martes, 10 de enero de 2023

«Delito de pasión», de Gerd Oswald o las postrimerías del noir clásico.

 

Un thriller de serie B con un reparto de lujo. 

Título original: Crime of Passion

Año: 1957

Duración: 84 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Gerd Oswald

Guion: Jo Eisinger

Música¨Paul Dunlap

Fotografía: Joseph LaShelle (B&W)

Reparto: Barbara Stanwyck; Sterling Hayden; Raymond Burr; Fay Wray; Virginia Grey; Stuart Whitman; Jay Adler; Royal Dano; Robert Griffin; Dennis Cross; Malcolm Atterbury.

        

         De Gerd Oswald ya he criticado dos películas bastante notables, Un beso antes de morir y La caza del asesino. La presente, cronológicamente se sitúa entre ambas, lo que nos habla de un director experimentado en el género y con un buen dominio de personajes, situaciones y puesta en escena. La historia, lo reconozco, flojea lo suyo, y la pareja Stanwyck-Hayden no es precisamente un festival de química orgánica, pero se ha de reconocer que solo gracias a sus actuaciones y a la del eterno secundario de mucho lujo del cine usamericano, Raymond Burr, la película logra verse con suficiente interés como para seguir el destino de los personajes, sus ingenuidades y sus frustraciones, hasta que se desata la tragedia que pone final a una historia de ambición irrefrenable.

         Una periodista que ha ayudado a la policía a capturar a la asesina de su marido, invitándola a ponerse en contacto con ella después de desplegar en su columna todos los tópicos actuales del «yo sí te creo, hermana», en un encadenado de tomas que nos hablan de la pasión con que las mujeres leen  esa columna que apela a la sororidad como un mecanismo de defensa, acaba enamorándose del policía gigantón al que encarna Hayden. Cuando la mujer ha decidido dejar el diario donde no la valoran lo que ella cree que merece y está dispuesta a irse a probar fortuna en Nueva York, recibe la llamada de Bill, el policía, para que se dé «una vuelta» por Los Ángeles, de donde ya no sale, porque se convierte en la esposa del policía, abandonando su carrera y sus ambiciones.

         A partir de la adopción a regañadientes de su papel de esposa, la película se adentra en una visión social de la mediocridad de las vidas grises de los funcionarios policiales y sus esposas, amantes de los cotilleos, las banalidades y lo que, de forma hiriente, se denominan «sus labores». La partida de cartas de los hombres por un kado, y, por el otro, las mujeres aparte, como dos mundos divididos radicalmente, encerradas en sus pequeñeces, van volviendo loca a la periodista, quien no tarda en darse cuenta de que se ha encerrado en un círculo social vicioso e insatisfactorio que amenaza seriamente con romper su matrimonio. Patético es el intento de adentrarse en el cerrado mundo masculino y participar de él, dada su «alergia» al círculo de las esposas.

         A partir de ese momento de crisis, entra en acción la mente calculadora de la protagonista, quien va a intentar seducir al jefe de su marido para conseguirle a este una promoción en la que ni el propio marido, amante de la «vida sencilla y sin complicaciones», está interesado. Es notable el modo como se suele presentar al marido, casi siempre mal vestido, desgarbado y sin preocupación ninguna por las apariencias, aunque en todo momento enamorado de su esposa.

         La insatisfacción es un cáncer despiadado, y contra el que no hay remedio. La periodista que lo ha dejado todo por amor no está dispuesta, sin embargo, a que su marido no haga lo posible y lo imposible para mejorar su posición social y darle a ella la satisfacción que merece. Están enamorados, sí; pero son más incompatibles de lo que se piensan.

         Desde ese momento, el personaje de la Stanwyck crece en maldad y se va apoderando de ella el demonio de los planes perversos, porque, dado que su marido no moverá ni un solo dedo por sí misma, ella está dispuesta a mover todo el cuerpo… Se trata de una personalidad que la Stanwyck ya ha representado en la pantalla, y ahí está Perversidad, de Billy Wilder, una de las joyas del cine negro, a años luz de la presente, aunque, como se dice popularmente, «quien tuvo…», y Barbara Stanwyck lo retuvo todo hasta que dejó de actuar. La transmutación de su personaje, a la que asistimos en esta película modesta, sirve para confirmar que, estando ella en la trama, no hay película que se quede, como esta lo parece que sea, en serie B; ella hace crecer cualquier guion, por flojo que sea.

         Recordemos que la trama es, además de simple y transparente, un modelo del ahogo que puede producir el espacio, la rutina y la ausencia de horizontes para un mínimo de ambición social. Gracias a esa deriva opresiva, también el personaje de Hayden se crece y parece, solo entonces, alcanzar lo que ella anda buscando, pero, ¡ay!, cuando ya nada parece tener remedio…

         Todos los códigos fílmicos del cine negro, que daba sus últimas bocanadas, antes de que llegaran nuevas hornadas de directores que, como Polansky en Chinatown, lo revitalizaran, pero en color, se dan cita en esta película, hermosa e ver. Recordemos que, para «facturar» genéricamente el film, quien está al mando de la fotografía es Joseph LaShelle, el oscarizado cinematografista de Laura,  y factótum también de ¿Ángel o diablo?, ambas de Otto Preminger.

         Insisto, se trata de una buena película con serios reparos, pero la atmósfera, la fotografía y la progresión dramática de los personajes crean una tensión a la que solo pondrá punto final el desenlace. Es muy notable la interpretación de Raymond Burr, porque su presencia fotogénica incluso le «roba» protagonismo a la Stanwyck en no pocas secuencias.

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