Un doble retrato de la mujer en los tiempos de la «revolución de las flores».
Título original: L'une chante, l'autre pas
Año: 1977
Duración: 115 min.
País: Francia
Dirección: Agnès Varda
Guion: Agnès Varda
Música: François Wertheimer
Fotografía: Charles Van
Damme
Reparto: Valérie Mairesse; Thérèse
Liotard; Gisèle Halimi; Marion Hänsel; Ali Raffi;
Jean-Pierre Pellegrin; Mona
Mairesse; Francis Lemaire.
Si es de 1977,
ya podemos comenzar a hablar de un pasado muy lejano, en este 2023 de nuestras
demagogias, shitprops y populismos de medio pelo y un cuarto de frase
desbarrada, de ahí que se precise algo de contexto para tratar de acercarnos a
una película que está en las antípodas de la deslumbrante Cléo de 5 a 7,
de la misma autora, poseedora de una obra muy irregular. A punto de cumplirse
una década de la revuelta juvenil de mayo del 68, y andando en fase
*periclitante la más antigua revolución jipi, o de las flores, las dos vidas
que nos ofrece Varda en su historia vienen a ser, en su radical diferencia y
contraste, dos visiones de la vida casi antagónicas. De un lado, la ridícula
Pomme (Pauline en realidad), una cantante que aspira a vivir
revolucionariamente en una suerte de comunismo primitivo sororal, viajando por
todo el país y atormentando a sus pobres auditorios solo por el beneficio de la
limosna; y, de otro, Suzanne, cuyo marido, fotógrafo, se ha suicidado y quien,
tras abortar de un tercer hijo que no desea, porque no puede mantenerlo, se
convierte en una activa trabajadora social en pro del control de la natalidad y
del acceso al aborto. La historia arranca cuando, mediante el engaño, Pomme
consigue dinero de sus padres y lo usa para pagarle el aborto a Suzanne. Tras
el agresivo enfrentamiento con sus progenitores, propio de la abismal distancia
generacional en los comienzos de los 60, Pomme se lanza a la aventura de vivir
por su cuenta e inicia una vida artística plagada de desengaños y limitaciones,
y en la que llega a unirse a un joven estudiante iraní que la lleva a Irán, en
una de las fases más interesantes de la película, y descubre allí lo que supone
convertirse en «la esposa de», por lo que, a pesar de haber tenido un hijo con
Darius, ella decide regresar a Francia, dada la asfixia moral que sufre en un
país incluso aún no teocrático, porque la revolución iraní islamista se produjo
en 1979, y el presente de ambos personajes es 1972, cuando acaban encontrándose,
ambas protagonistas, en una manifestación
en pro del derecho al aborto. Muy chocante, por ejemplo, incluso para nuestro
presente, es el arreglo al que llegan Pomme y Darius: ella se queda de nuevo embarazada
de él, para tener un hijo «para ella» y el primero regresa a Irán con su padre.
El comienzo de
la película es apabullante, porque el fotógrafo, con tienda abierta en la que
no entra nadie, realiza fotografías muy hermosas y llenas de una exquisita
sensibilidad. Por azar, Pomme ve las fotos de su amiga Suzanne y se decide a
entrar y a posar para el fotógrafo atormentado por las escasas perspectivas
profesionales que tiene su magnífico trabajo. Toda esa parte introductoria es,
fílmicamente, de lo mejorcito de la película, y funciona como un corto con un
final estremecedor, dado el ahorcamiento del artista. Tras él, y salvando la
parte iraní, la película sigue dos direcciones muy distintas, una, la verdaderamente
importante: cómo logra Suzanne salir adelante con sus dos hijos, a pesar de
tener que volver a casa de sus padres, que la acogen casi como a una sierva, y
el modo como accedemos a su intimidad y sus tentativas de emparejarse, al
tiempo que desarrolla una necesaria labor social. Ese «verismo» en su justo
medio choca, sin embargo, con la aventura jipi de Pomme y su lucha feminista a través
de la comuna matriarcal y sus canciones —un insulso repertorio, todo ha de
decirse— de protesta, batalla y deseada persuasión.
El encuentro
de las amigas, diez años después del terrible suceso tras el que sus caminos se
separan, permite al espectador contrastar una y otra biografía y sacar sus
conclusiones, por supuesto. De lo que duda es de que la autora se incline por
Suzanne, dado el relieve que concede a la aventura supuestamente renovadora de
la vida que propone la «caravana de mujeres» que recorre con su vida
alternativa el país. Hay, a mi juicio, una suerte de panfilismo buenista que
tiende a sobrevalorar lo que ahora conocemos como «movimientos alternativos», y
desde la distancia de 2023 advertimos, sobre todo, la ingenuidad del entusiasmo
con que la autora los contempla.
No es esta una
de las mejores películas de Agnès Varda, está claro, y sin decir que el tiempo haya
pasado por ella de forma inmisericorde, pues algunos tramos de la película son
magníficos, deja en el espectador un regusto de esas buenas intenciones de las
que está empedrado el infierno, lo que le quita la complejidad y densidad de
otras obras suyas de mucho mejor ver.
A pesar de lo
dicho, y descontando las bobas molestias ideológicas, la película puede ser
vista sin demasiado enojo, para apreciar en lo que valen, y valen mucho, sus
mejores momentos.
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