miércoles, 13 de septiembre de 2023

«Topsy-Turvy», de Mike Leigh o la vieja opereta inmortal.

 

Recreación de la vida y obra de un dúo tocado por la magia musical: Gilbert y Sullivan: la revelación de El Mikado.

 

Título original: Topsy-Turvy

Año: 1999

Duración: 160 min.

País: Reino Unido

Dirección: Mike Leigh

Guion: Mike Leigh

Fotografía: Dick Pope

Reparto: Jim Broadbent; Allan Corduner; Timothy Spall; Lesley Manville; Shirley Henderson; Katrin Cartlidge; Dexter Fletcher; Sukie Smith; Roger Heathcote; Wendy Nottingham; Stefan Bednarczyk; Francis Lee; William Neenan; Adam Searle; Martin Savage; Geoffrey Hutchings; Ron Cook; Gary Yershon; Eleanor David; Kevin McKidd; ; Sam Kelly; Nicholas Woodeson; Togo Igawa; Naoko Mori; Alison Steadman; Jonathan Aris; Andy Serkis; Brid Brennan; Matt Bardock; Mark Benton; Monica Dolan; Steve Speirs; Ashley Jensen; Rosie Cavaliero; Nicholas Boulton; John Warnaby; Vincent Franklin.

 

            No fui a verla cuando la adaptó al catalán Dagoll  Dagom y fue un éxito aquí en CAT, pero tampoco me arrepiento, la verdad, tras haber asistido a la deriva etnodelirante y supremacista de su director. Ahora, gracias a Filmin, me llega una película de Mike Leigh, autor de las celebérrimas Secretos y mentiras, El secreto de Vera Drake o Mr. Turner, entre otras, que, bajo capa de una biografía sucinta de sus autores nos ofrece un retrato de los entresijos de la vida teatral musical en Inglaterra en el siglo XIX, tomando el Savoy, donde se representaron las catorce operetas que creó el dúo, como ejemplo. La acción se centra en el momento en que comienza a flojear su exitosa unión como creadores de la gran opereta inglesa del XIX por las desavenencias entre los miembros de la exitosa pareja. A Sullivan los argumentos de Gilbert, ese absurdo mundo al revés, que es lo que significa el título Topsy-Turvy, algo así como upside down, han dejado de motivarlo, al tiempo que siente la llamada de la vocación para escribir música «seria» e iniciar una aventura en solitario. También, al parecer, molestan a Sullivan las pullas a la burguesía de Gilbert, mientras que él, por su parte, busca mecenas para sus obras serias.

          La película ahonda en el retrato de dos personalidades casi opuestas, pero, en la medida en que los cantantes del teatro y sus cuitas son objeto de atención preferente por parte de Leigh, bien podemos hablar de una película coral en la que el mundo del teatro asume el principal protagonismo. La vida integral del funcionamiento del Savoy, retratada hasta en los más pequeños detalles y por todos los espacios del mismo con un ritmo y una delicadeza extraordinarios, puede considerarse uno de los grandes atractivos de la película. Luego están los números musicales propiamente dichos, que son espectaculares, sobre todos para quienes gusten de un género musical menor como la «opereta» cómica, que ha tenido en Offenbach (La bella Helena), Johann Strauss (El murciélago)y Franz Léhar (La viuda alegre) sus máximos exponentes, junto con Gilbert & Sullivan, por supuesto. Curioso me ha parecido, en el reparto, la aparición de Timothy Spall como cantante, y muy destacado su número, suponiendo, como así parece, que sea él mismo quien cante. A cargo de Sullivan y Gilbert hay un actor de muy reconocido prestigio, Jim Broadbent y otro a quien no creo yo que se le haya reconocido la extraordinaria actuación que lleva a cabo en esta película: Allan Corduner, que le roba el papel a todo el reparto desde el inicio, cuando, casi a punto de expirar, enfermo, se levanta a duras penas y es ayudado a vestirse y llevado casi en volandas al teatro para instalarse en la silla desde donde va a dirigir, con graciosos gestos y muecas a los músicos de la breve orquesta que interpreta su música.

De Gilbert, obsesionado por sus historias, se nos ofrece una visión patética, al menos de su matrimonio, en el que su esposa padece por la total ausencia de erotismo en su relación, y de ahí la brillante escena en que él, puesto en entredicho por Sullivan, por lo repetitivo de sus tramas, le pide a su esposa una sugerencia a la que agarrarse para crear una trama que restituya su crédito ante Sullivan. La mujer, entonces, con tacto e inteligencia, le describe el nacimiento de la pasión entre dos enamorados como la mayor novedad del mundo, trama que vive, en su narración, con tal intensidad que el desengaño, cuando se percata de que a su marido no le llega el «mensaje», la deja bastante más que chafada.

          La inspiración le llega, sin embargo, a partir de una exposición sobre China en la que queda gratamente sorprendido por el colorido de su vestuario, por su música, por su teatro, por las marionetas, por los maquillajes y las máscaras, amén de la artesanía y de un modo de comportarse y caminar muy alejados de los estándares ingleses en los que se mueve. Se está gestando lo que, en vez del divorcio definitivo de Gilber &Sullivan se convertirá en uno de los más grandes éxitos de la pareja: El Mikado, representado ininterrumpidamente durante 672 sesiones…

          De Sullivan, un bon vivant y libertino, se nos ofrece, en contraste con el rigorismo moral de Gilbert y su frigidez erótica, una divertida imagen afecta al trato con prostitutas y al consumo de drogas, a pesar de su seria merma física que lo tiene siempre al borde de caer en la parálisis. De hecho, murió joven, a los 58 años. Sus intentos de crear «otra música», al margen de la que le daba fama y dinero, lo cumplió sobradamente, y bien puede hablarse de él como de un prolífico autor al que convendría escuchar con detenimiento. En La señora Miniver, de William Wyler, el himno final que se canta, Onward, Christian soldiers lleva la firma musical de Arthur Sullivan, y fue hecho suyo por el Ejército de Salvación.  

          La película, insisto, rodada con un despliegue de producción generoso, tanto en la puesta en escena como en el vestuario y el maquillaje, creo que será del agrado de los amantes de ese cine británico que recrea el pasado como en ninguna otra filmografía se hace y que, además, presta su atención a una vida, la teatral, que, hasta la aparición del cine, fue el espectáculo por excelencia del público popular. En estas operetas ha de verse el origen de los musicales que han acabado adueñándose de la escena de muchos años a esta parte y cuya plasmación cinematográfica han creado un género que, de tanto en tanto, se renueva con una devoción al pasado digna de encomio.

 

 

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