martes, 31 de enero de 2023

«Aguas oscuras», de Todd Haynes o el imprescindible cine de denuncia.

 


El cine al servicio del combate contra los estragos deletéreos de la industria y el culto al beneficio por encima de todo.

 

Título original: Dark Waters

Año: 2019

Duración: 126 min.

País:  Estados Unidos

Dirección: Todd Haynes

Guion: Matthew Carnahan, Mario Correa, Nathaniel Rich. Artículo: Nathaniel Rich. Biografía: Rob Bilott

Música: Marcelo Zarvos

Fotografía: Edward Lachman

 Reparto:   Mark Ruffalo; Anne Hathaway; Tim Robbins; Bill Camp; Bill Pullman; Victor Garber: William Jackson Harper; Mare Winningham; Kevin Crowley; Trenton Hudson;

Marc Hockl;  Lyman Chen; Courtney DeCosky; Scarlett Hicks; Lea Hutton Beasmore; Denise Dal Vera; Louisa Krause; Daniel R. Hill; Chaney Morrow; Lisa DeRoberts; Brian Gallagher; John Newberg; Wynn Reichert; Tera Smith; Tyler Craig; Barry G. Bernson; Amy Morse; Jeffrey Grover; Teri Clark; Rob Bilott..

 

         Teniendo en cuenta que la primera película de la historia del cine es, según lo comúnmente aceptado, la salida de los obreros de una fábrica, no nos ha de extrañar que todo lo relacionado con el mundo del trabajo haya tenido una presencia continuada en la producción cinematográfica. Son innúmeras las películas que se abren con secuencias de los modos de producción de ciertas industrias y muchas de ellas centran la trama en relaciones laborales. Dentro del cine usamericano es, además, frecuente inspirarse en crónicas periodísticas que llevan al gran público asuntos de extrema gravedad y que logran sobresalir entre la hojarasca de lo que englobamos bajo el marbete de «política», que tantas pasiones suele levantar entre los seguidores de ese viejo arte del embaucamiento.

         Aguas oscuras, traducción literal del original inglés, se ajusta a ese género cinematográfico sobre asuntos sociales que derivan de crónicas periodísticas y que tienen que ver, como en este caso, con los excesos criminales de grandes compañías cuyos inventos tienen un lado perjudicial del que, habitualmente, quieren exculparse por los beneficios logrados con sus inventos. No sabía nada de la película, pero la autoría reputada de Todd Haynes me ha empujado a verla, y mi sorpresa ha rayado a la altura del interés que despierta enseguida la película, y en ello tiene toda la responsabilidad el producto fabricado, vendido en todo el mundo, y la actuación más que sobresaliente de Mark Ruffalo en lo que podemos considerar un tópico propio del cine usamericano: el hombre corriente y moliente que deviene un héroe ético contra todo pronóstico.

         A un bufete de abogados de grandes empresas llegan dos ganaderos en busca de representación legal para denunciar a una empresa cuyos vertidos tóxicos están produciendo la muerte del ganado y una inusitada aparición de diferentes tipos de cáncer entre la población. Los envía la abuela del protagonista,  uno de los abogados que trata de abrirse paso en la profesión. A partir de ese momento, el abogado se desplaza a la localidad para interesarse por el asunto y sugerir a los afectados que busquen a alguien que «domine» ese tema, que a él le resulta totalmente ajeno. No tarda, sin embargo, en extraer algunas cintas del material que han puesto a su disposición para comprobar el terrible alcance de la contaminación de un as aguas cercanas a su explotación ganadera y de la que beben sus reses. La película se abre, sin embargo, de modo premonitorio con la aventura de unos jóvenes que acaban su noche de fiesta saltando las vallas que protegen ese pequeño lago para bañarse en sus aguas, hasta que son echados por los vigilantes con cajas destempladas.

         Se inicia una película de denuncia social que logra demostrar el envenenamiento producido por la multinacional DuPont en la fabricación de uno de sus productos estrella: el teflón. Exacto, el revestimiento del fondo de las sartenes que impide que se peguen los alimentos que se cocinen en ellas. Que se trate de un producto tan conocido y usado por todos obliga a seguir la enrevesada trama de los componentes usados en su fabricación para demostrar con evidencias jurídicas dichos mortíferos elementos colaterales.

         No son pocas las películas de denuncia de las malas prácticas de las grandes corporaciones industriales, y la película demuestra con total claridad que los creadores del producto eran sabedores de los efectos negativos de uno de los componentes:  el «ácido perfluorooctanoico», comúnmente conocido como PFOA o C8, cuya presencia, tras la épica luchad el abogado contra la empresa, se ha detectado en el corriente sanguíneo del 99% de los usamericanos e imagino que del resto del mundo, porque ¿quién no ha cocinado con alguna sartén revestida de Teflón? Los severos efectos nocivos del C8 se manifiestan, sobre todo, en la contaminación de los acuíferos que abastecen al ganado y a la población.

         Lo usual en este tipo de películas es concentrarnos de tal manera en la historia asombrosa que tendemos a perder de vista los aspectos estrictamente cinematográficos, pero, para disfrute del espectador, Todd Haynes y su director de fotografía, Edward Lachman, han conseguido un acabado de película de autor que se centra en la tormentosa experiencia personal de un abogado que ha de elegir entre el ultimátum de su jefe o desafiar al sistema de grandes corporaciones para defender sus convicciones éticas, lo que pone en peligro su propia vida, la familia incluida,  y, por supuesto, su carrera. Sí, por supuesto, se trata de la tópica lucha individual usamericana contra el sistema, pero, como se deja bien claro en la película: nadie nos protege, ni la Justicia: solo nosotros podemos protegernos a nosotros mismos. Ello se debe a la capacidad jurídica de las grandes empresas para no solo dilatar los procesos, sino entorpecerlos o buscar acuerdos con los damnificados que eviten la responsabilidad de los grandes desastres medioambientales y su nefasta exposición pública. El estreno de la película logró que las acciones de la empresa bajaran más del 7%, por ejemplo, y es que el apasionante desarrollo de la investigación del abogado Rob Bilott, que aparece en pantalla al final de la película tiene auténtico espíritu de refinada investigación policial.

         Sí, en la mente de cualquier espectador habrá emergido la última película que cosecho un éxito de público total, Erin Brockovich, dirigida por Steven Soderbergh, un autor propenso a este tipo de cine, como la magnífica La lavandería, en la que denuncia los paraísos fiscales. Quizás el papel de Julia Roberts tenía algo más de «rompedor» que el de este abogado discreto, tenaz y convencido, pero Ruffalo consigue, con todo, emocionar con su actuación «discreta».

 

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