miércoles, 23 de noviembre de 2022

«Déjame salir», de Jordan Peele, una fábula terrorífica.

 

La vía realista al terror de las sectas ilustradas. Una ópera prima sobresaliente.

 

Título original: Get Out

Año: 2017

Duración: 103 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Jordan Peele

Guion: Jordan Peele

Música: Michael Abels

Fotografía: Toby Oliver

Reparto: Daniel Kaluuya, Allison Williams, Catherine Keener, Bradley Whitford, Betty Gabriel, Caleb Landry Jones, Lyle Brocato, Ashley LeConte Campbell, Marcus Henderson, Lil Rel Howery, Jeronimo Spinx, Rutherford Cravens, Lakeith Stanfield.

 

         Me quedé con ganas de verla en su día, pero mencionar «de terror» a mi Conjunta hace casi imposible el acuerdo en la mesa de diálogo. No así esta vez, por más que al final se refugiara en Morpheus' arms, para su bien y mi decepción, porque siempre ocurre con estas películas de claustrofóbica situación en la que todo parece perdido para el héroe que una súbita descarga de adrenalina es capaz de volver del revés la más desesperada de las situaciones, aunque se dejen jirones por el camino…

         Es difícil no poder relatar apenas nada de la trama a los futuros espectadores, porque va en ello el arruinar las sorpresas que, de todos modos, se anuncian clamorosamente en los primeros compases de la película, así que la pareja interracial llega a casa de los padres de ella para pasar un fin de semana, sin que, según confesión de ella, sus padres sepan que el novio es negro, lo que comprensiblemente lo incomoda, porque, a pesar de la normalidad de dichas relaciones en Usamérica, uno nunca sabe qué racistas puede acabar encontrándose por ahí. Esa prevención se reduce a cero cuando el fotógrafo negro es cálidamente recibido en el hogar familiar de su novia, si bien, y por sus pasos muy medidos y mejor contados, el hombre comienza a descubrir señales que le avisan de que allí ocurre algo extraño. El contacto con el servicio, todos ellos negros, le parece inquietante, pero no puede aún cifrar con claridad en qué consiste dicha incomodidad.

         Un party ofrecido, diríase, en honor de la felicidad de la hija, se suma a la cadena de indicios, si bien nadie lo recibe ni fría ni hoscamente. Lo que sí sucede es que, el fumador que está en trance de abandonarlo, no puede más y baja por la noche a desahogarse al aire libre, momento en el que, curiosamente, se ejercita en la carrera, un miembro del servicio que arranca a correr hacia él como si fuera a arrollarlo, aunque, en el último momento, cambia de dirección, casi al estilo de Forrest Gump. Dentro de la casa, la madre, psiquiatra que usa la hipnosis como método, está despierta  y le pide que charle un poco con ella. En ese momento de lasitud, el joven no se percata de que está siendo hipnotizado por la madre a través del movimiento de una cucharilla de café en la taza y de la mirada de ella, una sobrecogedora Catherine Keener, una de las grandes secundarias del cine Usamericano reciente. La caída al vacío de la pérdida de consciencia, como quien cae en un pozo sin fondo a cuyo brocal se asoma quien nos ha empujado, está mágicamente rodada, y tiene un profundo poder de convicción. No sucede lo mismo con la anestesia total, ¡tan acogedora!, porque con esta se pasa del ser al no ser en milésimas de segundo, y el resto es, literalmente, inexistente, hasta que «resucitamos». Despertar de esa hipnosis, confundida con un sueño, o bien la sensación de que ha sido todo un sueño, fortalece el espíritu detectivesco del invitado, quien va añadiendo señales de inquietud casi a cada nueva secuencia.

         La realización de la película es excelente, pero a Jordan Peele supongo que le traiciona la memoria, si es tan aficionado al género del terror, como yo siempre lo he sido, las muchas películas en las que se repiten situaciones y golpes de efecto como los que él usa siguiendo el viejo axioma jurídico formulado por Quintiliano: Suaviter in modo, fortiter in re. Particularmente, me ha venido a la cabeza una historia muy parecida a esta, la de The Stepford Wives, de Bryan Forbes, acaso demasiada olvidada, a pesar de sus muchos méritos, si bien esta se aproxima más al género distópico de la ciencia ficción, al que la presente también en parte se acoge, pero con el suplemento añadido del racismo que ensombrece aún más la realidad que los miembros de la secta de los padres quiere establecer.

         Tengo la sensación, siempre, de arruinar algunas sorpresas de la película, pero los seguidores de The Crown ya hemos sufrido un spoiler de tomo y lomo, y aun así seguimos viendo la serie, por más que su última temporada haya flojeado excesivamente.

         Resulta siempre difícil coronar un planteamiento tan estupendo como el de la película, sobre cuyo sentido último el espectador se va percatando poco a poco, pero siempre envuelto en la niebla de la duda, hasta que, en el último momento del desenlace, todo se le vuelve claro y todas las señales previas se inundan de sentido. Con todo, a mí me ha parecido demasiado flojo, si viene el placer del desarrollo no me lo quita nadie, por supuesto, y es una excelente recompensa para los espectadores. Añádase a ello el hecho de ser la ópera prima de Peele, y tendremos una ocasión excelente para disfrutar ante la pantalla. Si bien el protagonista se lleva la palma de las interpretaciones, los demás rayan perfectamente a gran altura, incluido el hermano de la novia, Caleb Landry Jones, a mi modo de ver algo sobreactuado.

         No puede hablarse de «neoterror», del modo que hablamos del neonoir, sino de una feliz continuación de la tradición, convenientemente actualizada. Y eso es algo que hay que agradecerle a Peele.

                 

        

 

 

 

 

 

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