Un «Simenon» siempre es un «Simenon», y si además hay un homenaje a París de por medio y un plantel de intérpretes tan exquisito como en esta película, la ocasión hace al pecador.
Título original: The Man on the Eiffel Tower
Año: 1949
Duración: 97 min.
País: Estados Unidos
Dirección: Burgess Meredith
Guion: Harry Brown. Novela:
Georges Simenon
Música: Michel Michelet
Fotografía: Stanley Cortez
Reparto: Charles Laughton; Franchot Tone; Burgess Meredith;
Robert Hutton: Jean Wallace; Patricia Roc; Belita; George Thorpe; William
Phipps; William Cottrell; Howard Vernon.
Todo en eta película suena a
homenaje a París y al creador de Maigret, Georges Simenon, por parte del mundo
anglosajón. El hecho de que Laughton encarne un Maigret que obviamente se
expresa en inglés, pero que actúa muy muy en francés, de acuerdo con lo que
todos conocemos del personaje, leído y releído, confirma esa voluntad
tributaria. En los títulos de crédito se convierte a la ciudad de París en un
personaje más de la historia, y no se trata de retórica, sino de un hecho
verificable. No me refiero a la
omnipresencia del símbolo por excelencia de París, la torre Eiffel, sino a la
infinidad de toma de la ciudad, puentes, plazas, el Sena, panaderías y, por
supuesto, sus famosos cafés, como Les Deux Magots, convertido aquí,
¡váyase a saber por qué extrañas negociaciones de la producción!, en Aux 2
Magots, lugar privilegiado en la trama, porque en él arranca la historia y se sella la
alianza criminal para «aliviar» los problemas económicos de un ocioso galán con
la desaparición de su rica tía, de la que él es único heredero. La escena
inicial, muy de Simenon, nos muestra al heredero entre sus dos mujeres, a la
que quiere dar puerta y de la que está enamorado, justo cuando la segunda le
sugiere que le comunique a la primera cuál es la nueva situación. Una nota, caída
en el suelo, que le facilita un camarero, le indica un contacto para «realizar»
su pensamiento homicida.
Justo antes de entrar, una escena
costumbrista nos muestra a un afilador a quien su joven mujer le exige que
lleve dinero a casa de una vez por todas. El azar quiere que el afilador cegato
entre a robar en la casa señorial donde va a tropezar con el cadáver de la tía
y de su criada. Cuando sale a duras penas, el asesino no solo le endosa las muertes,
sino que se ofrece a llevarlo a su casa, porque no ve tres en un burro, y,
posteriormente, a sacarlo de la cárcel. Así que la noticia llega a los diarios,
entra en acción el inspector Maigret, junto con su auxiliar, Janvier, y no
tardan en capturar a Heurtin, el afilador, a través del resto de las gafas que
le ha roto el asesino. Maigret no ve otra solución que permitir la «huida» de
Heurtin para seguirle los pasos y que les conduzca hasta el verdadero responsable.
Maigret vuelve al café para ver qué
ocurre, y entonces contempla una escena provocada por el asesino para, al darse
a conocer, desafiarlo. Radek, un estudiante de medicina sin posibles, protagonizado
por un ajustado Franchot Tone, quien fue también productor, y a quien aún le
aguardaba una de sus mejores interpretaciones en Tempestad sobre Washington,
de Otto Preminger, entabla un duelo de inteligencias con Maigret, convencido de
que puede acabar con la reputación del inspector y precipitar su caída.
La historia se desarrolla según el canon de las que le hemos leído decenas de veces a Simenon, con un Maigret que,
literalmente, parece que no hace nada, pero que, a espaldas de los protagonistas,
reúne evidencias que es un contento. No tardamos en saber que Radek es un
maniaco-depresivo que tan pronto está eufórico como derrotado, lo que hace más
difícil el trabajo de Maigret, quien ha de estar atento a que el asesino, al
que no puede detener por falta de pruebas, dé un paso en falso. La labor
policial consiste, básicamente, en la educación de la paciencia, algo que
distingue, como todos los lectores saben, al Maigret de Simenon.
Aún no he hablado del extraño color que
se «inventó» Stanley Cortez para la ocasión, Ansco Color, un color lleno
de ocres y con una luminosidad tan marcada que nos recuerda los primeros ensayos del color o los
documentales bélicos coloreados. En cualquier caso, a mí me ha gustado mucho:
y, de hecho, me ha recordado el color que usa Jacques Tati en Mon Oncle
para la descripción lírica del París tradicional, opuesto al «moderno» que
describe a continuación y que tanto regocijo depara a los espectadores. La vida
de las calles, de los parques y de los cafés, escenarios en los que siempre
aparecen parejas besándose, como otro homenaje al tópico de «la ciudad del amor»,
tiene una verdad que lo acerca al documental en ciertos momentos, como ciertas
tomas panorámicas en las que se distingue a Maigret atravesando un puente,
recorriendo algunas calles o en la hermosamente fotografiada persecución a
través de los tejados de París, un acierto singular. Más estándares son los
planos de la Torre Eiffel y desde ella, porque también hay una persecución escalofriante
a través de la estructura de hierro que se sigue con notable angustia, sobre
todos los que padecemos de acrofobia. Recordemos, si acaso, que para su única y
extraordinaria película, La noche del cazador, Charles Laughton trabajó con
Stanley Cortez.
Hay algo más que hace de esta película
una rareza: tuvo tres directores. Irving Allen fue el primero, pero a las pocas
secuencias, Laughton amenazó con desentenderse del proyecto si no lo dirigía Meredith,
quien aceptó, pero cuando este actuaba, fue Laughton el encargado de la dirección,
aunque el peso de la película recae básicamente sobre Burgess Meredith, un
extraordinario actor que solo dirigió dos películas, esta y otra totalmente
estrafalaria llamada El yin y el yan del Dr. Go, de cuyos cinco primeros
minutos no he podido pasar… En esta, sin embargo, vemos cómo domina los
resortes del cine policiaco y sabe salir con bien del «embolado» en que lo metió
la impericia de Allen. No son pocas las adaptaciones de obras de Simenon a la
pantalla, y todas tienen, solo por el autor, interés; pero esta tiene un
encanto especial, además de actuaciones francamente notables y momentos a los
que podríamos calificar de «espectaculares».
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