lunes, 11 de septiembre de 2023

«Desenfocado», de Paul Schrader, del «biopic» a la tragedia anunciada.

 

Anatomía de la adicción al sexo de una celebridad televisiva: un recital interpretativo de Greg Kinnear y Willem Dafoe.

 

Título original: Auto Focus (Autofocus)

Año: 2002

Duración: 104 min.

País: Estados Unidos

Dirección:Paul Schrader

Guion: Michael Gerbosi. Novela: Robert Graysmith

Música: Angelo Badalamenti

Fotografía: Fred Murphy

Reparto: Greg Kinnear; Willem Dafoe; Rita Wilson; Maria Bello; Ron Leibman; Bruce Solomon; Michael E. Rodgers; Kurt Fuller; Christopher Neiman; Ed Begley Jr.; Cassie Townsend; Joe Grifasi.

 

          Acabo de observar cómo se me escapan las películas de la cartelera, por mi imperdonable desidia. Me pongo a comentar hoy una película de Paul Schrader, de 2002, Desenfocado, y me acaban de quitar de la cartelera la última que acaba de rodar, de 2022, El maestro jardinero… No tengo remedio. En fin, espero repescarla cuanto antes en algún cine que tenga la caridad de esperar a los aficionados atareados… ¡Menos mal que el cine es un arte por el que no pasa el tiempo, a pesar de construirse sobre él y la luz…!

          Bob Crane fue un locutor musical y actor de gran éxito en la televisión usamericana de finales de los 60 gracias a una serie muy popular Los héroes de Hogan, que presentaba la particularidad de ser una serie cómica ambientada en un campo de concentración nazi. Nada más recibir el dato en la película, me pregunté si la serie podría haberse inspirado en la estupenda película de Billy Wilder, Traidor en el infierno, rodada una década antes, que suscito cierta controversia por el hecho de no renunciar al humor  para narrar la aventura de unos militares detenidos en un campo de concentración nazi, distinto, eso sí, de los siniestros de exterminio de los que no se salía. Sea como fuere, Bob Crane es el caso, muy usamericano, del actor al que le cae en las manos un papel que marca su vida y le otorga una popularidad y unos ingresos que le cambian la vida. ¿Qué hay de interés en esa vida para que Schrader, un feroz crítico de la hipocresía moral de su país, se lance a narrarla sin ahorrarnos ninguno de los escabrosos detalles que la adornan? El deslizamiento progresivo hacia la «profesionalización», podríamos decir, de una feroz adicción al sexo por parte de Crane, unida al alcohol y las drogas, por supuesto, pero, básicamente, al sexo. Cuando le llega el papel y el éxito,  Crane es algo así como el esposo ideal: religioso, enamorado de su mujer, preocupado absorbentemente por sus hijos y actor de éxito. Paul Schrader explora, en lo que va bastante más allá del tradicional biopic, un género de naturaleza propiamente televisiva, en la doble cara del éxito: en este caso una intensa afición al sexo que es descubierta por la mujer del esposo y padre ideal a la que este no le ha prodigado ni una mísera caricia ¡en meses! Como en cualquier adicción, también aquí hay un incremento gradual de la misma, porque al principio son revistas de desnudos femeninos que la mujer descubre accidentalmente en el garaje, semiescondidas, pero la rápida evolución de la obsesión de Crane lo lleva a pasar muchas noches fuera de casa, primero con pretextos laborales, después, ya, importándole una higa lo que su remilgada esposa piense de él.

          A mí la película me ha parecido un perfecta anatomía de la adicción, y Schrader, a quien le gusta retratar con mimo la decadencia naíf de ciertas hipocresías, se luce en la narración de un caso que va a discurrir paralelo al nacimiento y desarrollo de una amistad determinante en la evolución de la trama. Mientras aún mantiene su fama, Crane entra en contacto con John Henry Carpenter, un trabajador de la Sony que está introduciendo en el mercado los vídeos y que, como Crane, es también un obseso del sexo. Juntado preceptivamente el hambre con las ganas de comer, la película pasa de seguir exclusivamente a Crane para tomar a la pareja como núcleo de la narración, por más que Crane es siempre la figura alrededor de la cual pivota el descenso a los infiernos del sexo. Recordemos que un actor célebre, Michael Douglas, hubo de someterse a terapia para curarse de la misma adicción, tras lo cual renovó los laureles del éxito con una serie televisiva tan divertida como El método Kominsky, de Chuck Lorre. No le sucedió lo mismo a Crane, está claro. Y aunque los espectadores usamericanos conocían el final, porque se trata de un actor famoso, dado el desconocimiento en España de Crane, me ahorro dar ninguna pista al respecto, y menos aún revelarlo.

          En la pareja adicta, Crane es el «anzuelo» cuya celebridad atrae a un buen número de mujeres bastante más liberadas entonces de lo que el Poder político gobernante nos propone hoy en España, desde luego. Gracias a ellas vemos en acción una panoplia de recursos seductores que, en el fondo, beben de un único atractivo: la fama. Luego, metidos ya en harina, hasta Carpenter puede resultar atractivo, si bien lo que observamos, desde el comienzo de su relación es que el técnico de vídeo también está subyugado por el encanto y la fama de Crane, quien en modo alguno lo corresponde; antes al contrario: la mujer es su único terreno.

          Divorciado y casado con una compañera de reparto ―boda que se celebra en el set de la serie―, quien acabará sufriendo el mismo olvido que la primera mujer, hay en la película un aspecto técnico al que Schrader, como hijo de la industria, le presta una atención muy relevante: a través de Carpenter asistimos a las diversas mejoras que Sony consigue en la fabricación de los aparatos de reproducción, que la pareja usará para añadir una perspectiva «picante» a sus baratas orgías sexuales. A medida que pasan los años, porque la vida de Crane abarca el éxito y el fracaso, cuando llega el silencio de los productores y él ha de sobrevivir representando por bares-teatro una obra en la que explota el resto de fama que le queda ―bares, por otro lado, en cuya barra consigue presas para su adicción―, el interés por las grabaciones, sin embargo, no decae, y ambos personajes se hacen con una videoteca lujuriosa de tal entidad que, cuando no han «cazado» a nadie, se alivian solos y de consuno frente a la pantalla donde reviven sus éxitos venatorios. ¡Y a fe que hay escenas sórdidas como la de esa masturbación conjunta de ambos! No es nada nuevo en la filmografía de Schrader, teniendo en cuenta películas como Hardcore, su segunda película.

          El contexto en el que se inserta la degradación, decadencia y muerte de Bob Crane están perfectamente descritos en la película, lo que le confiere un notable valor sociológico. Si a eso añadimos las dos soberbias interpretaciones de Kinnear, a quienes los espectadores recordarán nítidamente en Mejor imposible, de James L. Brooks, junto a Jack Nicholson, y la de Willem Dafoe, uno de los grandes intérpretes del cine desde hace mucho, no creo que nadie salga descontento, aunque sí estremecidos, por supuesto, de una película cruda, pero necesaria, porque a veces olvidamos que la adicción totalmente incontrolada al sexo es una drogadicción como cualquier otra, y no siempre los adictos tienen un buen final.

 

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