sábado, 18 de septiembre de 2021

«El aficionado», de Krzysztof Kieślowski o el cine en el espejo.

 

Una fábula crítica y emotiva sobre el cine y su poder transformador: lo metacinematográfico desde el realismo socialista… 

Título original: Amator

Año: 1979

Duración: 112 min.

País: Polonia

Dirección: Krzysztof Kieślowski

Guion: Krzysztof Kieślowski

Música: Krzysztof Knittel

Fotografía: Jacek Petrycki

Reparto: Jerzy Stuhr, Malgorzata Zabkowska, Ewa Pokas, Stefan Czyzewski, Jerzy Nowak, Krzysztof Zanussi.

 

         ¡Fantástica fábula sobre el poder del cine a cargo de un director que ha puesto siempre su cámara al servicio de la reflexión sobre el ser humano condicionado por su sucesión de presentes…! Se trata del segundo largometraje de Kieslowski, después de La cicatriz, en la que también se narra la crisis personal y familiar, amén de social, de una persona que entra en conflicto con lo establecido, un régimen comunista que, después de 30 años, daba ya señales de debilidad estructural. En El aficionado Kiewsloski cambia el enfoque que precipita la crisis: en vez de la industria que degrada un paraje natural y deteriora las relaciones humanas, asistimos al nacimiento de una pasión por el cine, por la captura de imágenes con la cámara, primero una súper 8 familiar y, más tarde una de 16mm, más próxima a la incipiente profesionalización en que se embarca el protagonista, y que, como en la primera película, tendrá trágicas consecuencias, porque acabará afectando dramáticamente a la vida del nuevo cineasta: captar la realidad a través de la cámara influye poderosamente en la propia realidad, tanto en la ajena que es captada como en la propia de quien capta aquella. Dejar de vivir la propia vida para contar la vida de los otros o aun la propia vida distancia al narrador del núcleo duro de la realidad, lo separa radicalmente de la realidad que comparte con los demás: ese es el proceso que nos narra Kieslowski a través del despertar a la magia de las imágenes de un funcionario polaco encargado del negociado de suministros, quien compra una cámara, no sin sacrificios, para filmar a la hija que va a tener, y esas primeras secuencias del parto inminente son, por sí mismas, un relato del contexto tan rico en detalles que le va a permitir al Director centrarse en la abducción que sufre el protagonista, Filip Mosz, encarnado por  un actor tan destacado como  Jerzy Stuhr, capaz de expresar la ingenuidad, la inocencia, la pasión, el desconcierto y la ambición como los mejores profesionales de Hollywood, lo cual redunda en la satisfacción con que el espectador sigue una película aparentemente sencilla, pero cargada de una trascendencia especulativa de primer orden tanto sobre el Séptimo Arte como sobre las relaciones humanas. Recordemos, en todo caso, que el protagonista es huérfano, y que la pasión por ser padre es uno de los puntales de su vida, una de sus máximas aspiraciones. Lo que ocurre, en cuanto la cámara comienza a absorber la vida laboral del personaje, a quien se le encarga que grabe los actos de la conmemoración del 25 aniversario de la empresa, tiene una dimensión verdaderamente dramática, porque comienza a percatarse, sobre todo después de que lo seleccionen para competir en un concurso de realizadores aficionados, que todo lo relacionado con el cine constituye una pasión contra la que no puede luchar su anterior pasión por la familia: el enfrentamiento con su mujer, que tarda nada en percatarse de cómo esa «maldita cámara» y los sueños, las ambiciones y las vanidades que hay en su uso van a acabar abduciendo a su marido y separándolo de ella y de su hija.

         La película se estructura, así pues, mediante esa doble  narración que no se ofrece de modo paralelo, sino, como no puede ser de otro modo, entrelazadas estrechamente, dado lo que se condicionan mutuamente. Por un lado, asistimos al fracaso matrimonial del cineasta, absorbido por la pasión del cine y, por el otro, al crecimiento artística de quien cae en gracia por la pureza ingenua de su acercamiento a la realidad cotidiana, lo que le vale incluso la visita de un director consagrado como el mismísimo Zanussi, que interviene como él mismo en la película. El acceso a la televisión, donde pasan algunas de sus películas, así como las facilidades que la empresa le da para construir un estudio de revelado y de montaje son una muestra del realismo social que, sin embargo, servirá para desmontar las mentiras del socialismo gobernante, como el corto que le encargan sobre las fachadas posteriores de los edificios que, relativamente lustrosos por fuera, se caen a pedazos por dentro, como si se tratase de los famosos edificios Potemkin.

         Junto a esos dos hilos narrativos no se ha de menospreciar el de la vida del protagonista en la empresa y la relación con el director de la misma, porque a través de ella vemos actuar los mecanismos de la censura y cómo la objetividad de las imágenes, capaces de suscitar asociaciones «no controladas», han de ser «sometidas» a la subjetividad de quienes mandan. Con todo, también advertimos una quiebra entre la «apertura» del mundo de la cultura en aquellos años y la cerrazón moralista antediluviana de los dirigentes.

         Lo realmente maravilloso de El aficionado es la descripción del nacimiento de la pasión artística en un ambiente de modestísima clase trabajadora y cómo la realidad de la Polonia de aquellos años contrasta con esa pasión absorbente. Tengamos presente que el protagonista comienza a interesarse por el cine, su literatura, sus imágenes, su historia, así que el uso de la cámara potencia lo que él intuye como una nueva vida a la que sabe que ha de abrirse para colmar sus ambiciones de realización personal: se abre a un mundo desconocido e inexplorado, pero subyugante. Lo que pierde no es poco, y lo que gana es un camino cuyo futuro permanece ignoto. En ese sentido, el final es toda una declaración de principios respecto del Arte de Kieslowsky, quizás porque la película tiene una inequívoca raíz autobiográfica, dados los comienzos en el cine del autor. Eso mismo es lo que le confiere a la película una verdad irrefragable. Me alegra haber descubierto esta película que se suma a la extraordinaria No matarás que ya critiqué no hace mucho en este Ojo.  No son pocas las películas que reflexionan sobre el propio cine, pero en esta de Kieslowski, no hay ni asomo de teorizaciones abstrusas, sino vida a raudales con un realismo detallista que emociona, que conmueve, como lo sentirán quienes decidan verla y comprobar que para los grandes temas ha de escribirse con palabras muy sencillas…

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