Una película australiana con un punzante humor universal y un reparto de campanillas: Hopkins, Crowe, Collete…
Título original: Spotswood (The Efficiency Expert)
Año: 1992
Duración: 95 min.
País: Australia
Dirección: Mark Joffe
Guion: Max Dann, Andrew Knight
Música: Ricky Fataar
Fotografía: Ellery Ryan
Reparto: Anthony Hopkins, Ben Mendelsohn, Alwyn Kurts, Toni Collette,
Bruno Lawrence, Angela Punch McGregor, Russell Crowe.
¡Qué magníficas sorpresas depara
Filmin a sus abonados! Soy propenso a la filmografía australiana, porque, poco
presente en nuestras pantallas, tiene, sin embargo, obras auténticamente de
mérito, como esta Spotswood que trata un tema, además, muy próximo a
nuestro presente: las reestructuraciones empresariales que suelen acabar con
una larga ristra de despidos, bajadas de salarios y pérdidas de derechos
consolidados. La presencia de los tres actores mencionados en el título
contribuyó también a que me metiera en la película, que tardó un suspiro en
seducirme, porque, aunque me ofrecieran las comedias de la Ealing inglesa como
referente de su humor, enseguida me percaté de que no estaba lejos, por
ejemplo, del universo laboral del banco de Atraco a las 3, de José María
Forqué, es decir, que la película toca las teclas del humor sin fronteras. El
mundo empresarial de la pequeña localidad de Spotswood y su empresa familiar, a
pesar del disparate surrealista que nos pueda parecer, son universales, de ahí
que disfrutara tanto con el humor sencillo, directo y me atrevería a decir que
incluso poético, porque hay una suerte de bonhomía innata que preside las
relaciones humanas y laborales en la película que sitúan la empresa muy lejos
del mundo competitivo y deshumanizado que conocemos en las grandes empresas.
El personaje encarnado
a la perfección por Hopkins, en un registro «normalito, realista y comedido», es
el de un consultor que asesora a las empresas para mejorar su rendimiento,
después de hacer un examen riguroso de todo el sistema productivo. La empresa
que ha aceptado sus servicios es una empresa familiar, Balls, que
fabrica mocasines que bien pudieran ser considerados como artículos de broma o
de disfraces, a juzgar por los modelos que le presentan al asesor, quien,
independientemente de la ínfima calidad de los productos, sigue con su plan de
monitorizar el proceso productivo para sacarle rendimiento. Ese repaso a la
labor de los empleados, quienes socializan más que trabajan y cuyo trabajo no
se ajusta a ninguna pauta eficiente de producción, va a permitir descubrir el
mundo real de un modo de encarar el trabajo muy alejado de los tiempos modernos.
De hecho, el retrato de Balls me ha parecido el propio de una empresa
española muy anterior a la de El buen patrón, de León de Aranoa, un mundo cercanísimo al
familiar de los empleados de Atraco a las 3, y con un humor parecidísimo,
porque en esta el jefe de la sucursal vendría
representar el mismo papel que el del personaje de Hopkins, quien crea
un equipo de supervisión en el que participa la hija del dueño y un empleado
torpón, ingenuo e inocente que quiere tirarle los tejos a la hija, obviando que
una compañera de trabajo y de barrio bebe los vientos por él, la encarnada por Toni
Collete, ya sobresaliente en su debut en la pantalla. En esa aspiración amorosa
surge la rivalidad de un tercero que encarna Russell Crowe, en su tercera película,
hecho un auténtico «pincel» de magnífica planta, pero de agrios modales. La
perspectiva de una reestructuración que acabe con casi la mitad de la plantilla
despedida coincide con la revelación del verdadero estado de cuentas que le
entrega Crowe al consultor, donde se aprecia que, para sortear la quiebra, el
dueño, Balls, ha ido vendiendo buena parte de los activos de la compañía. El
punto culminante de la intervención del consultor llega cuando confraterniza
con los empleados y acaba teniendo una visión de los mismos que pone en entredicho
los objetivos últimos de su intervención en la empresa, porque no es lo mismo
echar a nombres escritos en un papel que a personas con las que has sintonizado
y empatizado humanamente.
La película
sigue de forma casi pedagógica la conversión del implacable consultor que solo
se atiene a la cuenta de resultados en una persona que trata de buscar una
solución empresarial que no pase única y necesariamente por los despidos, sino
por la utilización óptima de los recursos humanos de los que dispone la
empresa, con los sacrificios necesarios incluidos e incluso con la perspectiva
de reconvertir la empresa familiar en estado ruinoso en una cooperativa en la
que los nuevos propietarios se sientan comprometidos con esa cuenta de resultados
sin la que la empresa indefectiblemente acabará desapareciendo del mercado.
Desde el eje económico, así pues, se abre la película a la historia de amor del
joven trabajador enamorado de la hija del jefe, quien lo desprecia, a la
ambición del vendedor que busca la complicidad del consultor y a la lucha del
consultor con su propio socio, quien acaba traicionándolo, porque su máxima preocupación
consiste en que, se hunda o no la empresa, los primeros que han de cobrar son
ellos, la empresa consultora. El acercamiento al descubrimiento de los valores
humanos que a menudo suelen oscurecer los procesos de producción de cualquier
bien es un punto capital de la película, y ese trayecto lo encarna a la
perfección un atribulado Hopkins.
Insisto, el
excelente humor, disparatado en parte, de la comedia tiene un alcance universal,
y cualquier espectador puede disfrutar con él. Creí que el director, Mark
Joffe, era desconocido para mí, pero tras leer su breve historial me percato de
que fue director de la serie Neighbours, a la que curiosamente, estuvimos enganchados un año en que coincidimos mi Conjunta y yo con ella a la hora de
comer… Un feliz reencuentro, pues.
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