Título original: Illusions
perdues
Año: 2021
Duración: 149 min.
País: Francia
Dirección: Xavier Giannoli
Guion: Xavier Giannoli, Jacques Fieschi. Novela:
Honoré de Balzac
Fotografía: Christophe
Beaucarne
Reparto: Benjamin Voisin; Cécile De France; Vincent
Lacoste; Xavier Dolan; Salomé Dewaels; Jeanne Balibar; Gérard Depardieu; André
Marcon; Louis-Do de Lencquesaing; Jean-François Stévenin; Alexis Barbosa;
Arnaud de Montlivaut; Marie Cornillon; Saïd Amadis; Raphaël Magnabosco; Mathieu
Cayrou; Morgane de Vargas; Michèle Clément; Aurélia Frachon.
Título original: Eugénie
Grandet
Año: 2021
Duración: 99 min.
País: Francia
Dirección: Marc Dugain
Guion: Marc Dugain. Novela:
Honoré de Balzac
Música: Jeremy Hababou
Fotografía: Gilles Porte
Reparto: César Domboy; Olivier
Gourmet; Joséphine Japy; Valérie Bonneton; Philippe du Janerand: Bruno
Raffaelli; Nathalie Bécue; François Marthouret; Pierre-Olivier Scotto; Anne-Marie
Philipe.
El avaro rural miserable y un apasionante retrato de la época de la Restauración monárquica hasta la Revolución de 1830.
Después de mi primera incursión lectora en Balzac con la asombrosa
La piel de zapa, saqué de la estantería Eugénie Grandet para
seguir disfrutando. Al azar descubrí en Movistar una adaptación cinematográfica
que, una vez vista, no me ha impedido disfrutar de la lectura de la novela,
sobre todo porque el final de ambas obras es muy diferente, y la película propone
una lectura feminista que se aparta enormemente del original, como supuse al
acabar de ver la película y confirmé en la lectura. Junto a ella, asomó la
patita Las ilusiones perdidas, que no pudimos dejar de ver, después del
inmejorable sabor de ojos que nos dejó la de Eugénie Grandet. Un día de
estos me llegará la novela, un hermoso volumen de 700 páginas en el que me
sumergiré gustoso, porque la película, que tiene trazas de ser el retrato
pormenorizado de toda una época, y que incluye la ambición del éxito literario
como motor del relato, estoy convencido de que se habrá de corresponder con un
novelón soberbio, teniendo en cuenta la sabiduría narrativa de Balzac y su
amplísima gama de intereses humanos y divinos, lo que sazona sus obras con
reflexiones y realidades muy dignas de ser leídas.
A Balzac le sienta bien el cine, como,
en otro extremo creador, a Simenon. Su realismo crítico y el minucioso retrato
de las psicologías de sus personajes, sin descuidar los usos y costumbres
propios de cada época, permiten al realizador cinematográfico lucirse
sobradamente, aunque no es menos cierto que la puesta en escena ha de estar a
la altura de las exigencias, en el caso de Las ilusiones perdidas con el
derroche lujoso de la emergente aristocracia. Salvando las distancias, todo lo
relativo al teatro y a las distracciones artísticas reflejadas en la película
me han traído a la memoria Los niños del paraíso, de Marcel Carné; pero
también otras de espíritu galante como Las amistades peligrosas, de Stephen
Frears, e incluso, muy al fondo, Barry Lyndon, de Kubrick.
La historia de un joven impresor que
aspira a convertirse en poeta reconocido y admitido en la nobleza, para lo cual
pretende reivindicar un título al que cree tener derecho por parte de madre, Lucien
de Rubempré, frente al vulgar Lucien Chardon con que rebajan sus enemigos sus aristocráticas
pretensiones. Tras cortejar a una mecenas casada, a quien dedica sus
composiciones, y ser amenazado por el marido, Lucien se instala en París,
dispuesto a triunfar, primero como amante de su noble provinciana, después, por
sus propios medios, que lo acaban llevando al mundo del periodismo satírico,
cultural y político, que quita o pone prestigios en función de lo que se pague
por ello. Todo ese mundo está descrito en la película fastuosamente, y es, sin
duda, al menos para mí, lo más interesante, porque la aventura nobiliaria de Rubempré,
que acaba enemistándolo con sus antiguos amigos y con la nueva clase a la que
se asocia como lacayo al que se soporta pero no se estima ni aprecia sigue un
curso muy trillado y previsible. Su unión con una actriz encumbrada por el venal
jefe de una claca que, como los periodistas, también ensalza o humilla
reputaciones, sí tiene más miga, porque se cruza no solo con la devoción de
Rubempré a su protegida provinciana, sino con una provocación libertina que se
retrata en secuencias extraordinarias, como la fiesta en la ostentosa casa a la
que se mudan para exhibir su poder social, la misma que, en los tiempos de la
adversidad, ella ya enferma de tuberculosis, irá quedándose vacía hasta que
ellos mismos son expulsados.
Las ilusiones perdidas tiene a un
mequetrefe arribista con cierto talento como protagonista, y esa mezcla extraña
de ingenuidad y de perversidad es un aliciente muy notable para seguir una
película cuyo ritmo no cede en ningún momento, con un reparto impecable en el
que sobresale la delicada marquesa que lo protege, Cécile de France, pero
también el poeta «rival» y luego amigo protagonizado por Xavier Dolan, lleno de
matices.
Al parecer el deslumbramiento que
produce el lujo en el protagonista está tan fielmente retratado porque lo
comparte con el autor, Balzac, pero este, a diferencia de su pisaverde y
lechuguino, admite el distanciamiento crítico que, aun no exento de admiración
legítima a la belleza de las cosas, de los materiales de que están hechas,
objetiva los procesos de degradación moral a que cualquier sujeto no agraciado
por la cuna puede someterse para conseguirlo.
De su director, Xavier Giannoli, había visto con anterioridad Madame
Marguerite, una comedia también ambientada en las clases altas, de excelente
factura e inmejorable interpretación a cargo de la siempre eficacísima Catherine
Frot.
Eugénie Grandet es un retrato
rural, muy distinto del parisino de Las ilusiones perdidas, aunque también
en esta hay cierto provincianismo ineludible en los comienzos de la trama.
Aunque lleva el nombre de la protagonista, la obra no tarde en centrarse en el
verdadero protagonista, el señor Grandet, un propietario cuya ambición de
acumular capitales lo lleva, por el lado de la vida cotidiana, a ser un avaro
que guarda, colgada del cuello, la llave de la despensa, donde se guarda el pan
cuyas raciones él fija de buena mañana para el resto del día. El retrato de
Grandet es excepcional, incluso en la película, aunque la aventura galante de Eugénie
con su primo, quien ha sido enviado por su padre a casa de su hermano antes de
suicidarse tras haber quebrado sus negocios, no tarda en hacerle la competencia,
aunque, a mi juicio, ¡dónde va a parar!, el insulso amor de la joven ingenua y
dominada o secuestrada por su padre no le llega a la altura del zapato al
retrato del padre. En cualquier caso, el intimismo de la realización, a cargo
del novelista Marc Dugain, sabe extraer no solo una belleza muy notable de los
espacios exteriores, sino un juego de claroscuros muy a lo Rembrandt en los humildes
interiores de la casa pueblerina donde vive la familia, a pesar de su enorme
riqueza acumulada. La deuda de honor de su tío acabará afectando a las
pretensiones del primo, que ha hecho fortuna en su viaje a Sudámerica, de donde
regresa para incumplir la promesa hecha a Eugénie, porque «no concibe la
felicidad en el seno del matrimonio», y sí un matrimonio que lo aúpe a un
título nobiliario y a un empleo en la Corte. Así es la vida de los petimetres y
de las ingenuas, y ambos cumplen a la perfección con lo que se espera de ellos.
El desenlace literario de la novela a buen seguro que dejó muy frío a Dugain, y
ello lo animó a «enmendarle la plana» al autor de Tours y «construir» una
Eugénie ajustada al molde del feminismo actual. Es una opción, desde luego, y
la historia queda «redonda», ciertamente, pero hay innovaciones, a mi entender,
poco respetuosas. Tampoco es mucho pedir que hagamos un ejercicio de contextualización
con épocas pasadas, en vez de desnaturalizarlas, lo que puede crear una confusión
histórica muy notable en los espectadores.
La puesta en escena de la película es
una de sus grandes bazas, así como el intimismo del retrato de la mujer en un
espacio gobernado desde la escasez avara por quien podría vivir como un rico. A
su virtud contribuye el retrato de la vida provinciana, en el que el director
no se extiende tanto como el novelista, porque concentra el foco en la sumisión
en que vive la heroína, a quien la llegada de su primo descubre un mundo de
ensueño que se le presenta como el paraíso, respecto de su vida corriente y
moliente, aunque no deja de llamar la atención lo interiorizado que lleva el
respeto al poder de su padre, bajo el que vive sometida, aunque el padre sepa
que ella será su única heredera. En las novelas del XIX son importantísimas las
cuestiones relativas a las herencias y a las reclamaciones de títulos y
honores, que suelen mezclarse con amores imposibles o transgresores de la moral
común, y de todo ello hay en la película, y tratado con buen criterio. En fin,
un programa doble balzaciano que sabrán apreciar cuantos aprecien la novela del
XIX en lo que esta tiene de invención y de documento.
Te estaba leyendo y al hilo del personaje y la historia que relatas del personaje de Rubempré en Las ilusiones perdidas, he recordado una peli que se titula BEL AMI, historia de un seductor donde tb se narra el ascenso de un joven sin escrúpulos y carente de talento como periodista, que llega al París de finales del XIX procedente de Argelia, y se da cuenta que desplegando sus encantos puede ascender socialmente, Adaptación de la novela homónima de Guy de Maupassant. El argumento es muy semejante al que comentas, aunque espero que tu película sea mejor…te la menciono solo por la semejanza de las historias, pero no te la recomiendo. Respecto de la otra película, Eugénie Grandet y su ambientación rural, tv me ha recordado otra, sobre todo por el ambiente rural de la época que sin embargo si te recomiendo, DELICIOSO , no es deliciosa, pero merece la pena por el retrato tan curioso que hace de la época, finales del siglo XVIII ; )
ResponderEliminarTe agradezco mucho todo lo que has comentado sobre las dos películas, me las apunto, siempre me ha atraído mucho esa época del siglo XVIII hasta finales del XIX, es donde se fraguó las bases del sistema que hoy impera en todo, para bien y para mal: )
Un beso! Ah! y no eres nada pesado, quítatelo de la cabeza. Requieres mucho tiempo para disfrutarte como merecen tus letras, pero cuando consigo encontrarlo, siempre merece muchísimo la pena. Gracias otra vez!
Hola María, Bel Ami, en efecto, ha tenido fortuna cinematográfica. Yo recuerdo haber visto una adaptación antigua, pero ninguna moderna. Del mismo director, Albert Lewin, vi "Soberbia", inspirada en la vida de Gauguin, muy recomendable. Supongo que todos estos "trepas" tienen su modelo en el Julien Sorel, de "Rojo y Negro". Curiosamente, en Las ilusiones perdidas y en Bel Ami se retrata un mismo mundo el del periodismo que se va convirtiendo en el "cuarto poder", poco a poco.
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