miércoles, 23 de noviembre de 2022

«Zalava», de Arsalan Amiri, una ópera prima diabólicamente hermosa.

En el Irán del Sah, una historia de diablos sueltos y redomados frente a la ciencia que avanza, lentamente… 

Título original: Zalava

Año: 2021

Duración: 93 min.

País: Irán

Dirección: Arsalan Amiri

Guion: Arsalan Amiri, Tahmineh Bahramalian, Ida Panahandeh

Música: Ramin Kousha

Fotografía: Mohammad Rasouli

Reparto: Navid Pourfaraj, Pouria Rahimi, Baset Rezaei, Hoda Zeinolabedin.

 

         En un pueblo pegado a la ladera de un monte se suceden hechos extraños que los habitantes del mismo achacan a la presencia de demonios que requieren la presencia de un exorcista para poderse librar del maleficio. Junto a él, un destacamento del ejército, con dos altas torres de vigilancia, domina la comarca y asegura la paz y la tranquilidad en la ona. El sargento al mando ha sido trasladado a otro destino, pero, justo cuando está a punto de marcharse, tras haber entregado su arma reglamentaria, llegan noticias del pueblo que hablan de que este se ha soliviantado por la presencia de los demonios y quieren resolverlo, como siempre, disparando con sus armas legales contra quienes consideren que los demonios se han apropiado de ellos. El sargento decide quedarse y enfrentarse a las supersticiones de los pueblerinos, quienes celebran la visita del exorcista Amardan que va a liberarlos del demonio, metiéndolo en una redoma, como en la que estaba, antes de ser liberado, el Diablo Cojuelo de Luis Vélez de Guevara en nuestro siglo XVII. Y así sucede, cuando aparece ante el pueblo diciendo que lo ha encerrado en el frasco que exhibe y que los pueblerinos miran y aceptan con total prevención y temor. El militar lo detiene y encarcela, para imponerse a la superstición de los habitantes de la villa. El soldado que o acompaña, sin embargo, da un cambiazo y deja el frasco con el demonio en el bolso de la doctora y se lleva uno vacío al puesto de vigilancia. Amardan entra en crisis y obliga al soldado a liberarlo para proteger al pueblo, porque lo más seguro es que el demonio se haya escapado, lejos de él.

         El terror, el pánico, que se apodera de los ingenuos villanos es de una naturaleza que se ha de hacer un ejercicio de velo diacronía para retroceder no ya a unos cuantos años atrás, sino a la idiosincrasia de un pueblo encerrado en tradiciones como la de los exorcismos de quienes los defienden contra las asechanzas del diablo, dispuesto a acabar con personas y animales. De un lado, el sargento y la doctora que atienda a la población representan una isla de racionalidad en un mundo dominado por la superstición. Cuando él acaba en la casa/clínica de ella, se desvelará un curioso secreto: que de niño estuvo en un orfanato y que la pareja que lo adoptó, al descubrir que tenía seis dedos, lo devolvió inmediatamente al orfanato, porque ello era una señal inequívoca de estar poseído por el demonio. Recuerdo que no lejos de Irán, en Pakistán, hay una región en la que es hasta normal nacer con seis dedos en las manos. Yo mismo tuve un alumno con ellos, oriundo de esa región. Pero el propio apellido de una compañera en mi época de funcionario de Hacienda, Seisdedos, da a entender que no es tan inusual ni siquiera en España.

         La película se anuncia como una película de terror, como corresponde siempre que el diablo anda haciendo de las suyas, pero lo fundamental en ella es que el terror no emerge de ningún efecto especial ni de sustos recurrentes que nos estremezcan, sino que nace propiamente del convencimiento absoluto de los vecinos de la villa, por cuyas calles hay recorridos nocturnos que intimidan al más pintado, pero nada en ellos suscita tanto miedo como hasta dónde pueden llegar esos vecinos armados para defenderse del diablo que ha provocado la muerte de una joven y la de algunos animales. La vuelta de Amardan, una suerte de oficinista de los años 60, no acaba de convencer a los vecinos de que sea capa de «reducir y atrapar» al diablo, por lo que deciden, una vez que se enteran de que el frasco que lo contiene está en la clínica, prenderle fuego y acabar con la vivienda y con los moradores. El enfrentamiento entre el sargento escéptico y Amardan, quien pide tiempo para exorcizar al demonio en la clínica, se va a sustanciar ante el coro de rifles de los vecinos y jueces en cuya decisión está resolver de una u otra manera el asunto.

         El retrato antropológico de la superstición es uno de los grandes atractivos de la película; del mismo modo que lo fue para nosotros el anacronismo de la familia de Paco, El bajo —Niña Chica incluida—, en Los santos inocentes, de Mario Camus. Y si bien en esta hay un atisbo de esperanza para las nuevas generaciones, en Zalava no aparece por ningún lado, y todo acaba como acaba, que es algo que ha de ver cada espectador.

         Nadie entienda que Zalava puede encasillarse, sin más, y aun con cierto desdén, en lo que se ha dado en llamar cine «étnico», porque se cometería una injusticia tremenda. Zalava es una película magnífica, con un guion estupendamente desarrollado y con unas actuaciones apropiadísimas, sobre todo del dúo protagonista, que tiene un diálogo amoroso bellísimo hacia el final de la película. No se trata tanto de una película sobre el subdesarrollo, cuanto de una visión antropológica de unas creencias populares en nada diferentes de las que, hasta no hace mucho, han sido moneda corriente en pueblos apartados de nuestra propia geografía. Recordemos El milagro, de Rossellini, con Fellini interpretando a San José, por ejemplo, en la que una joven de un pequeño pueblo cree haber sido preñada por Dios…

         Con los ojos sin prejuicio de quien se abre a toda las historias y a las maneras de narrar que brinda el cine, estoy convencido de que no me quedaré solo en la alta apreciación de esta película que, por muy remota y escondida que sea la geografía en la que la historia transcurre, nos habla de estadios de la civilización que, sin embargo, no nos son tan lejanos como a primera vista pudiera parecernos.

         ¡Anímense!

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