La factura
perfecta de la serie B para la única película de su director, Bernard Weisen, con una actriz académica: Mala Powers.
Título original: Fear No
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Año: 1961
Duración: 80 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Bernard Wiesen
Guion: Robert Bloomfield. Novela: Robert Bloomfield
Música: Paul Glass
Fotografía: Ernest Haller
Reparto: Mala Powers, Jacques Bergerac, John Harding, Helena Nash, John
Baer, Anna Lee Carroll, Robert Karnes, Peter Brocco, Peter Virgo Jr., Gregory
Irvin, Emile Hamaty.
Bueno, de nuevo ante una
película singular, porque fue, de hecho, el único largo que dirigió Bernard
Weisen, quien dirigió para TV capítulos de series como El show de James Stewart
o Cómo casarse con un millonario. No me pregunten cómo doy con ellas,
pero el archivo de películas que tienen en YouTube es de tal magnitud que no es
difícil tropezar con títulos sugerentes. Mi mérito se reduce a intuir tras las
primeras secuencias si merece la pena seguir viéndola o no. En la estela de las
películas de suspense del gran Hitchcock, Fear no More se construye
alrededor del concepto de falso culpable que ha de probar su inocencia cuando
todo parece haberse confabulado para incriminarla en el crimen que reitera
hasta la angustia y la desesperación no haber cometido. Cuando a lo largo de la
trama descubrimos que la protagonista fue acusada y posteriormente absuelta de
un asesinato que se produjo en defensa propia, quien abogaba por su inocencia es
convencido, arteramente, de su culpabilidad y de su locura, pues, con
anterioridad, pasó una breve temporada en un psiquiátrico.
Todo comienza
de un modo rutinario: una secretaria es enviada por su jefe a una reunión de
negocios y el chófer que la lleva a la estación le da, en el último momento, un
sobre que ha de entregar sin falta cuando llegue a su destino. Así que entra en
su compartimiento se encuentra con un hombre que la amenaza con una pistola y le muestra
el cadáver de una mujer, derrumbada sobre una butaca, lo que la hace entrar en pánico.
El supuesto asesino la golpea con la pistola y le hace perder el conocimiento.
Cuando lo recupera, no está la mujer, pero un policía la fuerza a confesar la
autoría del supuesto crimen. Cuando bajan en una estación, para regresar al
lugar de origen, la «sospechosa» logra escaparse y, en la carretera, al parar
un coche en el que viaja un padre con su hijo, este se acaba golpeando contra
el salpicadero, y el extraño recoge a la mujer quien, a duras penas, logra
hacerle entender que necesita volver a su casa. El hombre para a dejar al niño
con su madre, de la que está divorciado y después acompaña a la secretaria.
Como la ve tan inquieta, decide invitarla a tomar algo y ella accede, pero al
creer descubrir al hombre del vagón en uno de los clientes, el pánico vuelve a
apoderarse de ella y pide al apuesto Jacques Bergerac que la saque de allí. Una
nueva sorpresa le espera en su apartamento, porque se lo había dejado a un
amante, mientras ella estaba de viaje, un amante, sin embargo, con quien no
prosperó la relación, pero sí mantuvo la amistad, y descubre que lo han asesinado.
Huye de la casa y alcanza a su «salvador», con quien se va para refugiarse en
casa de él y oír de sus labios el desarrollo de cuanto los espectadores hemos
visto, más la información añadida de su estancia en el psiquiátrico.
Estamos, pues,
ante una de esas tramas que tratan de conducir a la locura a quien ha vivido lo
que la protagonista ha vivido, con la clara intención de ocultar, primero, un
crimen y, después, cargarlo en su haber. La trama es bastante sólida, y aunque son
inevitables ciertos deslices hacia la incongruencia —¡qué guion no los padece,
sobre todo si se trata de una historia de persecución y de elaboración cuidadísima
de una conjura para incriminar a alguien!—, el giro de guion que conduce a que
el galán que la defiende se convenza de que está ante una enferma mental
incapaz de recordar sus horrendas acciones, añade una perspectiva novedosa a
este tipo de enredos, porque la indefensión de la protagonista, en manos,
finalmente, de sus conspiradores augura un final casi inapelable o, en todo
caso, muy difícil de subvertir.
No añado más,
por si alguien quiere pasarse menos de hora y media de espléndido cine negro contemplando
la única película de su director y, sobre todo, la magnífica interpretación de
una actriz excepcional, Mala Powers, a quien los buenos aficionados recordaran
en el papel principal de Outraged, de Ida Lupino, por ejemplo, y con eso ya
está todo prácticamente dicho, en cuanto a su calidad. Conviene añadir, sin
embargo, que Mala Powers fue también maestra de actores y actrices en la
escuela del sobrino de Anton Chéjov, la Michael Chekhov School, quien
fue, además, discípulo de Stanislavski. Sirvan estas mínimas referencias para
concluir que Mala Powers no era simplemente una belleza decorativa, papel que,
lamentablemente, hubo de representar en alguna película, sino una poderosa
actriz «de método», y ello se verifica sobradamente en esta entretenida película
que ella sola sostiene con absoluta entrega y sin pasarse un milímetro hacia la
sobreactuación. En el capítulo de «los malos» hay sus más y sus menos, porque
es la parte más débil de la película, pero por la parte del galán, Jacques
Bergerac cumple, con su encantador inglés afrancesado, a la perfección.
De hecho, esta
única película de la productora Scaramouche, aun siendo inequívocamente de
serie B, tiene un nivel de calidad que permite verla con gran placer, porque
los giros de guion permiten mantener la intriga hasta el final y satisfacer con
creces el desasosiego creciente de los espectadores ante lo irremediable, que
solo se cumple en parte…
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