viernes, 12 de agosto de 2022

«Cómo salvar un matrimonio» de Fielder Cook, una comedia «incorrecta» de muy buen ver.

 

En la tradición de la gran comedia usamericana, Fielder Cook adereza con una brillante estética propia de los 50, no de finales de los 60, una estupenda insustancialidad.

 

Título original: How to Save a Marriage and Ruin Your Life

Año: 1968

Duración: 102 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Fielder Cook

Guion: Stanley Shapiro, Nate Monaster

Música: Michel Legrand

Fotografía: Lee Garmes

Reparto: Dean Martin, Stella Stevens, Eli Wallach, Anne Jackson, Betty Field, Jack Albertson, Katharine Bard, Woodrow Parfrey, Alan Oppenheimer, Shelley Morrison, George Furth, Monroe Arnold, Claude Stroud.

 

         Que me lluevan piedras, ¡y aun los clásicos chuzos (suizos…) de punta!, por traer a este Ojo una película que ni siquiera pasaría el filtro menos escrupuloso sobre el machismo tradicional en el que se ha fundamentado buena parte de la comedia usamericana «de situación», como recientemente hemos podido revisitar en la ya indefendible La tentación vive arriba, de Billy Wilder. Mi primer motor ha sido la curiosidad, por ver algo más de quien alabé hace muy poco un espléndido drama laboral, Patterns, de insólita actualidad, porque parece que para las relaciones laborales no pasa el tiempo, dado los idénticos motores que ha tenido, tiene y tendrá el sistema productivo. Intenté ver una película histórica sobre Napoleón, Águila enjaulada, pero la deleznable falta de calidad de la versión que han colgado en YouTube me lo impidió. Lástima, porque no tenía mala pinta.

         La versión en español del título inglés se come la segunda parte, lo que deja al espectador que nada sepa de la película sin la posibilidad de maliciarse lo que va a ver, la enésima versión del tema de «la guerra de sexos»: How to Save a Marriage and Ruin Your Life («Cómo salvar un matrimonio y arruinar tu vida…») Y de eso va, en efecto, la trama tópica y archirrepetida, pero con un valor narrativo tan efectivo que, a pesar de lo imposible que se nos hace considerar cierta visión de la mujer como la que da la película, la seguimos con cierta complacencia y disfrutamos de algunos gags tan bien construidos como el de la mentira del bachelor  Dean Martin sobre la muerte de su primera esposa, a la que juró, en su lecho de muerte, que nunca se volvería a casar. Improvisó la mentirá al contemplar la lápida de una mujer que tenía su apellido, Sloane. No digo nada más, pero el descubrimiento accidental de la mentira por parte de la cándida  protagonista, una espectacular Stella Stevens, va a dar pie a un desarrollo que se convertirá en uno de los mejores gags de la película. Recordemos además, porque la ocasión lo exige, que el guionista de esta comedia es el mismo de Confidencias de medianoche, de Michael Gordon, una de mis comedias preferidas, y así tendremos una referencia para valorar esta película poco conocida, pero que a más de dos les hará sonreír y pasar un buen rato.

         La historia tiene que ver con la «mediación» que un agente de bolsa intenta entre un empresario y su mujer, de quienes fue padrino de boda. Las intervenciones de Anne Jackson, la amante del amigo, y de Eli Wallach, son de lo mejorcito de la película, por cierto, y sorprende ver a Wallach en un papel que no sea de «villano», en los que se especializó.

Una serie de malentendidos, un recurso sobre el que está construida toda la película, con notable arte, todo hay que decirlo, porque no es fácil «sostenerlos» durante tanto metraje, y aquí, sin embargo, se mantienen perfectamente hasta el desenlace, una suerte de «revolución de las amantes oprimidas» que no deja de tener su gracia, porque, en el intento de apartar a su querida de su amigo, el protagonista le alquila un apartamento justo al lado del de la querida con quien tan bien se entiende el empresario, pues halla en ella refugio de su histérica esposa. Un bloque de apartamentos de lujo que tiene toda la pinta de no estar habitado más que por «queridas» y a cuyo frente está una encantadora Betty Field en su penúltimo papel en el cine, el último fue en La jungla humana, de Don Siegel.

La película arranca con unos títulos de crédito de un tiovivo en el que se pasean los protagonistas y que vuelve a aparecer al final de la película con lo que podría considerarse una elipsis narrativa y su último gag amable. Inmediatamente después, asistimos a un intento de acoso laboral por parte del jefe de sección de la protagonista, aunque la joven le da las merecidas calabazas. A resultas de suplir a una compañera para entregar un pedido, la joven acaba entregándoselo a su jefe en el nido amoroso donde se refugia. La escena con la propuesta de promoción que le hace el jefe de la empresa frente a la candidez personificada de la empleada, que no ata cabos ni con cola, no tiene desperdicio y genera un poco el tono de los malentendidos que van a producirse a lo largo de la película, una vez que Dean Martin confunde a esa empleada con la amante de su amigo. En origen, el papel estaba pensado para Marilyn Monroe, pero su muerte hizo que el proyecto se guardase en el cajón, aunque vale decir que Stella Stevens, una de las sonrisas más encantadoras del Séptimo Arte —¿quién fue capaz de no enamorarse de ella en La balada de Cable Hogue, de Sam Peckinpah, que rodaría dos años después?—, realiza una interpretación muy convincente, amén de la oportunidad que tiene de lucir un vestuario que la favorece enormemente, y del que los aficionados a la moda pueden disfrutar con fruición. Si añadimos que la música es de Michel Legrand, entonces la suma de factores curriculares va acercando la película a lo que deberíamos entender por una excelente comedia cuya base políticamente incorrecta no nos deja saborearla con adhesión, pero sí con el beneplácito por lo que tiene de ingeniosa y, sobre todo, de estrictamente cinematográfica, porque los amplios planos y la excelente puesta en escena nos la acerca a las grandes comedias del género. Por otro lado, pocas comedias de los 40 y 50 aguantan la mirada crítica de la igualdad sin excepciones entre hombres y mujeres de nuestros días. Tiene la película, pues, y no deja de ser un «valor» añadido, una perspectiva de «documento sociológico» que si no es una excusa para verla, tampoco es algo que podamos desdeñar.

Dean Martin en el papel de solterón empedernido, con club de amigotes más londinense que neoyorquino, que intenta salvar el matrimonio de su amigo, es una elección archiidónea, porque realmente apenas sí tiene que actuar, dada la reiteración con que ha representado ese papel en el cine. Hay incluso un momento, cuando ella quiere vengarse del humillante engaño que ha sufrido, en que la comedia parece acercarse a la screwball comedy, y ahí es donde se cruza la historia con la de la tumba, pero no llega a desmelenarse tanto el guion y pronto volvemos a unos usos lisistráticos que nos acercan a la comedia clásica de siempre.

Dada el olvido en que cayó el director, no es una comedia demasiado vista y en la única crítica de FilmAffinity que hay se advierte el esfuerzo del redactor para no reconocer que se lo ha pasado estupendamente viéndola, a pesar de los pesares señalados. Yo lo reconozco paladinamente e invito a que sea vista. La tienen en Filmin.

        

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