deduce, por lo dicho, que estamos ante una versión más o menos encubierta de Caballero sin espada, pero me parece que el plantel de intérpretes de esta obra supera a la de Capra, así como la complejidad del argumento, aunque ambas películas coinciden en la denuncia de la corrupción y de la sana ingenuidad que cree en que los principios del sistema democrático prevalecerán contra las muchas amenazas que padece de continuo. De entrada, Charles Bickford, majestuoso, interpreta el papel de mayordomo y hombre de confianza de la familia de políticos; la madre del Congresista es Ethel Barrymore, cuya capacidad para la ironía está aquí explotada de una manera soberbia, y cuyo entendimiento con Bickford depara unos momentos deliciosos al espectador;  Joseph Cotten hace un papel carygrantesco con total propiedad y, finalmente, Loretta Young, en el papel de «sueca» tradicional e íntegra, ¡con unos horrorosos rodetes en el pelo que, avanzada la trama, cambian  a peor…!, y que borda un papel a medio camino entre la mujer independiente, con empuje y fiel a los ideales prístinos del sistema democrático usamericano, ejemplo y modelo de lo que sería, después, la democracia liberal de la postrevolución francesa, y la mujer enamorada. La presencia de sus tres hermanos, fortachones campesinos, entre quienes los más curiosos de esta memorabilia de la cinefilia, descubrirán a Lex Barker, después famoso Tarzán y, mucho después, esposo de Carmen Cervera, la actual baronesa Thyssen, tiene su «función» en la historia, en la parte más dinámica de una comedia muy bien planificada y con los gags sabiamente dosificados, y algunos de ellos, como el de la seducción mediante el patinaje sobre hielo, muy inspirados.

         La crudeza de la lucha electoral usamericana, en la que todos los escándalos tienen cabida, sobre todo los de naturaleza sexual, forman parte fundamental de la trama, y no hemos de pensar sino en el mal perder del presidente Donald Trump para ver de qué es capaz un corrupto, incluso de lanzar a sus huestes al asalto del Capitolio, como hemos podido comprobar estas semanas atrás. La defensa que hace la película de los valores fundamentales de la Constitución es hoy, sobre todo en Cataluña, más necesaria que nunca, de ahí que, como dije al principio, su visionado acaso sea el complemento ideal para la tarde o noche de la jornada de reflexión.  Que ellos guíen sus votos, a quienes en ellas puedan ejercer ese sagrado derecho.

2 comentarios:

  1. El último párrafo creo que sobra y no aporta nada a la crítica de la película.

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  2. Los clásicos siempre nos hablan del presente..., por eso lo son.

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