sábado, 16 de julio de 2022

«Shirley», de Josephine Decker o el «biopic» sesgado.

 

La vida patológica y maldita de la escritora Shirley Jackson, con una Elisabeth Moss descomunal.

 

Título original: Shirley

Año: 2020

Duración: 107 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Josephine Decker

Guion: Sarah Gubbins. Novela: Susan Scarf Merrell

Música: Tamar-Kali Brown

Fotografía: Sturla Brandth Grøvlen

Reparto: Elisabeth Moss, Odessa Young, Logan Lerman, Michael Stuhlbarg, Victoria Pedretti, Robert Wuhl, Paul O'Brien, Orlagh Cassidy, Bisserat Tseggai, Allen McCullough, Tony Manna, Edward O'Blenis Jr.

 

         Sin haber leído nada de la autora, excepto el cuento breve que le dio retorcida fama de autora transgresora, La lotería, cuya publicación en The New Yorker en 1948 provocó la cancelación de no pocas suscripciones,  sí he visto una meritoria adaptación de su novela La maldición de Hill House, realizada por Robert Wise, y me he percatado de que la crítica de la película destacaba los elementos esenciales de la escritura de la autora, de acuerdo con varias opiniones que he ido consultando aquí y allá en la red. Lo sustancial en su particular concepción del horror es que este nace a partir de los personajes y de situaciones aparentemente anodinas, que pueden «leerse» como una muestra de normalidad que en nada desentona de lo comúnmente aceptado. Creí advertir en La lotería un eco nítido del relato de Kafka En la colonia penitenciaria, pero hermeneutas habrá que nos hayan revelado con fundamento las influencias de una autora a la que en esta película se la presenta de un modo que no coincide del todo con las más elementales biografías de urgencia que pueden leerse de ella a través de Google.

         Quizás el hecho de que la película adapte una novela biográfica sobre la escritora justifique la visión que de ella se da en la película, pero la ausencia en la vida del matrimonio formado por Shirley Jackson y su marido, el profesor y crítico Stanley Edgar Hyman, de los cuatro hijos de la pareja, con lo que la maternidad supuso para la autora, quien incluso llegó a escribir una obra de inspiración autobiográfica titulada La vida entre salvajes, no le resta interés a la historia, pero sí la sitúa en un ámbito de ficción en el que se proyecta una imagen hasta cierto punto mitificada, incluso en la depravación, de la escritora, quien no necesitaba, ciertamente, que se cargaran mucho las tintas sobre su inestable y compleja personalidad que la llevó a una temprana muerte, a los 48 años.

         La historia nos presenta la llegada a la casa de la escritora de una joven pareja, él doctorando y ella estudiante, invitados por el marido de Shirley con una ambigüedad que no tarda en resolverse, porque ella se convierte en la «criada» de la casa, mientras él lo aligera de ciertas clases aburridas en la Universidad, mientras se dedica a sus infidelidades varias, con el consentimiento de su esposa y explotada escritora, dado que Hyman se encarga de facilitarle la vida a su mujer para que esta pueda dedicarse a escribir, por cuya obra ingresaba más dinero que él por su dedicación universitaria. Al modo de Lunas de hiel, de Polansky, pero sin la explicitud morbosa de esta, la situación claustrofóbica de Shirley, quien está escribiendo sobre una estudiante que ha desaparecido de la universidad, labor en la que acaba ayudándola la invitada, quien está embarazada. El hecho de que su protagonista estuviera también embarazada permite una identificación entre la huésped y la protagonista de su novela que facilita el acercamiento intenso de ambas mujeres, aunque cuando la joven descubre que muy probablemente la estudiante desaparecida hubiera seguido algún curso con su marido y fuera una de sus amantes, Shirley ni se inmuta y asegura que ella sabe perfectamente con quién se acuesta su marido.

         El cruce de personalidades entre la huésped y la protagonista llega al extremo de confundir ambos destinos, lo que añade a la historia una dosis de ambigüedad notabilísima, y que la directora resuelve con harta eficacia, porque el acercamiento erótico entre ambas mujeres, Shirley y Rose da lugar a un desenlace que ha de reinterpretarse a la luz del sentido de la novela que se trae entre manos y que le desvela a su marido: «¿Qué pasa con todas las muchachas que desaparecen? Que se vuelven locas…» Solo desde esa línea del diálogo puede entenderse el verdadero desenlace de la novela.

         En la medida en que Elisabeth Moss es la productora de la película, entendemos el hiperprotagonismo de la actriz, sobre cuya interpretación de la atribulada vida de la escritora recae, junto a Odessa Young, el peso de la película. Y ambas la salvan de modo sobresaliente, porque la intimista realización casi en penumbra de la historia -la escritora padecía agorafobia y prácticamente no salía de casa- consigue crear eso que tantas películas se esfuerzan en vano por crear: una atmósfera. El papel del marido, un comparsa cómico que sabe controlar a la escritora con mano izquierda, es un contrapeso necesario para ella, hundida en la marginación que supuso, desde su nacimiento, ser una hija no deseada y, después, una mujer que no encajaba en modo alguno en los estereotipos de la mujer estándar de su tiempo, ni por la belleza ni por la inteligencia: la escritura fue su refugio, su única vida y su razón de ser, hasta que la combinación fatal de alcohol, barbitúricos y las anfetaminas para combatir la obesidad le provocaron un paro cardíaco mientras dormía. En la película hay poca información real y contrastada sobre la vida de la escritora, acaso porque no fue ese el objetivo de la novela de Susan Scarf, pero solo con esa información puede entenderse que la escritora le diga a su huésped que espera que le nazca un hijo, porque la vida trata muy mal a las mujeres. A ella, sin duda que sí, pero el retrato «deprimente» que se nos da de su «locura» tiene un sesgo tremendista que casa muy bien con la necesidad de impresionar a la audiencia, y, aunque sea coherente con los presupuestos literarios de la novela, creo que un personaje literario de su envergadura merecía un esfuerzo complementario de contextualización.

         Con todo, la película, como un proceso que mezcla vida y literatura, tiene entidad propia y nos ofrece un relato de terror quizás mucho más explícito que el de la propia obra de la autora. ¡Y hay que ver lo mucho y bien que ha trabajado Moss el personaje! Es curioso advertir cómo va creciendo esta actriz hacia la perfección, y el buen ojo que tiene para elegir su trayectoria. Del grupo que componía el excelente reparto de Mad Men, nadie como ella se ha colocado en mejor situación para consagrarse como una de las grandes actrices de nuestro siglo. Acabo de verla en una de sus primeras interpretaciones, en Inocencia interrumpida, de James Mangold y en este Ojo critique hace un tiempo The one I love, de Charlie McDowell, y doy fe de que no para de crecer artísticamente.

        

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