martes, 2 de agosto de 2022

«Envuelto en la sombra», de Henry Hathaway, el «noir» canónico o los clásicos mejoran el verano.

 

En la estela del gran éxito que fue Laura, de Otto Preminger, Hathaway da una lección sobre el abecé del cine negro. Altamente recomendable.

 

Título original: The Dark Corner

Año: 1946

Duración: 99 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Henry Hathaway

Guion: Jay Dratler, Bernard C. Schoenfeld

Música: Cyril J. Mockridge

Fotografía: Joseph MacDonald (B&W)

Reparto: Lucille Ball, Clifton Webb, William Bendix, Mark Stevens, Kurt Kreuger, Cathy Downs, Reed Hadley, Constance Collier, Eddie Heywood.

 

         Laura, de Otto Preminger, dejó el listón por las nubes, está claro, y no menos que las productoras buscaban con desesperación guiones y directores que, ajustándose a esas premisas hiperclásicas del cine negro, lograran emular aquel éxito. Allá se lanzo Fritz Lang con La mujer del cuadro y también Henry Hathaway con la presente, The Dark Corner, tan mal titulada en España, no «como siempre», pero casi. El título inglés, además, surge de un diálogo entre el detective privado y su secretaria en que dice que se siente como en un rincón oscuro en el que es golpeado a placer sin saber por quién. De hecho, la historia transcurre por dos vías paralelas a las que les cuesta casi todo el metraje encontrarse. El espectador está al cabo de la calle de los entresijos de la trama, pero el detective privado con muy pocos casos, quien aún se halla en libertad vigilada tras haber cumplido una condena de pocos años por no involucrar a su socio, un gigoló que trabaja, también, para un ambicioso galerista y crítico de arte interpretado por, en aquellos años, después de Laura, el actor de moda: Clifton Webb, un malvado de exquisitos modales y continente que representaba a la perfección el papel de vengador de las infidelidades de su esposa, bella, admirada y deseada por todos los galanes, próximos y lejanos, aunque él no se entere de la traición de su esposa y su amigo hasta que las sombras de ambos se unen en un beso sobre el suelo, mientras él lo contempla desde la escalera.

         Avanzo mucho, de la trama, pero no descubro nada esencial, porque la ignorancia del protagonista, un Mark Stevens con mejores interpretaciones futuras que esta, aunque aquí cede la iniciativa a una Lucille Ball para un papel no estrictamente cómico, aunque su bienhumorada presencia aligera el horizonte de sombrías amenazas que se ciernen, sin saber por qué, sobre el investigador. Mark Stevens acabaría sus días en el cine español, donde rodó cuatro películas y donde falleció a los 77 años.

         La película, un muestrario perfecto de los recursos del claroscuro para el género negro, contó con la participación de uno de los grandes cinematografistas del cine, Joseph MacDonald, quien ese mismo año trabajaría en una de las películas mejor fotografiadas de John Ford, My Darling Clementine, «Pasión de los fuertes», aunque también trabajó con Kazan en Pinky, otra película con una atmósfera muy especial. Desde la oficina típica del detective, pasando por las intrusiones del asesino a sueldo o la presencia de espacios como cafés, calles y callejones e incluso una feria en la que el asesino persigue a la pareja, si bien el Private Eye no ha perdido de vista ese seguimiento en ningún momento y le tiende una trampa en la que el otro incauto, ¡el gran secundario William Bendix!, un clásico sin cuya presencia no se entenderían tantas excelentes películas, como Náufragos, de Hitchcock o La dalia azul, de George Marshall, lo cual es una particularidad no solo del cine usamericano, sino también del cine coral español, por ejemplo.

         Centrar el punto de vista en el único personaje que no sabe de qué va todo el asunto de la película es un acierto, y podría haber dado pie a que Stevens se luciera aún más, pero, al margen de cumplir sobradamente, el actor desaprovecha esa oportunidad y solo el interés propio de la trama, gracias a la soberbia actuación de Clifton Webb, quien, por su sola presencia, ejerce un poderoso magnetismo en el espectador, seduciéndolo, y acaba justificando el visionado de la película, tiene el suficiente relieve para atraer ese interés. Si la presencia de Lucille Ball es un poderoso atractivo, la de Cathy Downs podría entenderse como el reverso del triunfo: abandonó la actuación a los 40, atravesó serias dificultades financieras y murió de cáncer a los 50, cuando su primer marido quiso ayudarla.

         No engaño a nadie: no estamos ante un éxito como el de Laura, pero sí ante una película que respeta escrupulosamente los códigos férreamente consagrados del cine negro y consigue unas actuaciones convincentes y una intriga que mantiene en vilo al espectador hasta el final, y todo ello con secuencias altamente sugestivas, como el momento del descubrimiento del cadáver del exsocio del investigador privado, asesinado en su oficina para cargarle el muerto a él: la mujer de la limpieza se va alejando, fuera de plano con la aspiradora y, justo un segundo antes de oírse el grito que certifica el hallazgo, el cable se desenchufa violentamente por la fuerza con que la mujer se agarra al palo de la aspiradora. Son detalles de buen hacer que se repiten constantemente a lo largo de la película y que constituyen un buen aliciente para los amantes del género.

         Envuelto en la sombra tiene más reputación de la que uno podría imaginarse, después de verla, pero, diez años más tarde, Hathaway dirigiría A 23 pasos de Baker Street, otro film negro con un detective ciego que es de lo mejorcito que puede verse dentro del género. Conviene, por lo tanto, aunque no sean películas rutilantes, éxitos absolutos, frecuentar muestras del género que por fuerza han de satisfacer a los aficionados al género e incluso a los que no lo son, pero quieren ver una película con una fotografía excepcional y dirigida con un excelente sentido del ritmo narrativo: la investigación para descubrir a qué tintorería llevó su traje blanco el asesino a sueldo es excelente, por ejemplo. De verdad, nadie puede sentirse decepcionado, salvando algunos pequeños detalles de interpretación, por esta película que cumple con las expectativas que el nombre de su director hace nacer en nosotros, por los buenos ratos que nos ha hecho pasar ante las pantallas.

    A título anecdótico hay que señalar la respuesta que el protagonista le da a su secretaria cuando esta le quiere hacer ver el lado positivo de la realidad: "No me vengas con la cantinela pollyanna", que, traducido para quienes no hayan leído la novela de Eleanor H. Porter o no hayan visto ni la versión cinematográfica de 1920, El ruiseñor del pueblo, de Paul Powell, ni la de 1960 de David Swift, Pollyanna, significa lo que devino un principio psicológico, el Principio Pollyanna,  descubierto en 1969 que consiste en recordar siempre el lado positivo de las cosas, propio del subconsciente, frente al consciente que tiende a recordar los aspectos negativos,  todo ello, claro está, en términos muy resumidos.

 

        

No hay comentarios:

Publicar un comentario