viernes, 29 de julio de 2022

«Fear no More», de Bernard Wiesen, o la lección del suspense bien aprendida.

 


La factura perfecta de la serie B para la única película de su director, Bernard Weisen,  con una actriz académica: Mala Powers.

 

Título original: Fear No More

Año: 1961

Duración: 80 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Bernard Wiesen

Guion: Robert Bloomfield. Novela: Robert Bloomfield

Música: Paul Glass

Fotografía: Ernest Haller

Reparto: Mala Powers, Jacques Bergerac, John Harding, Helena Nash, John Baer, Anna Lee Carroll, Robert Karnes, Peter Brocco, Peter Virgo Jr., Gregory Irvin, Emile Hamaty.

 

         Bueno, de nuevo ante una película singular, porque fue, de hecho, el único largo que dirigió Bernard Weisen, quien dirigió para TV capítulos de series como El show de James Stewart o Cómo casarse con un millonario. No me pregunten cómo doy con ellas, pero el archivo de películas que tienen en YouTube es de tal magnitud que no es difícil tropezar con títulos sugerentes. Mi mérito se reduce a intuir tras las primeras secuencias si merece la pena seguir viéndola o no. En la estela de las películas de suspense del gran Hitchcock, Fear no More se construye alrededor del concepto de falso culpable que ha de probar su inocencia cuando todo parece haberse confabulado para incriminarla en el crimen que reitera hasta la angustia y la desesperación no haber cometido. Cuando a lo largo de la trama descubrimos que la protagonista fue acusada y posteriormente absuelta de un asesinato que se produjo en defensa propia, quien abogaba por su inocencia es convencido, arteramente, de su culpabilidad y de su locura, pues, con anterioridad, pasó una breve temporada en un psiquiátrico.

         Todo comienza de un modo rutinario: una secretaria es enviada por su jefe a una reunión de negocios y el chófer que la lleva a la estación le da, en el último momento, un sobre que ha de entregar sin falta cuando llegue a su destino. Así que entra en su compartimiento se encuentra con un hombre que la amenaza con una pistola y le muestra el cadáver de una mujer, derrumbada sobre una butaca, lo que la hace entrar en pánico. El supuesto asesino la golpea con la pistola y le hace perder el conocimiento. Cuando lo recupera, no está la mujer, pero un policía la fuerza a confesar la autoría del supuesto crimen. Cuando bajan en una estación, para regresar al lugar de origen, la «sospechosa» logra escaparse y, en la carretera, al parar un coche en el que viaja un padre con su hijo, este se acaba golpeando contra el salpicadero, y el extraño recoge a la mujer quien, a duras penas, logra hacerle entender que necesita volver a su casa. El hombre para a dejar al niño con su madre, de la que está divorciado y después acompaña a la secretaria. Como la ve tan inquieta, decide invitarla a tomar algo y ella accede, pero al creer descubrir al  hombre del vagón en uno de los clientes, el pánico vuelve a apoderarse de ella y pide al apuesto Jacques Bergerac que la saque de allí. Una nueva sorpresa le espera en su apartamento, porque se lo había dejado a un amante, mientras ella estaba de viaje, un amante, sin embargo, con quien no prosperó la relación, pero sí mantuvo la amistad, y descubre que lo han asesinado. Huye de la casa y alcanza a su «salvador», con quien se va para refugiarse en casa de él y oír de sus labios el desarrollo de cuanto los espectadores hemos visto, más la información añadida de su estancia en el psiquiátrico.

         Estamos, pues, ante una de esas tramas que tratan de conducir a la locura a quien ha vivido lo que la protagonista ha vivido, con la clara intención de ocultar, primero, un crimen y, después, cargarlo en su haber. La trama es bastante sólida, y aunque son inevitables ciertos deslices hacia la incongruencia —¡qué guion no los padece, sobre todo si se trata de una historia de persecución y de elaboración cuidadísima de una conjura para incriminar a alguien!—, el giro de guion que conduce a que el galán que la defiende se convenza de que está ante una enferma mental incapaz de recordar sus horrendas acciones, añade una perspectiva novedosa a este tipo de enredos, porque la indefensión de la protagonista, en manos, finalmente, de sus conspiradores augura un final casi inapelable o, en todo caso, muy difícil de subvertir.

         No añado más, por si alguien quiere pasarse menos de hora y media de espléndido cine negro contemplando la única película de su director y, sobre todo, la magnífica interpretación de una actriz excepcional, Mala Powers, a quien los buenos aficionados recordaran en el papel principal de Outraged, de Ida Lupino, por ejemplo, y con eso ya está todo prácticamente dicho, en cuanto a su calidad. Conviene añadir, sin embargo, que Mala Powers fue también maestra de actores y actrices en la escuela del sobrino de Anton Chéjov, la Michael Chekhov School, quien fue, además, discípulo de Stanislavski. Sirvan estas mínimas referencias para concluir que Mala Powers no era simplemente una belleza decorativa, papel que, lamentablemente, hubo de representar en alguna película, sino una poderosa actriz «de método», y ello se verifica sobradamente en esta entretenida película que ella sola sostiene con absoluta entrega y sin pasarse un milímetro hacia la sobreactuación. En el capítulo de «los malos» hay sus más y sus menos, porque es la parte más débil de la película, pero por la parte del galán, Jacques Bergerac cumple, con su encantador inglés afrancesado, a la perfección.

         De hecho, esta única película de la productora Scaramouche, aun siendo inequívocamente de serie B, tiene un nivel de calidad que permite verla con gran placer, porque los giros de guion permiten mantener la intriga hasta el final y satisfacer con creces el desasosiego creciente de los espectadores ante lo irremediable, que solo se cumple en parte…

 

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