La vida, con licencias…, y obras de Josef Mysliveček, un exitoso y olvidado músico premozartiano…
Título original: Il Boemo
Año: 2022
Duración: 141 min.
País: República Checa
Dirección: Petr Vaclav
Guion: Petr Vaclav
Fotografía: Diego Romero
Reparto: Vojtech Dyk; Elena
Radonicich; Barbara Ronchi; Lana Vlady; Salvatore Langella;
Alberto Cracco; Zdenek Godla;
Lenka Vlasáková; Lino Musella; Chiara Celotto; Philippe Jaroussky; Raffaella
Milanesi; Philip Amadeus Hahn; Diego Pagotto; Karel Roden.
Ascender de biopic
a «biografía» no es siempre fácil en el cine. Intuitivamente, los espectadores descubrimos
enseguida bajo qué marbete ha de ponerse cada película que pretende recrear la
biografía de un personaje, usualmente conocido, pero a veces, como es el caso,
totalmente desconocido. Es lo que sucede con Josef Mysliveček, el musico de origen
checo que se traslada a Italia para continuar sus estudios y que se instala en
la entonces meca de la música hasta que, gracias al empujoncito de sus amantes,
logra recibir encargos que lo aúpan a un puesto de reconocido prestigio a pesar
de su origen y en las «plazas» más difíciles para un compositor operístico, las
italianas. De hecho, acabará siendo apodado Il divino boemo, lo cual lo dice
todo de su trabajado éxito en la Italia de la segunda mitad del XVIII.
Está claro que cuando el biografiado es absolutamente desconocido para el espectador, aumentan las posibilidades de subir el escalón y pasar de biopic a «biografía», por más que esta se narre con mayores o menores licencias, cuyo conocimiento solo puede ser posterior al visionado de la película, por supuesto. Y esa es una baza que no desaprovecha el director, Petr Vaclav, quien sigue escalando puestos en el reconocimiento internacional a su obra. Primero rodó un documental titulado Zpověď zapomenutého («Confesión de un desaparecido») y ahora ha reconvertido aquel material en una biografía canónica que sigue con seguridad y prudencia la estela de películas que tienen el XVIII como referente, como es el caso de Barry Lyndon, de Kubrick, por lo que hace a la iluminación y la fotografía, por ejemplo. Amadeus, de Forman, también se intuye al fondo, sobre todo por la graciosa escena del encuentro entre el niño Mozart y su admirado Mysliveček, una admiración documentada en el epistolario de Mozart, al parecer. Del compositor checo, el divino maestro de Salzburgo admiraba, cosa curiosa, el brío, la pasión y la vitalidad que se encarnaban en las obras del compositor checo.
A punto ya de
caer en la miseria, tras haber agotado la beca que un noble le concedió para estudiar
en Venecia con el maestro Giovanni Pescetti, el azar determina que el joven y
apuesto músico checo acabe convirtiéndose en el amante de una libertina que le
presentará a personajes cuya ayuda ha de ser definitiva para que consolide su carrera
musical con lo que todos los músicos que quieren escribir para la escena
necesitan: encargos. La relación con la libertina me ha traído a la memoria una
excelente película cuya crítica, ahora me arrepiento, no hice en su momento: Más
fuerte que su destino, de Marshall Herskovitz, basada en la biografía de la
joven Veronica Franco, quien decide, ante la imposibilidad de ser aceptada como
esposa de un noble por su origen plebeyo, en una cortesana profesional que no
solo pondrá a sus pies, y un poco más arriba…, a toda la nobleza veneciana,
sino que se enfrentará y triunfará de la Iglesia católica que quiere condenarla
en un acto inquisitorial, en parte porque la hacen responsable por su vida
licenciosa de la epidemia de peste que asuela la ciudad.
La gran
producción checa, que participó en la categoría de mejor película extranjera en
los Oscar, ha tirado, literalmente, la casa por la ventana, porque no se han
reparado en gastos de producción para recrear la época con una fidelidad que,
solo en vestuario, habrá supuesto una descomunal inversión. Que estemos ante
una obra con impulso oficial no impide que el director haya planteado una
biografía que no se aparta de una visión donjuanesca del biografiado sobre cuya
veracidad caben, al parecer, algunas dudas. En todo caso, parta lo que le sirve
esa inmersión en los círculos libertinos de la sociedad es para ofrecernos una
película nada timorata y con escenas muy pero que muy curiosas, como la de la
defecación real del Virrey de Nápoles, el futuro Carlos III cuyo actor me pareció,
al irrumpir en escena, Berto Romero, lo que añadió algo de curioso y picante
contexto a la escena. Con todo, el retrato real no se compadece, en principio,
con la imagen común aceptada de nuestro único rey «ilustrado».
Todos los
espectadores quedan avisados de que estamos ante una película musical, porque
la reivindicación de Mysliveček no puede hacerse sin que suenen constantemente
los frutos de su ingenio que no fueron pocos. De momento, yo llevo oídas dos
óperas, Bellerefonte y Antigona, y puedo atestiguar que su ascendente sobre
Mozart es inequívoco, aunque la supremacía del dios de la música se refleja,
para pasmo del checo, en el momento en que Mozart reproduce, nota por nota, con
el añadido de unas variaciones suyas, una pieza que le acaba de oír al músico bohemio.
Que el archifamoso contratenor Philippe Jaroussky no solo cante, sino que
incluso aparezca brevemente en la película puede entenderse como una validación
del rigor musical con que se han planteado las números escenas operísticas que
llegaron a los teatros italianos por parte de quien se conocen más de una
veintena de ellas, al margen de conciertos y otras obras. Particularmente interesante es la relación
del autor con una diva de la época, Caterina Gabrielli, con quien la unía sus
orígenes modestos: él, hijo de un molinero; ella, de un cocinero. Aunque en la
película se la presenta equívocamente como una mujer arrebatada por la soberbia
y con cierto desequilibrio, la Gabrielli fue un prodigio de fortaleza y respeto
a sí misma en un ambiente poco propenso a respetar a las mujeres. Está en
entredicho que fueran amantes, aunque lo incontrovertible es que la cantante
hubo de detener una representación para dar a luz a su hija. Y en esto de los
entresijos de las representaciones sí que la película gana un interés documental
muy notable, porque la inversión lo ha facilitado. Así mismo, para darle a la
época la atmósfera sentada ya por precedentes famosos como los ut supra
mencionados, la espléndida fotografía del cinematografista español Diego
Romero.
La muy variada
puesta en escena, tanto de interiores como los soberbios exteriores en Nápoles
contribuyen poderosamente a la recreación de una época y a la verosimilitud de
un trayecto biográfico en el que la destrucción del rostro del músico por haberle
sido contagiada la sífilis añade un dramatismo que no tarda en mostrarnos los
duros años declinantes de su cartera; porque hasta el éxito más deslumbrante no está exento del revés
sombrío del infortunio y el fracaso.
No me
corresponde a mí enjuiciar el valor de la música del compositor italo-checo,
pero baste con indicar la gran semejanza que hay entre su obra de madurez y las
primeras óperas mozartianas para saber que no andaba exento de calidad. Las
muestras de la película son todas ellas tan magníficas como lo que le voy
escuchando, aunque lamento decir que no hay grabaciones disponibles de toda su
obra en YouTube.
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