Una historia
íntima y emotiva: la orfandad y la vocación artística.
Título original: È stata la
mano di Dio
Año: 2021
Duración: 130 min.
País: Italia
Dirección: Paolo Sorrentino
Guion: Paolo Sorrentino
Música: Lele Marchitelli
Fotografía: Daria D'Antonio
Reparto: Filippo Scotti; Toni
Servillo; Luisa Ranieri; Teresa Saponangelo; Marlon Joubert;
Lino Musella; Renato
Carpentieri; Sofya Gershevich; Enzo Decaro; Massimiliano Gallo; Elisabetta
Pedrazzi; Ciro Capano; Biagio Manna.
Incluso para los buenos aficionados es
difícil seguir el ritmo de novedades que pasan como una exhalación por las
pantallas, de ahí que no nos quede más remedio que acceder a las plataformas
para, de tanto en tanto, descubrir «novedades» que nos han pasado totalmente
desapercibidas. Este es el caso de una película que no merecía de ninguna de las
maneras el paso furtivo por las pantallas que ha tenido, porque cualquier película
de Sorrentino es un «acontecimiento» de primera magnitud. Esta es la sexta que
critico en mi Ojo y doy fe de que Sorrentino está construyendo acaso la
más sólida carrera cinematográfica italiana desde los grandes monstruos del
pasado: Antonioni, Visconti, Fellini, Rossellini, Scola, De Sica, y tantos otros.
En esta ocasión, además, desde una perspectiva intimista que no desdeña, en
todo caso, la herencia recibida, sobre todo la inmensa de Fellini, maestro de
maestrtos.
Fue la mano de Dios cuenta una historia
dolorosa para el autor, la desaparición de sus padres en un accidente, cuando
él es un adolescente y ha de tomar una decisión sobre el rumbo que ha de seguir
en su vida. La desorientación vital del joven se encuadra en una ciudad.
Nápoles, que cobra en la película un protagonismo muy notable; del mismo modo
que sucede con el retrato, totalmente felliniano, del círculo familiar del
autor. La perspectiva grotesca se suma a la vivencia de un hecho insólito en el
mundo del fútbol: que el mejor jugador del mundo, Maradona en aquel momento, fichara
por un equipo, el Nápoles, siempre en la zona baja del Calcio, y a quien
condujo a ganar el Scudetto por primera vez en su historia. La pasión del joven
Fabietto por el fútbol, muy preocupado por si Maradona, como se rumorea,
acabará fichando por el Nápoles o no, trasunto del director, se suma
rápidamente a su interés por el mundo del cine, lo que lo lleva a contemplar el
rodaje en las galerías Umberto, un espacio idóneo para cualquier escena, así
como un casting en la que aparecen los rostros y físicos idóneos para
una película de Fellini. De forma paralela se cuenta la deriva lujuriosa de una
tía suya, mezclada con una rocambolesca historia libertina que acabará con el
internamiento psiquiátrico de ella, a quien el joven, que siente la atracción
sexual propia del descubrimiento de la pasión, convierte en su musa platónica.
El desfloramiento, propiamente dicho, será más prosaico y áspero, con la vecina
aristocrática que vive en el piso encima del de sus padres; pero eso hay que
verlo, está claro; pierde todo su interés si se relata.
Es curioso, digo de una secuencia que «hay
que verla», cuando, en realidad, es toda la película, secuencia tras secuencia
y plano tras plano, la que se ha de ver sin mediación de relato crítico
ninguno, porque es difícil explicar la poesía, el sentimiento, el pasmo, lo
grotesco e incluso lo surreal que se da cita en esta película personalísima en
la que advertimos enseguida la identificación autobiográfica, si bien, al
desconocer los pormenores biográficos del autor, ignoramos hasta qué punto
responde a la más estricta realidad. Siendo así como es, fidelísimo trasunto de
la realidad, cabe destacar el retrato amable de los padres incluso en las zonas
oscuras de su relación, porque el padre ha mantenido una doble vida con otra
mujer, lo que conlleva, en un momento dado, el divorcio temporal de los esposos,
antes de su reconciliación y posterior muerte por escape de gas en la pequeña
casa de campo que se han hecho. La afición de ambos esposos a las bromas forma
parte importante del relato, así como el lenguaje de silbidos en que ambos se
entienden.
La mezcla de ingredientes tan heterogéneos
no redunda en la dispersión del espectador, porque Fabietto actúa como hilo
conductor de todo el relato y es su mirada con la que se identifica el director
y la cámara. Todo fluye, lo visible y lo oculto, con gran delicadeza, y se
apodera de la historia esa suerte de omnipotencia del azar que todo lo
gobierna: desde el gol con la mano de Maradona en el mundial de Argentina, guiado
por Dios, hasta la comida familiar en la que la hermana del protagonista se
presenta con su novio carabinieri quien habla a través de la traqueotomía y
dice saltar a la comba y hacer gimnasia cada día, ante la rechifla de toda la familia
que ha esperado, hasta con vigías, la llegada de los novios.
Aunque pueda parecer algo impostado el
diálogo final del aspirante a director con el consagrado Antonio Capuano, y la
lección de vida que le da en el seno de una puesta en escena brillante que culmina
con el desnudo del director y su inmersión en las aguas napolitanas, enlazando
con el travelín inicial de la película que nos acerca sobre el mar a la ciudad,
para asistir a un «prodigio» de la picaresca sexual que volverá a aparecer
cuando el joven Fabietto contemple desde el tren que lo lleva a Roma al monje
enano, lo cierto es que, desde el punto de vista del espectador inmerso en la
pasión por el cine, todo responde a la mayor de las naturalidades, y nos
parecen muy pertinentes los consejos de un director que huye de las imposturas.
Aunque el joven «huya a Roma» acabará volviendo a Nápoles, le augura, porque
aquí, en la ciudad natal, también hay muchas cosas que contar, y esta historia
de su familia, está entre ellas. Bien es cierto que antes ha de haber triunfado
con La gran belleza, pero ese logro artístico es el que le permite rodar en
estado de absoluta «gracia narrativa» una historia tan íntima y un bildungsroman
tan penetrante. A veces las exigencias narrativas del pasado lejano requieren
una práctica artística que permita afrontarlas, sobre todo, desde la sencillez, desde la ausencia de
artificio y desde la plenitud de la vida que discurre con absoluta naturalidad:
no tanto una representación cuanto una presentación directa, natural,
convincente y emotiva, muy emotiva. No solo Fabietto, Filippo Scotti, actúa con
una convicción absoluta, sino sus padres, Servillo y, casi por encima de todo
el reparto, la excelsa Teresa Saponangelo, a quien le han regalado,
propiamente, el papel de su vida. ¡Qué madre! ¡Qué variedad de registros! ¡Qué actuación
tan memorable!
Si son aficionados al cine de Sorrentino,
esta película ocupará sin duda un lugar privilegiado en su devoción; si no lo
son, apresúrense a descubrir esta maravilla, muy distinta de otras suyas, pero
con una dimensión emotiva superior a toda su obra.
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