sábado, 9 de septiembre de 2023

«Barbie», de Greta Gerwig, tradición y renovación.

 

El viejo apólogo como nuevo espectáculo: una paródica propuesta lúdica impecable y muy divertida.

 

Título original: Barbie

Año: 2023

Duración: 114 min.

País: Estados Unidos

Dirección: Greta Gerwig

Guion: Greta Gerwig, Noah Baumbach. Personajes: Mattel

Música: Mark Ronson, Andrew Wyatt. Canciones: Dua Lipa, Billie Eilish, Karol G

Fotografía: Rodrigo Prieto

Reparto: Margot Robbie; Ryan Gosling; America Ferrera; Kate McKinnon; Will Ferrell; Michael Cera; Simu Liu; Dua Lipa; Connor Swindells; Rhea Perlman; Alexandra Shipp; John Cena; Ariana Greenblatt; Nicola Coughlan; Emma Mackey; Ritu Arya; Emerald Fennell; Kingsley Ben-Adir; Jamie Demetriou; Marisa Abela; Ncuti Gatwa; Hari Nef; Issa Rae; Patrick Luwis; Sharon Rooney; Caroline Wilde; Scott Evans; Kenna Roberts; Hannah Khalique-Brown; Ana Kayne; Luke Mullen; Tony Noto; Deb Hiett; Oraldo Austin; Oliver Vaquer; Kathryn Akin; Ramzan Miah; Ray Fearon; Lucy Boynton; Asim Chaudhry; Will Merrick; Tom Stourton; Helen Mirren (Narradora).

 

          He oído de todo sobre esta película y no he leído nada. Al principio creí que se trataba de un elaborado vehículo de una estrategia comercial, dada la implicación activa de la casa Mattel, y ahora, leída alguna somera información sobre los orígenes de la muñeca y la odisea empresarial de la misma, advierto que hay «otra película», muy distinta de esta, que bien podría ir en la línea de Desenfocado, de Paul Schrader, próximamente en este Ojo… La presencia de Gerwig detrás de la cámara invitaba a suponer que no cabía la patochada ni la comedieta insulsa, dada su poderosa militancia feminista, y así ha resultado ser, porque, sin ceder un ápice a sus principios, el guion elabora una fábula en la que se cruzan muchas temáticas de indiscutible actualidad en la palestra social. El comienzo es tan significativo, la parodia del inicio de 2001: Una odisea del espacio, de Kubrick, que marca indeleblemente el desarrollo de la divertida peripecia existencial de Barbie y de Ken en su viaje al mundo real, más allá de los límites de Barbilandia.

          Vaya por delante que los muñecos, desde siempre, como los autómatas, desde el viejo mito de Pigmalión y la estatua de Galatea que acaba cobrando vida, han sido fuente de inspiración narrativa, y en ella hemos de incluir también el Frankenstein, de Mary Shelly, por supuesto, sin olvidar la Olimpia contenida en El hombre de arena, de E.T.A.Hoffmann . En la Historia del Cine hay varias películas que juegan con esa idea, pero yo me limitaré a citar la que considero una de las grandes de esa Historia: La muñeca, de Ernst Lubitsch, cuyo personaje central es una muñeca creada a imitación de la propia hija del artesano, la cual acabará entablando un juego de suplantación de personalidad divertidísimo y procaz con la muñeca. Es película que, como La princesa de las ostras, también de Lubitsch, recomiendo como auténticas «novedades» narrativas y formales que dejarán boquiabiertos incluso a los mejores aficionados al cine (excluyo a los cinéfilos porque entiendo que no pueden no haberlas visto).

          Tras el divertido arranque paródico, marcando de forma impecable por dónde habrá de discurrir la feliz invención de los esposos Gerwig Baumbach, el impacto de la recreación a escala 1:1 de Barbilandia nos trae a la memoria el mundo fílmico de Wes Anderson, por más que a este «exquisito» quizá la referencia le parezca un insulto, no sé. El diseño, en todo caso, de la puesta en escena y la primera animación de las barbis y los kens es todo un acierto. Desde que la hábil promoción de la película nos dejó ver a Robbie y Gosling disfrazados de sus personajes, tuve la intuición de que, si no caían en el chiste fácil o el chafarrinón, los dos protagonistas daban perfectamente el «tipo» para hacer algo «potable», y perdonen mi debilidad por Ken, que está francamente maravilloso, por la caracterización y por la actuación; a la Robbie le ha faltado algo de anorexia para calcar el original, pero, una vez admitida la bellísima variante carnal, su actuación vuelve a maravillarme una vez más, como lo acababa de hacer en el Babylon de Chazelle o antes en Una joven prometedora, de Fennell.

          Decía al principio que la película renovaba el género del apólogo, porque está claro que, no lo podemos obviar, entra dentro del juego de la primacía relativamente asexuada de las Barbis en barbilandia la exaltación del empoderamiento de las mujeres, muñecas o reales, que convierte a la película en una película de tesis, si bien el enredo narrativo en que se inserta la misma, la toma del poder por parte de los Kens en Barbilandia, dispuestos a convertirla en Kenlandia, casi casi que lo justifica y lo exige. Antes, claro está, cuando un repentino e incontrolado pensamiento de muerte asalta a la protagonista, la Barbie «estereotipo», que busca el arreglo que la permita seguir «encajando» en «su» mundo, ha de «salir» al mundo real, porque todos sus males proceden de que alguna niña en algún lugar está jugando mal con ella. Que Ken se cuele de polizón en ese viaje lleno del encanto de los viejos recortables, ¡qué disfrute permanente con la puesta en escena!, nos lleva a unas secuencias de ambos en el mundo real que son impagables. Sí, claro, es un cuento, pero está contado con una gracia y un encanto muy peculiares, y todos los equívocos y gags, hablados o visuales, logran mantener la sonrisa en la boca de los complacidos espectadores, que a estas alturas se cuentan ya por muchos millones, ciertamente. No voy a defender que se haya de llevar al cine alguna prenda rosa ―a posteriori confieso que mi camisa veraniega llevaba retazos de rosa aquí y allá…(vid.infra)―, como esa ropa interior roja del cotillón de Nochevieja, que algunos tienen por costumbre; pero ¿por qué negarle a esta narración la parafernalia que aceptamos acríticamente en la vida diaria?

          Que la historia se complique con la participación narrativa de la Mattel y sus dirigentes en la trama me parece un acierto descomunal, porque pasamos de la parodia crítica distante a la autoparodia socrática íntima, y el juego de slapstick que Gerwig y Baumbach le sacan a los corporativos de la Mattel no solo es ingenioso, sino divertidísimo, ¡puro cine cómico del mejor!

El reparto de cuotas sociales de las Barbies y los Kenns coincide con la aceptación social de otros modelos no waspestandarizados a los que la Mattel ha ido adaptándose con el paso del tiempo y la necesidad de contribuir a la no estigmatización de otros morfotipos distintos del de la Barbie original, inspirada, por cierto, en una muñeca erótica suiza, Lilli ―y por aquí, si estiramos del hilo, nos vamos a Lilith y a la Lulú de Wedekind y de Berg…―, descubierta por su creadora, a quien, obviamente, se rinde un tierno y emotivo homenaje en la película.

          El juego unamuniano entre creador y personaje, si sabe hacerse, es siempre fuente de placer narrativo, ¡y no digamos ya la animación de ciertas realidades que confinamos en el rincón inocente de los juegos, aunque tengan estos mucho de iniciáticos! Animar lo, por definición, condenado al silencio y la inmovilidad, tiene un mérito que a nadie se le escapa, y Gerwig y Baumbach lo han sabido hacer con respeto, sin pamplinas, sin sentimentalismos y con una poderosa ironía que recorre toda la película, como en las buenas parodias.

Algunos espectadores me dirán que lo siguiente está traído por los pelos, pero esta película da de sí incluso para relacionarla con nuestra actualidad, porque, me lo reservaba para el final, el golpe de estado que intentan los Kenns en Barbilandia, ¡con cambio de Constitución incluido!, me lo ha hecho ver con los más asombrados ojos del vigía de nuestra actualidad política… Esa parte de la trama está no solo bien articulada, sino que, estéticamente, nos depara algunas secuencias de lo mejorcito de la película: el baile y la lucha de los Kens, con una banda sonora más que notable. La propia canción que inicia Gosling, con su voz de lija, es todo un hit, por más que la selección de los atributos paródicos del «heteropatriarcado» parecen escogidos en la misma vena que el discurso homilético de recuperación de la «barbiridad» (¡y ojito con equivocarse de vocales…!) para recuperar el poder. Todo ello nos lleva, curiosamente a que Barbie y Kenn compartan un mismo problema ontológico a cuya solución solo se accede pasando por taquilla o próximamente en Netflix.

          Amante como soy de los mundos imaginarios, no quería perderme la reproducción de Barbilandia en la pantalla grande, porque, como sospechaba, está en la línea de esas puestas en escena que, una vez vistas, no se borran ya del recuerdo, como la ciudad de Tráfico o la casa moderna de Mon Oncle, ambas de Tati. En fin, son muchos los valores de esta película y los espectadores pueden acogerse a algunos o a todos; pero lo cierto es que, al menos este crítico diletante ha pasado una velada extraordinaria en una sala ya vacía, apenas éramos 4 personas en los Renoir, lejos del mundanal ruido de los fans rosáceos… Dicho todo lo anterior, solo me cabe añadir que siempre me han caído fatal las barbis ―apelativo que pervive como descalificación de las mujeres hermosas pero sin seso, de esas que, como dice la Biblia, son como un anillo en la jeta de un puerco―; pero tampoco soy de la Nancy, de Famosa, por razones obvias, claro.  Mi mundo es otro.

                          


 

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