lunes, 20 de junio de 2022

Borgen: reino, poder y gloria. La vigencia de la mejor serie política.

Radiografía de un proceso de autodestrucción política (y humana…) para agarrarse al cargo. ¿Les suena…? 

Título original: Borgen - Riget, magten og æren

Año: 2022

Duración: 60 min.

País:  Dinamarca

Dirección: Adam Price (Creador), Per Fly, Louise Friedberg, Jesper W. Nielsen, Mikkel Nørgaard, Annette K. Olesen, Mogens Hagedorn, Rumle Hammerich, etc.

Guion: Adam Price, Jeppe Gjervig Gram, Tobias Lindholm, Maja Jul Larsen, ver 5 más

Música: Halfdan E, August Fenger

Fotografía: Eric Kress, Magnus Nordenhof Jønck, Lars Vestergaard, Jorgen Johansson, etc.

Reparto: Birgitte Hjort Sørensen, Sidse Babett Knudsen, Lars Mikkelsen, Mikkel Boe Følsgaard, Søren Malling, Darren Pettie, Lucas Lynggaard Tønnesen, Peter Mygind, Magnus Millang, Johanne Louise Schmidt, Jens Albinus, Mikael Birkkjær, Özlem Saglanmak, etc.

 

         Vista, con provechoso agrado, la cuarta serie de Borgen, ahora retitulada, al ser adquiridos los derechos por Netflix, Borgen: reino, poder y gloria. Lo mejor es que los responsables de la cuarta temporada siguen siendo los mismos de las anteriores, quizás con algún cambio poco significativo en la dirección de algún episodio, lo que permite una identidad estética en el resultado final, del mismo modo que los núcleos de interés: la redacción televisiva, el gobierno, el partido de la ahora Ministra de Asuntos Exteriores y la familia de esta también siguen siendo los mismos, aunque con variaciones importantes, como el protagonismo del hijo de la ministra, por ejemplo, frente a la desaparición de la hermana y la presencia testimonial del exmarido.

Doce años después de la primera temporada, es un desafío notable ver cómo ha afectado el paso del tiempo a nivel fisiológico a los personajes, porque el envejecimiento siempre añade matices a la interpretación de actores y actrices, cuyos planos, ahora, ganan una profundidad y tienen una dimensión ciertamente sombría de la que carecían antes o, en el caso de los muy jóvenes, como el hijo de Birgitte Nyborg, descubrimos un actor adulto con un cometido sustancial en esta cuarta entrega a la que no sé si le darán continuación, de lo cerrados  que quedan lo destinos de cuantos han intervenido en estos episodios que giran todos ellos en torno a un único argumento: el descubrimiento de un yacimiento petrolífero en Groenlandia. Un hecho que el habilidoso guion convierte poco menos que en asunto del que puede depender un conflicto internacional armado, dado que China es la empresa que quiere explotar el yacimiento, los rusos vigilan ese espacio «sensible» para ellos y Usamérica ejerce su viejo papel de gendarme de la zona y se niega a aceptar que los chinos tomen posiciones de privilegio, con un nuevo puerto incluido, tan cerca de su territorio. A todo ello, se renueva la tensión entre la metrópoli y la colonia ante el nuevo impulso para la independencia que supone el descubrimiento de esa fuente de riqueza, cuyos daños medioambientales, sin embargo, pueden acabar siendo catastróficos, al decir de la ministra de Medio Ambiente, del mismo partido que la de Asuntos Exteriores y con quien acaba entrando en colisión frontal cuando esta, que al principio defiende los postulados de su ministra, se acoge a los planteamientos pragmáticos de la Primera Ministra y decide negociar con el gobierno de Groenlandia un reparto ventajoso, y aun ventajista, del suculento pastel.

La peripecia de la temporada se centra en un retrato sombrío de la protagonista, a quien nos retratan como a una política agarrada al cargo y dispuesta a enfrentarse a su propia organización para asegurarse su puesto, cambiando de política y amenazando con generar una crisis en el seno de su partido que la aleje de lo que defendieron en el programa electoral. De forma paralela, a Nyborg se nos la  presenta como una mujer que lo ha sacrificado todo a la política, y que es capaz incluso de aliarse con su peor enemigo, el periodista sensacionalista que publicó información confidencial sobre los problemas depresivos de la hija, una auténtica sabandija del periodismo, y antes del Partido Socialista…, y dedíquese cada cual a buscar paralelismos con nuestra realidad española, porque los va a hallar, sin duda. El más ostentoso es el de la contradicción de la Ministra con las promesas electorales («Yo no podría dormir tranquilo, si tuviera que pactar con Podemos…», ¿recuerdan?) y cómo se va deslizando por una serie de minúsculas renuncias a la honestidad que la acaban convirtiendo, literalmente, en otra persona; y de ahí el modo como se la fotografía en la película, con algunos primeros planos que meten espanto por la piltrafa humana en que se va convirtiendo solo por el hecho de atender a su cargo en vez de a las cargas que se echó sobre los hombres en forma de contrato con sus electores. Esa «decadencia» la acaba privando de la relación con su hijo, de la relación con su viejo mentor y del soporte de su compañero fundamental en la creación romántica del nuevo partido con el que consiguió cinco carteras en el gobierno.

La serie, apenas ocho episodios, se ve en un abrir y cerrar de ojos, y en ella la periodista que salió de  TV1 para convertirse en la asesora del nuevo partido de Nyborg adquiere, también, un sombrío desarrollo en su calidad de directora de informativos, al desenvolverse con unas maneras autoritarias que chocan con el espíritu casi asociativo de la nueva redacción a la que se incorpora. Frente a la casi ausencia de las plataformas mediáticas en las tres temporadas anteriores, en esta las redes sociales adquieren un protagonismo a la altura de su importancia social para la política de nuestros días, cuyas luchas se desenvuelven con más intensidad en los escasos caracteres de Twitter que en los escaños del Parlamento.

La aparición de un nuevo personaje, un funcionario a quien Birgitte nombra algo así como embajador plenipotenciario para el Ártico, nos va a permitir alternar la realidad de la Ministra con la realidad de la colonia, con un interés que a menudo nos hace añorar que la trama abandone aquellos paisajes árticos tan hermosos y llenos de una belleza singular. El actor, que tiene miedo a volar y ha de superarlo por la vía rápida de la exigencia laboral y, después, por la del adúltero amor apasionado, es, a mi juicio, el gran hallazgo de la serie y la hace muy atractiva. Quizás no tanto para construir nada en torno a él, claro, pero es todo un lujo para esta temporada. La naturaleza de Groenlandia funciona como la de la Isla de El Hierro en la serie Hierro, de Pepe y Jorge Coira, capaz de hechizar a los espectadores e incluso de disuadirles de la naturaleza amenazadora del cambio climático.

Quisiera resaltar, en esta nueva temporada, algo que separa radicalmente a la política danesa de la española: en aquella los ayudantes de los ministros son todos funcionarios; en la nuestra, son todos asesores colocados a dedos, sin garantía ninguna de solvencia y pagados a precio de oro. Al estilo de esta, hay otras, pero tienen que ver más con cierta honestidad mínima básica que, cuando no se cumple, acarrea un castigo político merecido.

En fin, si las tres temporadas anteriores nos mostraban la política y un buen ramillete de historias individuales magníficamente construidas, sobre todo la muy dramática del asesor  Kasper Juul, interpretada por Pilou Asbæk, a quien aplaudí con fervor en la magnífica serie histórica 1864, de Ole Bornedal, y al que no le han dado ninguna relevancia en esta temporada; en esta no les van a la zaga a las anteriores y podemos seguir gozando de unas historias, sobre todo la muy amarga de la protagonista, a quien contemplamos, con lucidez, más que con compasión, en las miserias humanas y políticas de su decadencia.

Todo un muestrario ajustado de lo que conocemos por “la política” para uso y disfrute de los muchos aficionados que hay en España a despotricar de ella sin comprometerse nunca con nada.

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario