miércoles, 8 de junio de 2022

«The Royal Game», de Philipp Stölzl o el arte narrativo de Stefan Zweig.

 

Intensa descripción del ensayo del fin del mundo civilizado o la salvación y la derrota a través del ajedrez.

 

Título original: Schachnovelleaka

Año: 2021

Duración: 112 min.

País: Alemania

Dirección: Philipp Stölzl

Guion: Eldar Grigorian. Novela: Stefan Zweig

Música: Ingo Frenzel

Fotografía: Thomas W. Kiennast

Reparto: Oliver Masucci, Rolf Lassgård, Albrecht Schuch, Birgit Minichmayr, Luisa-Céline Gaffron, Samuel Finzi, Andreas Lust, Lukas Miko, Johannes Zeiler, Maresi Riegner, Clemens Berndorff, Julian Rohrmoser.

 

         Mucho me temo que los espectadores nos vamos a dividir entre quienes han leído Novela de ajedrez, la novela de Stefan Zweig en la que se basa la película, y quienes no. Los primeros no dejarán de comparar permanentemente la novela con la película; los segundos, entre quienes me cuento, vemos la película como una historia contada como al guionista le ha dado la gana y de forma independiente de lo que sería una mera adaptación a imágenes del texto escrito por Zweig. La libertad creativa le sienta bien a la película, por lo que he llegado a saber de la novela. Lo que sí comparten ambas, película y novela es el espíritu densamente sombrío que presidió el final de la vida de Zweig, quien se suicidó tras convencerse de que, finalmente, Hitler se adueñaría del mundo y acabaría con la civilización occidental tal y como él la había conocido y en el seno de la cual había desarrollado su notabilísima labor de divulgador y creador.

         Un notario entregado al placer de la vida hedonista en la Viena anterior al Anchluss, le quita hierro a los avisos de que los nazis no tardarán en apoderarse de Austria, y solo momentos antes de ser detenido en su notaría tiene tiempo para destruir todas las claves de las cuentas en el extranjero donde mantienen a salvo de los avatares históricos sus fortunas muchos de los poderosos plutócratas austríacos. Detenido, finalmente, es «encarcelado» en un hotel, el Metropol, que sirve de base logística a la nueva administración nazi. Allí será sometido a una tortura de aislamiento, con ocasionales malos tratos que a punto están de acabar con su vida, para que revele esas claves que les permitan a los nazis hacerse con ese sustancioso botín. La historia va a alternar el viaje en barco del detenido, con destino a Usamérica, en el que transcurre el núcleo narrativo de la novela de Zweig y su estancia en el hotel, del que sale seriamente trastornado, aunque con la pasión del ajedrez que le ha permitido, hasta que le descubren el libro escondido bajo el lavabo, sobrevivir a la tortura del aislamiento, del silencio, de la soledad, del vacío… La película se centra mucho en el desmoronamiento mental de un hombre sometido durante un año implacable a ese asedio a su fortaleza psicológica. Antes de ser detenido, instruyó a su mujer para que cogiera un barco para Usamérica esa misma noche, sin demora, aunque a él no le diera tiempo a llegar para reunirse con ella. El juego anacrónico desarrollado por el guionista  les permite, a los esposos, reunirse en cubierta y emprender juntos el viaje, como si no hubiera Pasado el año de detención que sufre el notario Bartok. Poco a poco iremos descubriendo que la quiebra mental del protagonista, de cuya vida solo ha subsistido su vasto conocimiento del ajedrez, tras haber memorizado todas las partidas del libro que lo acompaña en su cautiverio, le hace confundir espacios, tiempos y también personas. Así, se borra la frontera, a menudo, entre el camarote del barco y la habitación del hotel, y en ambos, sin embargo, choca el comportamiento del pasajero en uno y del detenido en la otra, para admiración de los compañeros de viaje, en el primer caso, y del despiadado interrogador nazi en el segundo.

         La película construye su crítica del nazismo como una descripción del terrorismo que se complace en minar los fundamentos de la humanidad de una persona, arrebatándole la razón y la pasión. Con todo, el robo del libro, en un momento dado, aunque se lleve un desengaño al abrirlo en su habitación, le permitirá al prisionero blindarse contra el horror y construirse una personalidad que, en el barco, se pondrá a prueba contra otra personalidad «tullida», la de  Mirko Czentovič ,  porque el campeón del mundo que  nos describe  su agente no deja de ser un ignorante total con una sola habilidad: el juego del ajedrez, en el que sobresale como sobresalió Mozart con seis años en la música: como un don absoluto.

         Ya intuirán los queridos intelectores de estas críticas que estamos ante una película «de actores», y aun me atrevería a decir que «de actor», porque Oliver Masucci carga sobre él casi todo el peso de la película, y sus transformaciones físicas son tan espectaculares como la representación de las diferentes manifestaciones de su personalidad, antes del diluvio nazi, durante su tortura, y en libertad. Es paradójico que sea él el encargado de tan difícil papel tras haber encarnado a Hitler en Ha vuelto, de David Wnendt, una suerte de Borat, de Larry Charles. Agradecido debe de estar el actor alemán, porque lleva a cabo una interpretación antológica, gracias a una puesta en escena impecable y a una capacidad casi física de la cámara para captar sus reacciones fisiológicas y emocionales. Con todo, son la creación de una atmósfera opresiva y degradante en la habitación y la dimensión onírica en la parte del viaje en barco los dos recursos que nos permiten hablar de una continuidad de planteamiento que dotan de un poderoso sentido unitario a la historia: nunca sabemos a ciencia cierta dónde empieza la realidad y dónde acaba la distorsión de una mente sometida a la tortura. Para eso hemos de llegar al final de la película, por supuesto. Y esa travesía, aunque no es agradable contemplar la humillación impía de una persona a través de la tortura refinada, sutil y sádica, le dejará maravillado al espectador, porque incluso en el retrato del mal puede, quien lo recrea, insertar una dimensión estética que, sin irrealizar los hechos, permite contemplarlos como una obra de arte.

         La película se anuncia como una superproducción, o poco menos, y se ha de reconocer que la reconstrucción de la lujosa vida vienesa de aquellos terribles años está muy conseguida; del mismo modo que la degradación de los espacios que significa la irrupción en ellos de los nazis a quienes tanto odiaba una de las grandes figuras de la cultura europea del siglo XX.

         Quizá no haya hecho demasiado hincapié en la vivencia singular por parte de Bartok de un juego por el que, en el pórtico de la película, manifiesta su desinterés y aun casi desprecio, porque en la historia tiene un valor instrumental: es el renglón torcido de dios que le permite salir del laberinto de la locura. No hay, como en Gambito de dama, de Scott Frank y Allan Scott, una idealización manifiesta del juego y un estereotipo de la genialidad de algunos jugadores, sino una lucha entre egos dañados y heridos de muy diferente manera, pero eso es algo que irá descubriendo el espectador de la película poco a poco. ¡Y ojo a esa atmósfera onírica del buque, tan impecable y convincente! Son innumerables los planos del personaje y el mar que se quedan en la memoria de la retina; del mismo modo que no se borran de ella los primeros planos del rostro del notario torturado.

         Es muy probable que para los amantes del cine «de acción» sea esta una película plomiza, aburrida y más lenta que una carrera de babosas, pero para quienes la verdadera «acción» se manifiesta en la psicología y las emociones de las personas, esta película la van a vivir como si se hubieran subido al Dragón Khan…

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