viernes, 15 de julio de 2022

«La bahía del tigre», de J. Lee Thompson, un sólido thriller emotivo.

 

El debut de Hayley Mills en una historia criminal de impecable factura clásica.

 

Título original: Tiger Bay

Año: 1959

Duración: 105 min.

País: Reino Unido

Dirección: J. Lee Thompson

Guion: John Hawkesworth, Shelley Smith. Historia: Noël Calef

Música: Laurie Johnson

Fotografía: Eric Cross (B&W)

Reparto: John Mills, Horst Buchholz, Hayley Mills, Yvonne Mitchell, Megs Jenkins, Anthony Dawson, George Selway, Shari, George Pastell, Marne Maitland, Paul Stassino.

 

         Siete años después de que Charles Crichton sorprendiera al mundo con una historia en apariencia minúscula, pero poderosa en sus implicaciones temáticas,  Haunted, con un Dirk Bogarde magnificente, J. Lee Thompson, indiscutible autor de El cabo del miedo, pero anodino de tantas y tantas películas al servicio de Charles Bronson y otros proyectos alimenticios, pero nada artísticos, rodó esta película que guarda un evidente parentesco con la de Crichton. Allí, un marinero mata al amante de su mujer; en esta, el marinero, que ha estado mandado dinero a su enamorada mayor que él, quien se ha hartado de su ausencia y se ha buscado una cómoda relación con un hombre casado, mata a la mujer tras una violenta discusión y forcejeo por la posesión del arma que ella guardaba en un cajón de la cómoda. Antes de esa escena capital para el devenir de la historia, el prólogo nos muestra a un afable marinero que, después de desembarcar en Cardiff,  va en busca de su amante, a la que no encuentra en la dirección habitual, adonde él le enviaba el dinero. Por el camino se nos presenta a una niña, Hayley Mills, de fuerte temperamento, que no duda en enfrentarse a sus compañeros de juego que no la dejan participar en sus luchas de policías y ladrones porque no tiene una pistola con la que jugar. El marinero pregunta por una dirección que es la de la propia casa de la niña, por lo que esta lo acompaña. Enviada por su madre a entregar una prenda y cobrar el trabajo, la niña, después de alguna travesura con muy malas pulgas, acaba viendo, a través de la rejilla del correo en la puerta de la vecina «polaca», la violenta discusión a la que los disparos sobre la mujer ponen fin. El juego de planos que usa el director para narrarnos desde dos puntos de vista la escena es muy notable, pero la huida del asesino, que deja la pistola en un escondite que localiza la niña, quien enseguida se hace con ella para poder jugar «con todas las de la ley», es decir, alardeando de poseer una pistola «de verdad», son de una creatividad del mejor cine negro. No en balde, el cinematografista de esta película es el mismo de Haunted, Eric Cross, con un brillante historial en el cine británico desde finales de los 30.

         La primera persecución que se inicia es la de la niña cargo del marinero, quien la encuentra en la iglesia, en una boda en cuyo coro canta la niña y en donde intercambia la bala que le quedaba al revólver con un compañero de juegos, quien mira con asombro la pistola que exhibe ante él. La persecución en el interior de la iglesia, que la niña conoce a la perfección, no evita que sea atrapada por el marinero, quien logra extraer de ella la información necesaria para saber que la policía aún no lo busca. Cuando esta entra en acción, el inspector, John Mills, padre de Hayley, con quien va a mantener una relación muy curiosa, aunque de muy diversa índole que la de la niña con quien no tarda en convertirse en un fugitivo, a poco que la investigación avanza lo suficiente como para identificarlo, va a asistir, con los nervios perdidos, a un hermoso muestrario de mentiras por parte de la niña que consiguen lo que pretenden: obstaculizar la investigación, lo que se irá acentuando a medida que avance la acción y el marinero y la niña, que vive con su tía, entablen una relación emotiva que no necesariamente cae dentro del famoso síndrome de Estocolmo, porque la niña aspira a poner tierra de por medio para vivir la aventura de la vida, espoleada por una imaginación casi febril y la convicción de poder salir adelante gracias a ella. El recital interpretativo de Hayley Mills, desbordante aun en sus sobreactuaciones, contrasta con la sequedad áspera del inspector, su padre en la vida real, que le da la réplica. Esa actuación, premiada en Berlín, le abrió las puertas de la fama y le deparó un contrato con Disney que la llevaría a la cúspide de la popularidad con un clásico, Pollyana, y con la feliz historia del autor de Emilio y los detectives, Erich Kästner, adaptada con el título de Tú a Boston y yo a California.

         Por lo escrito, es evidente que a muchos espectadores que desconocen las películas de Crichton y Thompson, la trama les recordará vagamente una película más cercana: Un mundo perfecto, de Clint Eastwood, una road movie cuyas evidentes semejanzas con estas dos no le quitan un ápice de interés; pero yo los invito a descubrir estas dos joyas del cine británico que tienen todas las hechuras cinematográficas de los grandes clásicos, y, especialmente de La bahía del tigre, interpretaciones llenas de emotividad e incluso un cierto lirismo que trata de compensar la angustia permanente de la huida del protagonista, con quien simpatiza no solo la niña, sino también los espectadores, una ambigüedad moral que se resuelve perfectamente en el fantástico desenlace de la película en alta mar, en el límite de la jurisdicción de las autoridades británicas. Mi sorpresa particular ha sido el comedimiento y la expresividad de un actor, Horst Buchholz, que resulta totalmente insípido en la magnífica película de Wilder, Un, dos, tres; pero, en esta, da un recital convincente de unas dotes que le permitieron triunfar en el cine usamericano y en el europeo, aunque su larga carrera ha contemplado obras de muy diversa calidad. En esta, imagino que el alto nivel de todos los intérpretes contribuyó a sacar lo mejor de él, no solo en la vertiente dramática, sino también en la cómica, muy breve, con la que «distrae» a la niña hasta conseguir embarcarse en un buque que lo lleve fuera del país.

         Después de haber visto varias películas muy actuales, he de reconocer que descubrir un clásico como este le reconforta a uno como espectador, y le anima a seguir buceando en fondos cinematográficos, como el del cine policiaco inglés, donde se pescan verdaderas obras de arte.

 

 

 

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