jueves, 6 de junio de 2024

«Chinas», de Arantxa Echevarria, o el compromiso con la realidad.

 

Una mirada sin concesiones a la dura «adaptación» de los nuevos españoles…

 

Título original: Chinas

Año: 2023

Duración: 113 min.

País: España

Dirección: Arantxa Echevarria

Guion: Arantxa Echevarria

Reparto: Daniela Shiman Yang; Xinyi Ye; Ella Qiu; Pablo Molinero; Leonor Watling; Carolina Yuste; Valeria Fernández; Yeju Ji; Julio Hu Chen.

Música: Marina Herlop

Fotografía: Pilar Sánchez Díaz.

 

          Se le reprocha, al menos en FilmAffinity, la ausencia de un final contundente, impactante, rematador de los muchos hilos sembrados a lo largo del desarrollo de la película, pero bien podrían acordarse esos críticos cítricos del modo como concibió Zola su obra narrativa naturalista: une tranche de vie, esto es, sorprender la vida en el momento de producirse, desinteresándose del comienzo y del final, porque la vida es un largo río que fluye incesantemente, lleno de accidentes de todo tipo. Etxevarria, que ya se sumergió en otro grupo marginal de nuestra sociedad, el de los gitanos, para contarnos la osada historia del lesbianismo en una cultura muy machista, se ha fijado en esta ocasión en los miembros de la segunda generación de emigrantes, los chinos, en esta ocasión y nos habla de unas vidas fronterizas entre la obligación para con sus progenitores y su pertenencia, por razón de vida, a la nueva cultura a la que socialmente pertenecen. No es fácil conjugar ambas devociones, en el caso de que ambas o alguna de ellas lo sea. Los padres, que regentan un bazar, apenas chapurrean tres palabras de español; las hijas, una niña y una adolescente —¡qué maravillosas actrices ambas, pero sobre todo la pequeña, Daniela Shiman Yang, desde cuyos ojos se contempla la realidad compleja en la que viven!—, están plenamente integradas en su medio y se consideran españolas como cualquiera de sus amistades del colegio o el instituto, y de ahí la airada reacción de la adolescente en busca de aceptación social que se irrita porque la llaman «china» o «chinita».

          Aunque buena parte de la película adquiere un estilo costumbrista, popular, en el que se suceden episodios de la vida corriente, sea en la familia, sea en la escuela, sea en el grupo de amigos, no son pocos los conflictos individuales que la directora ha querido retratar con lenguajes muy distintos. Coincidiendo con la llegada de una niña de origen chino, adoptada, que no entiende ni una palabra de mandarín, una escena nos muestra el choque cultural desde una vertiente más compleja aún que la propia de la relación oriental-occidental, porque es la hija adoptada la que se queda bloqueada al entrar en el bazar y no entender nada de lo que la madre de la protagonista le dice en chino. La situación genera en ella tal rechazo que se negará a establecer relación con Lucía, a pesar de que esta sí que le habla en español, y esos intentos fallidos serán uno de los ejes sociales de la película. Como Lucía forma un precioso tándem con Susana —¡Qué descubrimiento, el de la simpatiquísima Valeria Fernández, de la misma altura interpretativa que la de Daniela Shiman!—, las secuencias en que ambas se «apoderan» de la película esta gana muchos enteros, sobre todo porque está plenamente conseguido el retrato de la espontaneidad de la infancia, rodado con una delicadeza extraordinaria.

          Muy diferente es la historia de la hermana de Lucía, Claudia, que ha sido explotada por los padres para encargarse de la hermana, de la limpieza de la casa y de la comida, para que ellos pudieran dedicarse a tiempo completo a su trabajo. La tensa escena en que la familia silencia el móvil y la televisión da pie a un cruce de reproches muy tenso, dramático incluso, que se resuelve con la necesidad de la joven de buscarse otros ámbitos en los que sentirse «acogida». Lo que sucede es que tanto ella como sus amigas se relacionan con jóvenes de muy baja catadura moral, amigos del botellón y del uso sexual de sus admiradores, todas ellas más volcadas hacia el culto a su imagen física que a otras preocupaciones más trascendentes. La crudeza de esas relaciones forma parte del particular «infierno» por el que ha de pasar quien, en sus propias palabras: «no quiero quedarme sola», lo cual la lleva a aceptar lo que, más allá de cualquier género de dudas, es inaceptable.

          La historia de la niña adoptada tiene una derivada adulta en el conflicto de los padres, quienes se debaten entre su propio papel de padres adoptivos y una reclamación de la madre biológica que reclama a su hija, pasados diez años. Esa otra escena de la madre biológica hablándole desgarradamente a una hija que no la entiende, y que a mí me ha parecido algo «truculenta», un exceso melodramático cuyo sentido no acabo de entender, excepto el pecado de buenismo de los padres que creen que la niña con diez años ha de poder decidir entre sus orígenes olvidados y su cómodo presente indiscutible, porque la diferencia de clase entre ella, Xiang —un ingrato papel difícil que Ella Qiu interpreta a la perfección, el exacto contrapunto hierático de la explosiva simpatía de Lucía— y Lucía es un interesante eje narrativo de la película.

          Al margen de esos ejes narrativos, ha de destacarse la presencia de Carolina Yuste en un personaje marginal que intenta convencer a la madre de Lucía de que le facilite, como la celebración de los Reyes Magos, la asimilación al nuevo entorno de la niña. No añade narrativamente nada extraordinario, pero dota a la relación con la madre y la hija de una humanidad imprescindible para entender cómo se van construyendo las relaciones humanas entre los nativos y los, relativamente, recién llegados. De algún modo, esta película se ve con otros ojos, si se ha formado parte de alguna inmigración interior en España, como desde Andalucía a Cataluña, por ejemplo, hechas, por supuesto, todas las salvedades y salvando todas las distancias, claro está.

          Muy valiente, la película, y sin miedo a mirar estas realidades cara a cara, con todas las aristas de una convivencia, en el seno de la familia de origen extranjero y entre nativos y foráneos, y que la directora afronta con entereza y sin paños calientes, por lo que ha de agradecérsele su contribución al mejor conocimiento de estas realidades que forman parte de nuestra vida corriente, por más que, a veces, nuestra conducta distante agrande distancias y consolide los guetos. Que vamos camino de ser una sociedad multicultural, al estilo de la de cualquier metrópoli occidental es un hecho que nos exige una manera distinta de hacer frente a cualesquiera conflictos que puedan surgir en el siempre difícil trance del encaje social.

2 comentarios:

  1. De alguna manera todos hemos emigrado, fn mi caso con 10 años pasé de un pueblo a una ciudad, con otro idioma y otra forma de hablar, aunque es el tiempo el que nos exilia a nuevos tiempos con nuevas reglas en que, a veces, sólo a veces, nos sentimos extranjeros. Le daré una oportunidad a esta película, sin duda; no importa que no sea perfecta mientras tenga cosas valiosas.... ¿donde está escrito que solo se deban ver películas perfectas o escuchar canciones insuperables?

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    1. En efecto. A mi Conjunta le gusta ver los clásicos de siempre, y yo ando siempre a la búsqueda de sorpresas, concediendo oportunidades que no siempre son correspondidas, pero muchas otras, sí. Descubrir películas o realizadores es uno de los grandes alicientes del cinéfilo. La historia del cine es tan dilatada, que siempre hay oportunidades de celebración...

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