viernes, 28 de junio de 2024

«Auge y caída de John Galliano», de Kevin Macdonald: los claroscuros de un artista.

El artista de consumo y la hipocresía social: la esclavitud artística y la drogadicción continua: retrato del dios descendido al Hades y resucitado en la sobriedad de la vigorexia.

 

Título original: High & Low - John Galliano

Año: 2023

Duración: 116 min.

País: Reino Unido

Dirección: Kevin Macdonald

Reparto: John Galliano; Anna Wintour; Penélope Cruz; Charlize Theron; Kate Moss; Naomi Campbell; Alexander McQueen; Edward Enninful; André Leon Talley; Bernard Arnault; Hamish Bowles; Robin Givhan; Amanda Harlech; Vanessa Friedman; Sidney Toledano; Jonathan Newhouse.

Música: Tom Hodge

Fotografía: Patrick Blossier, David Harriman, Nelson Hume, Magda Kowalczyk.

 

          Juan Carlos Galliano Guillén. Por ese nombre completo pocos conocerán al modisto John Galliano, estrella universal de la moda y el glamour estrambótico caída en desgracia y rehabilitada a muy duras penas de sus drogadicciones, de su adicción incontrolable al trabajo, de su extravertida personalidad propensa a derramarse en todos los sentidos, de la ignorancia de sí mismo, de la lucha contra sus traumas familiares, de su hipernarcisismo agudo compensatorio y de su incontinencia expresiva en estado de embriaguez que lo llevó ante la Justicia para ser condenado por antisemitismo y racismo cuando estaba en el cenit de su gloria, con el mundo de la alta costura y los famosos de la farándula y la jet rendidos a sus pies. De todo ello habla el artista, a cara descubierta, más que castigada por sus excesos, en una entrevista que es la base del documental grabado por Kevin Macdonald, ganador de un Oscar por la magnífica El último rey de Escocia.

          Con ese nombre de la primera línea solo parece reconciliarse al final, cuando lo enuncia sin muestra alguna de rechazo, sarcasmo e incluso asco, con que reniega del «Juan Carlos» al trasladarse a Londres, con pocos años y empezar a hacerse llamar John Galliano, un nombre y apellido que, a pesar de la distancia sideral respecto de su padre, le servirá como nombre artístico que hará brillar con una tenacidad insobornable y una capacidad creativa propia de quienes están llamados a la gloria en cualquier arte. El de la Alta Costura, pongámosles las mayúsculas que nos hablan de un arte de enorme eco social e ínfimo académico, cuando, sin embargo, están claras las exquisitas formas artísticas que atesora el arte del diseño y la confección de los vestidos, como se pudo apreciar en la exquisita exposición dedicada a los trajes de Balenciaga y la pintura española, una suerte de diálogo entre artes muy distintas que tenían en común, sin embargo, el traje como obra de arte, más que como abrigo instrumental o necesidad social básica.

          No le deseo a nadie, ni siquiera teniendo en cuenta el éxito obtenido, una vida tan disipada y extremada como la de John Galliano, hijo de su tiempo, sí, pero también de un compromiso esclavista con las firmas del lujo que lo llevó a una espiral de creatividad y drogadicción de las que su salida accidentada fue el regalo de los dioses para que no se destruyera, como lo hizo su muy querido ayudante, con quien lo compartió todo, y quien se suicidó, devastado por ese mismo ritmo, a los 38 años; recordemos que un compañero de generación tan destacado como Alexander McQueen, modisto tan brillante como el propio Galliano, se ahorcó a los 40. Estamos hablando, pues, de un «superviviente», y esa condición, marcada en un rostro que ha «encajado» tanta biografía tormentosa y exuberante, es lo primero que advertimos cuando Galliano habla directamente a la cámara con su inglés de voz susurrante y recia, temerosa y desafiante, sin desdeñar una gestualidad ostentosa de quien ha sido toda su vida un auténtico enfant terrible de la moda y de la vida.

          El primer desfile de Galliano fue el de su graduación, y se inspiró para él en la época de la Revolución Francesa, porque buscar fuentes de inspiración en diferentes culturas y referencias universales fue siempre uno de los cometidos que con mayor gusto realizó Galliano. El documental, sin embargo, realiza un hermoso y muy atrevido montaje paralelo entre la vida de Galliano —el Emperador de la moda, el inglés que arrebató el cerro de la Alta Costura a los modistos franceses…— y la vida de Napoleón en la versión cinematográfica de Abel Gance, una de las joyas de la Historia Universal del Cine. Son impactantes las correlaciones entre las propias poses del protagonista de la película, Albert Dieudonné, y el propio Galliano, ferviente admirador del corso y de la estética que nos legó. En esto se reconoce el fino olfato cinematográfico de Macdonald, desde luego, porque este hilo conductor nos acompaña a través de un recuento biográfico que se nos ofrece casi como una pesadilla, y para Galliano lo fue, sin duda,  porque, como le ocurre cuando no recuerda que hizo o dijo que motivara su presencia ante la Justicia, apreciamos que buena parte de su existencia vive en una especie de rapto constante que lo mantiene alejadísimo de la realidad en su conjunto, pero jamás de su compromiso estajanovista con sus colecciones, esas 32 colecciones de todo tipo al año que acabaron arruinando su salud mental. De hecho, la grabación que sirvió de base para la condena, en la que defendía que Hitler debería de haber «gaseado a muchos más», y no solo a los judíos, nos muestra a un Galliano absolutamente embriagado y, como se dice en algunas condenas, transitoriamente enajenado, sin ser consciente ni de lo que está diciendo.

          Todo el escándalo que se creó alrededor de su antisemitismo, lo que llevó a Dior a prescindir de sus servicios y a muchos, y sobre todo muchas…, a poner distancia con su persona para no verse salpicados por tales posturas inadmisibles, contrasta, sin embargo, con lo que sabemos que sucedió con el director danés Lars von Trier, cuya posición parecía mucho más firme e ideológica que el mero exabrupto de un escogido por los dioses de la fama. Casi puede decirse que nadie hizo «sangre» de Trier y, sin embargo, lo de Galliano significó el hundimiento de una de las carreras más brillantes en el mundo de la Alta Costura. No quiero ni pensar en las manifestaciones globales de antisemitismo a las que estamos asistiendo desde el ataque terrorista de hamás contra Israel y la posterior defensa a sangre y fuego del estado de Israel apelando a la legítima defensa, por más que hayan llevado la misma hasta límites que bordean la destrucción sistemática de la franja de Gaza, bienes y personas, usadas estas como escudos humanos por los terroristas con la aparente complicidad de instancias de poder como la propia UE o la ONU.

          Aunque yo soy confeso practicante del Gañan Style, mi adicción a los desfiles de modas de la Alta Costura se remontan a la  noche de los tiempos, y quizás mi primera afición teatral tuviera mucho que ver. De hecho, la obra de Galliano es inseparable de la puesta en escena de sus desfiles, convertidos en performances cada vez más teatrales, y en las que su presencia, como otra pieza más, acabó convirtiéndose en la apoteosis del espectáculo . No es de extrañar el endiosamiento a que llegó y que tan caro le costó, pero todo, desde su inicial asunción de la homosexualidad, que lo distanció totalmente de su padre, hasta su febril dedicación a la «construcción» de sus obras de arte, escenas de su vida profesional que tienen un altísimo valor documental, guste o no el resultado final de aquellos modelos tan usualmente estrafalarios, pero tocados por una gracia de diseño que cualquiera ha de reconocer como expresión de la belleza; todo, ya digo, queda mostrado en este documental de excepcional valor para entender la vida y la obra de un artista, rompedor, incomprendido y venerado, en el orden que cualquiera quiera.

          Lo que sí conviene tener claro es el mundo de excepción en que vive Galliano, propiamente una secta muy alejada de la realidad. Y aunque vemos enseguida que de sus creaciones originales va derivando hacia modelos más clásicos, acordes con las casas para la que trabaja, primero Givenchy y después Dior, nunc a deja de tener el toque canalla del niño de barrio londinense que está más cerca del punk que de la jet set, aunque su imaginación, cuando consiguió tener un contrato sólido, se disparó en todas las direcciones de la rosa de los vientos, y nada le fue ajeno. Sin embargo, no deja de ser curioso que en su vuelta a la vida civil, rehabilitado, incluso por un rabino, Galliano intercalara algunos modelos de la primera colección de su graduación entre sus últimas creaciones para la casa Maison Martin Margiela.

          Siempre suelen ser atractivas las historias de encumbramiento, caída en desgracia, expiación y rehabilitación. Y la de John Galliano, magníficamente pautada por Kevin Macdonald, no se aparta ni un milímetro de dicho modelo de éxito. Y merece ser vista, sobre todo por los amantes de la Alta Costura, arte solo hasta cierto punto popular, pero de indiscutible belleza e interés. Dejo aquí, como nota curiosa, el momento en que Galliano, pasado el tiempo, y perdonado ya por el gerente del complejo de lujo, Sidney Toledano, de indiscutible origen sefardí, regresa a la que fue «su» casa y los conservadores artísticos le enseñan algunas de sus creaciones, guardadas con un mimo solo propio del con que se trata ciertas pinturas capitales de la historia de la pintura. En ese detalle se advierte la dimensión exacta del trabajo de uno de los creadores más imaginativos que tiene el mundo de la Alta Costura.

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