Anatomía de la
adicción al sexo de una celebridad televisiva: un recital interpretativo de
Greg Kinnear y Willem Dafoe.
Título original: Auto Focus
(Autofocus)
Año: 2002
Duración: 104 min.
País: Estados Unidos
Dirección:Paul Schrader
Guion: Michael Gerbosi.
Novela: Robert Graysmith
Música: Angelo Badalamenti
Fotografía: Fred Murphy
Reparto: Greg Kinnear; Willem Dafoe; Rita Wilson; Maria Bello; Ron
Leibman; Bruce Solomon; Michael E. Rodgers; Kurt Fuller; Christopher Neiman; Ed
Begley Jr.; Cassie Townsend; Joe Grifasi.
Acabo de observar cómo se me escapan
las películas de la cartelera, por mi imperdonable desidia. Me pongo a comentar
hoy una película de Paul Schrader, de 2002, Desenfocado, y me acaban de
quitar de la cartelera la última que acaba de rodar, de 2022, El maestro
jardinero… No tengo remedio. En fin, espero repescarla cuanto antes en algún
cine que tenga la caridad de esperar a los aficionados atareados… ¡Menos mal
que el cine es un arte por el que no pasa el tiempo, a pesar de construirse
sobre él y la luz…!
Bob Crane fue
un locutor musical y actor de gran éxito en la televisión usamericana de finales
de los 60 gracias a una serie muy popular Los héroes de Hogan, que
presentaba la particularidad de ser una serie cómica ambientada en un campo de concentración
nazi. Nada más recibir el dato en la película, me pregunté si la serie podría haberse
inspirado en la estupenda película de Billy Wilder, Traidor en el infierno,
rodada una década antes, que suscito cierta controversia por el hecho de no
renunciar al humor para narrar la
aventura de unos militares detenidos en un campo de concentración nazi, distinto,
eso sí, de los siniestros de exterminio de los que no se salía. Sea como fuere,
Bob Crane es el caso, muy usamericano, del actor al que le cae en las manos un
papel que marca su vida y le otorga una popularidad y unos ingresos que le
cambian la vida. ¿Qué hay de interés en esa vida para que Schrader, un feroz
crítico de la hipocresía moral de su país, se lance a narrarla sin ahorrarnos
ninguno de los escabrosos detalles que la adornan? El deslizamiento progresivo hacia
la «profesionalización», podríamos decir, de una feroz adicción al sexo por
parte de Crane, unida al alcohol y las drogas, por supuesto, pero, básicamente,
al sexo. Cuando le llega el papel y el éxito,
Crane es algo así como el esposo ideal: religioso, enamorado de su
mujer, preocupado absorbentemente por sus hijos y actor de éxito. Paul Schrader
explora, en lo que va bastante más allá del tradicional biopic, un
género de naturaleza propiamente televisiva, en la doble cara del éxito: en
este caso una intensa afición al sexo que es descubierta por la mujer del
esposo y padre ideal a la que este no le ha prodigado ni una mísera caricia ¡en
meses! Como en cualquier adicción, también aquí hay un incremento gradual de la
misma, porque al principio son revistas de desnudos femeninos que la mujer
descubre accidentalmente en el garaje, semiescondidas, pero la rápida evolución
de la obsesión de Crane lo lleva a pasar muchas noches fuera de casa, primero
con pretextos laborales, después, ya, importándole una higa lo que su remilgada
esposa piense de él.
A mí la
película me ha parecido un perfecta anatomía de la adicción, y Schrader, a
quien le gusta retratar con mimo la decadencia naíf de ciertas hipocresías, se
luce en la narración de un caso que va a discurrir paralelo al nacimiento y
desarrollo de una amistad determinante en la evolución de la trama. Mientras
aún mantiene su fama, Crane entra en contacto con John Henry Carpenter, un trabajador
de la Sony que está introduciendo en el mercado los vídeos y que, como Crane,
es también un obseso del sexo. Juntado preceptivamente el hambre con las ganas
de comer, la película pasa de seguir exclusivamente a Crane para tomar a la
pareja como núcleo de la narración, por más que Crane es siempre la figura
alrededor de la cual pivota el descenso a los infiernos del sexo. Recordemos
que un actor célebre, Michael Douglas, hubo de someterse a terapia para curarse
de la misma adicción, tras lo cual renovó los laureles del éxito con una serie
televisiva tan divertida como El método Kominsky, de Chuck Lorre. No le
sucedió lo mismo a Crane, está claro. Y aunque los espectadores usamericanos
conocían el final, porque se trata de un actor famoso, dado el desconocimiento
en España de Crane, me ahorro dar ninguna pista al respecto, y menos aún
revelarlo.
En la pareja
adicta, Crane es el «anzuelo» cuya celebridad atrae a un buen número de mujeres
bastante más liberadas entonces de lo que el Poder político gobernante nos
propone hoy en España, desde luego. Gracias a ellas vemos en acción una
panoplia de recursos seductores que, en el fondo, beben de un único atractivo:
la fama. Luego, metidos ya en harina, hasta Carpenter puede resultar atractivo,
si bien lo que observamos, desde el comienzo de su relación es que el técnico
de vídeo también está subyugado por el encanto y la fama de Crane, quien en modo
alguno lo corresponde; antes al contrario: la mujer es su único terreno.
Divorciado y
casado con una compañera de reparto ―boda que se celebra en el set de la serie―,
quien acabará sufriendo el mismo olvido que la primera mujer, hay en la película
un aspecto técnico al que Schrader, como hijo de la industria, le presta una atención
muy relevante: a través de Carpenter asistimos a las diversas mejoras que Sony
consigue en la fabricación de los aparatos de reproducción, que la pareja usará
para añadir una perspectiva «picante» a sus baratas orgías sexuales. A medida
que pasan los años, porque la vida de Crane abarca el éxito y el fracaso,
cuando llega el silencio de los productores y él ha de sobrevivir representando
por bares-teatro una obra en la que explota el resto de fama que le queda ―bares,
por otro lado, en cuya barra consigue presas para su adicción―, el interés por
las grabaciones, sin embargo, no decae, y ambos personajes se hacen con una
videoteca lujuriosa de tal entidad que, cuando no han «cazado» a nadie, se
alivian solos y de consuno frente a la pantalla donde reviven sus éxitos
venatorios. ¡Y a fe que hay escenas sórdidas como la de esa masturbación
conjunta de ambos! No es nada nuevo en la filmografía de Schrader, teniendo en
cuenta películas como Hardcore,
su segunda película.
El contexto en
el que se inserta la degradación, decadencia y muerte de Bob Crane están perfectamente
descritos en la película, lo que le confiere un notable valor sociológico. Si a
eso añadimos las dos soberbias interpretaciones de Kinnear, a quienes los
espectadores recordarán nítidamente en Mejor imposible, de James
L. Brooks, junto a Jack Nicholson, y la de Willem Dafoe, uno de los grandes
intérpretes del cine desde hace mucho, no creo que nadie salga descontento,
aunque sí estremecidos, por supuesto, de una película cruda, pero necesaria,
porque a veces olvidamos que la adicción totalmente incontrolada al sexo es una
drogadicción como cualquier otra, y no siempre los adictos tienen un buen
final.
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