jueves, 23 de septiembre de 2021

«Sucedió mañana», de René Clair o el encanto de lo fantástico.

 

Aviso para navegantes del periodismo de las grandes exclusivas: un velo infranqueable nos veda el mañana: descorrerlo nos puede cegar y cambiar de sexo [o que se lo digan a Tiresias]…

Título original:  It Happened Tomorrow

Año: 1944

Duración: 84 min.

País: Estados Unidos

Dirección: René Clair

Guion: Dudley Nichols, René Clair

Música: Robert Stolz

Fotografía: Archie Stout (B&W)

Reparto: Dick Powell, Linda Darnell, Jack Oakie, Edgar Kennedy, Edward Brophy, John Philliber.

 

         René Clair no es director de grandes públicos, pero si un director apreciado por los buenos aficionados al cine y al arte en general, porque no solo derramó sus saberes en el Séptimo, sino en otros como el teatro, la música o la escritura. Dueño de un estilo muy propio, y miembro activo  que fue de las vanguardias de entreguerras, Clair acabó forjando una personalidad muy marcada con la mezcla de lo realista y lo fantástico, no muy lejos, como en este caso sucede, del cine de Frank Capra.

         Sucedió mañana es una fábula moral, una comedia de enredo y una reflexión moral sobre la ambición de descorrer el velo de lo que el destino nos mantiene oculto. La película se nos presenta como una comedia de enredo, aunque no tarda, a través de su desarrollo, en acercarse a meditaciones más profundas sobre la naturaleza humana y su particular «frivolidad», siempre dispuesta a sacar tajada incluso de lo insólito, aun a pesar del peligro inherente a los juegos de azar. He leído que la primera opción para el protagonista fue Cary Grant, a quien acabo de ver, en su vertiente payasa, en Hubo una luna de miel, de Leo McCarey, más bienintencionado que realmente lograda, aunque, como todo su cine, se ve con delectación; pero el elegido, Dick Powell, cumple a la perfección lo que se espera de él, porque sí, también tiene un registro cómico que ya explotó con éxito en algunos musicales y otras películas cómicas como Las tres noches de Susana, criticada en este Ojo, aunque sus papeles de tipo duro en el cine negro le granjearon una merecida fama.

         La película parte de una premisa capriana, ya lo hemos dicho, un viejecito afable le entrega a un periodista ambicioso un ejemplar ya editado de la edición del diario con todo lo que va a suceder al día siguiente, de modo que puede «anticiparse» a las noticias y publicarlas con antelación. Se estrena, en unas secuencias cómicas muy divertidas con el atraco al Palacio de la Ópera, pero, para su desgracia, el hecho de conocer con antelación el atraco, descrito en el diario, lo hace muy sospechoso ante la policía, que lo arresta.

Con anterioridad, nuestro «ventajista» y fraudulento periodista (no sale él a buscar la noticia, sino que la noticia le llega con anterioridad por vías del todo fantásticas) ha conocido a la médium que actúa en un número de cabaret con un mago. Enamorado a primer golpe de vista de la médium, el periodista hará todo lo posible por lograr una cita con ella, aunque el «milagro» de la información adelantada casi da al traste con esa aventura romántica que, desde ese mismo momento, se va a entretejer con una trama que bordea la screwball comedy pero que no cae de lleno en ella, porque, a pesar del giro disparatado que imprime a la historia el descubrimiento por parte del protagonista de que una de las noticias que saldrán al día siguiente es la de su propia muerte, junto a la de los resultados de las carreras de caballos, lo que aprovecha para hacerse con una pequeña fortuna, con la esperanza de que los pronósticos fallen y se demuestre que todo es una sutil y alambicada maniobra del azar, sin fundamento alguno.

Ese giro de guion nos permite vivir un final de historia trepidante, con unas interpretaciones magníficas y un ritmo, casi de vodevil, que Clair sabe mantener con absoluta maestría, como un digno heredero de las comedias de Lubitsch, el genio del género.

La película es de época, lo que añade a la historia una dimensión de puesta en escena y vestuario que le confiere un empaque de comedia clásica absoluta, lo cual permite, además, conferir verosimilitud a ciertos comportamientos algo ñoños en las relaciones de los enamorados. Con todo, el giro de guion es de una eficacia tan tremenda que ni siquiera la propia boda de ambos acaba teniendo relieve en una comedia que narraba, de forma paralela, dos historias: la de las revelaciones periodísticas anticipadas y la historia amorosa de la médium y el periodista.

Que ella sea una médium fake es todo un acierto de guion, porque, de algún modo, parece que se enuncie, sutilmente, la boda del periodista con el engaño, lo cual no deja de ser una carga de profundidad que acaso pocos advirtieran ni en el momento de su estreno ni en sus sucesivas visiones, pero ahí están los hechos.

Lo que la película garantiza a los espectadores es una placentera diversión, propia de las películas en las que no se deja nada, paradójicamente, al azar; una historia muy bien narrada y con un afortunadísimo giro de guion que consigue cautivar a los espectadores en esos tramos finales de las películas en los que tantas de ellas suelen flojear.

Si Dick Powell exhibe su mejor vis cómica, Linda Darnell le da una réplica perfecta, así como el resto de un reparto en el que la convicción de los secundarios, auténticos coprotagonistas, convierten la película en una obra coral.

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