domingo, 22 de enero de 2023

«Performance», de Donald Cammell y Nicolas Roeg, un desafío a la Warner.

Del asesinato como una de las bellas artes, la música y la psicodelia en el Londres de la «Década Prodigiosa», con un Mick Jagger estelar.

Título original: Performance

Año: 1970

Duración: 100 min.

País: Reino Unido

Dirección: Nicolas Roeg, Donald Cammell

Guion: Donald Cammell

Música: Jack Nitzsche

Fotografía: Nicolas Roeg

Reparto: James Fox; Mick Jagger; Anita Pallenberg; Michèle Breton; Ann Sidney; Johnny Shannon; Anthony Valentine.

 

         De la más que interesante serie documental sobre la historia del cine de Mark Cousins rescato esta primera película de Nicolas Roeg en colaboración con Donald Cammell, Performance. Con lo del «desafío» a la Warner me refiero a que la productora imaginaba que financiaba una película con los Rolling Stones en la onda de ¡Qué noche la de aquel día!, de Richard Lester, pero cuando vieron el sombrío y provocador resultado final la archivaron durante más de dos años en el cuarto oscuro de los proyectos irreformables hasta que ciertos cambios en la dirección permitieron su estreno, y desde entonces parece que el crédito de la misma no ha hecho sino ir subiendo hasta convertirla hoy, al menos en palabra de Mark Cousins, en uno de los grandes referentes del cine británico de finales de los 60.

         La historia es relativamente sencilla: un gánster primoroso, atildado y con espíritu de artista al servicio de sus ominosos trabajos decide actuar contra un rival sin percatarse de que el capo para quien trabaja no va a respaldarle y sí permitir que se venguen en su persona, unas escenas de una violencia poco conocida en el cine con tanta explicitud, aunque, al final, el galán mafioso consigue disparar a su rival y matarlo. A partir de ese momento se convierte en el objetivo de su propio capo y de la policía, por lo que ha de esconderse urgentemente. Sobreoye la dirección en la conversación  de un músico y allá que se dirige, haciéndose pasar por artista, y es aceptado, aunque con serios recelos, para ocupar la habitación del sótano.

         Lo que ha empezado como una película tradicional de gánsters continúa ahora como una inmersión onírica en un mundo psicodélico en el que habitan un músico decadente y dos mujeres con quien mantiene relaciones, además de una niña que aparece y desaparece y que se conduce con  insólita cordura en ese ambiente literalmente descentrado, con una decoración propia de una película de horror y con unos personajes que dan la sensación de estar continuamente colocados, algo que comprobamos más adelante con la repetida ingestión que hacen de setas alucinógenas, estado al que van a ir atrayendo al gánster, quien se deja llevar, movido por la necesidad y por la atracción que, enseguida, surgirá entre él y el músico, Turner (recordemos que, en ingles turn on es excitarse…).

         A pesar de que el gánster se pone en contacto con un amigo fiel al que le pide que le ayude a conseguir un pasaporte falso para salir del país, dada la doble amenaza que sufre, lo cierto es que en el ínterin se deja seducir por las dos mujeres y por el músico, y, poco a poco, va ocupando un lugar en esa puesta en escena casi gótica, en total penumbra —Turner se preocupa, en una escena, de cerrar las pesadas cortinas que, entreabiertas, permitían entrar un sol casi amenazador—, si no en noche perpetua. Vista esta película, está claro que de ella han bebido muchos directores, y el más sobresaliente Jim Jarmusch, cuya película Solo los amantes sobreviven diría que está directamente inspirada en esta de Roeg y Cammell. Trama, lo que se dice trama, hay más bien poca, en esta segunda parte llena de pequeños detalles de enfrentamiento psicológico, de confusión de sexualidades y de serias dudas sobre la propia identidad y las ajenas. Nicolas Roeg se encargó de la fotografía, y hay que reconocerle un mérito total, porque logra crear una atmósfera que, unido al sistema de rodaje, con un montaje casi frenético de planos sucesivos que apenas permiten un desarrollo en secuencias de la película, salvo en las secuencias eróticas, aunque no deja de haber un encadenamiento de planos que acaban consiguiendo un efecto casi alucinatorio.

         La presencia de Anita Pallenberg, pareja de dos miembros de los Rolling, cuyas escenas eróticas  con Jagger, pasadas de intensidad, dejaron alguna que otra herida entre Richards y Jagger, casi eclipsa, en cierto modo la del cantante de los Rolling, a pesar de que las metamorfosis del cantante en la película tienen un innegable atractivo y constituyen una demostración elocuente de sus innatas cualidades interpretativas. Hace poquísimo lo vi en Una obra maestra, de Giuseppe Capotondi, donde interpreta a un coleccionista de arte, y estaba estupendo. James Fox, a quien acabo de ver en Pasaje a la India, de Lean, compone un elegante gánster del South London preciso, contundente y despiadado que acaba cayendo, sin embargo, en la sima resbaladiza de la inseguridad ontológica, de tal manera que, al final de la película, acaba experimentando una metamorfosis sorprendente. La película tiene una puesta en escena virtuosa, tanto en la parte gansteril como en la psicodélica. El retrato de Van Morrison en una pared, un libro de Borges abierto en el suelo, una funda en el suelo de Otis Redding… todo son señales de una época convulsa y muy libre que va camino de acabarse cuando la película se estrena, por eso bien puede ser considerada como una reliquia de una época cultural  en la que el consumo de drogas creaba una realidad paralela. Que, además, confluyan dos mundos tan distintos y distantes como el de las pequeñas mafias locales y la música pop otorga a la película un valor testimonial de primer orden.

         Quizás la película, cinematográficamente, no valga tanto como Cousins sostiene, pero desde el punto de vista de la realización, está claro que podemos contemplar escenas, como el del disparo en la cabeza, cuya «modernidad» aún sigue sorprendiendo; del mismo modo que Roeg y Cammell no dudan en tomar de Bergman una superposición de identidades que el director sueco había plasmado en un fotograma de Persona, como indica Cousins.

         Los aficionados al cine tienen una cita con esta película, porque, más allá de la paralización de la trama desde que llega a la casa donde se esconde, la película bien puede decirse que comienza entonces y que lo anterior es un prólogo que presenta al protagonista de forma extensa para comprender mejor su posterior metamorfosis.

        

No hay comentarios:

Publicar un comentario