El artista de consumo y la hipocresía social: la esclavitud artística y la drogadicción continua: retrato del dios descendido al Hades y resucitado en la sobriedad de la vigorexia.
Título original: High & Low - John Galliano
Año: 2023
Duración: 116 min.
País: Reino Unido
Dirección: Kevin Macdonald
Reparto: John Galliano; Anna
Wintour; Penélope Cruz; Charlize Theron; Kate Moss; Naomi Campbell; Alexander
McQueen; Edward Enninful; André Leon Talley; Bernard Arnault; Hamish Bowles;
Robin Givhan; Amanda Harlech; Vanessa Friedman; Sidney Toledano; Jonathan
Newhouse.
Música: Tom Hodge
Fotografía: Patrick
Blossier, David Harriman, Nelson Hume, Magda Kowalczyk.
Juan Carlos
Galliano Guillén. Por ese nombre completo pocos conocerán al modisto John
Galliano, estrella universal de la moda y el glamour estrambótico caída en
desgracia y rehabilitada a muy duras penas de sus drogadicciones, de su adicción
incontrolable al trabajo, de su extravertida personalidad propensa a derramarse
en todos los sentidos, de la ignorancia de sí mismo, de la lucha contra sus
traumas familiares, de su hipernarcisismo agudo compensatorio y de su
incontinencia expresiva en estado de embriaguez que lo llevó ante la Justicia
para ser condenado por antisemitismo y racismo cuando estaba en el cenit de su
gloria, con el mundo de la alta costura y los famosos de la farándula y la jet rendidos
a sus pies. De todo ello habla el artista, a cara descubierta, más que castigada por
sus excesos, en una entrevista que es la base del documental grabado por Kevin
Macdonald, ganador de un Oscar por la magnífica El último rey de Escocia.
Con ese nombre
de la primera línea solo parece reconciliarse al final, cuando lo enuncia sin
muestra alguna de rechazo, sarcasmo e incluso asco, con que reniega del «Juan
Carlos» al trasladarse a Londres, con pocos años y empezar a hacerse llamar
John Galliano, un nombre y apellido que, a pesar de la distancia sideral
respecto de su padre, le servirá como nombre artístico que hará brillar con una
tenacidad insobornable y una capacidad creativa propia de quienes están
llamados a la gloria en cualquier arte. El de la Alta Costura, pongámosles las
mayúsculas que nos hablan de un arte de enorme eco social e ínfimo académico,
cuando, sin embargo, están claras las exquisitas formas artísticas que atesora
el arte del diseño y la confección de los vestidos, como se pudo apreciar en la
exquisita exposición dedicada a los trajes de Balenciaga y la pintura española,
una suerte de diálogo entre artes muy distintas que tenían en común, sin embargo,
el traje como obra de arte, más que como abrigo instrumental o necesidad social
básica.
No le deseo a
nadie, ni siquiera teniendo en cuenta el éxito obtenido, una vida tan disipada
y extremada como la de John Galliano, hijo de su tiempo, sí, pero también de un
compromiso esclavista con las firmas del lujo que lo llevó a una espiral de
creatividad y drogadicción de las que su salida accidentada fue el regalo de
los dioses para que no se destruyera, como lo hizo su muy querido ayudante, con
quien lo compartió todo, y quien se suicidó, devastado por ese mismo ritmo, a
los 38 años; recordemos que un compañero de generación tan destacado como Alexander
McQueen, modisto tan brillante como el propio Galliano, se ahorcó a los 40. Estamos
hablando, pues, de un «superviviente», y esa condición, marcada en un rostro
que ha «encajado» tanta biografía tormentosa y exuberante, es lo primero que
advertimos cuando Galliano habla directamente a la cámara con su inglés de voz
susurrante y recia, temerosa y desafiante, sin desdeñar una gestualidad
ostentosa de quien ha sido toda su vida un auténtico enfant terrible de
la moda y de la vida.
El primer
desfile de Galliano fue el de su graduación, y se inspiró para él en la época
de la Revolución Francesa, porque buscar fuentes de inspiración en diferentes
culturas y referencias universales fue siempre uno de los cometidos que con
mayor gusto realizó Galliano. El documental, sin embargo, realiza un hermoso y
muy atrevido montaje paralelo entre la vida de Galliano —el Emperador de la
moda, el inglés que arrebató el cerro de la Alta Costura a los modistos
franceses…— y la vida de Napoleón en la versión cinematográfica de Abel Gance,
una de las joyas de la Historia Universal del Cine. Son impactantes las
correlaciones entre las propias poses del protagonista de la película, Albert
Dieudonné, y el propio Galliano, ferviente admirador del corso y de la estética
que nos legó. En esto se reconoce el fino olfato cinematográfico de Macdonald,
desde luego, porque este hilo conductor nos acompaña a través de un recuento
biográfico que se nos ofrece casi como una pesadilla, y para Galliano lo fue,
sin duda, porque, como le ocurre cuando
no recuerda que hizo o dijo que motivara su presencia ante la Justicia,
apreciamos que buena parte de su existencia vive en una especie de rapto
constante que lo mantiene alejadísimo de la realidad en su conjunto, pero jamás
de su compromiso estajanovista con sus colecciones, esas 32 colecciones de todo
tipo al año que acabaron arruinando su salud mental. De hecho, la grabación que
sirvió de base para la condena, en la que defendía que Hitler debería de haber «gaseado
a muchos más», y no solo a los judíos, nos muestra a un Galliano absolutamente
embriagado y, como se dice en algunas condenas, transitoriamente enajenado, sin
ser consciente ni de lo que está diciendo.
Todo el
escándalo que se creó alrededor de su antisemitismo, lo que llevó a Dior a
prescindir de sus servicios y a muchos, y sobre todo muchas…, a poner distancia
con su persona para no verse salpicados por tales posturas inadmisibles,
contrasta, sin embargo, con lo que sabemos que sucedió con el director danés
Lars von Trier, cuya posición parecía mucho más firme e ideológica que el mero
exabrupto de un escogido por los dioses de la fama. Casi puede decirse que
nadie hizo «sangre» de Trier y, sin embargo, lo de Galliano significó el hundimiento
de una de las carreras más brillantes en el mundo de la Alta Costura. No quiero
ni pensar en las manifestaciones globales de antisemitismo a las que estamos
asistiendo desde el ataque terrorista de hamás contra Israel y la posterior
defensa a sangre y fuego del estado de Israel apelando a la legítima defensa,
por más que hayan llevado la misma hasta límites que bordean la destrucción
sistemática de la franja de Gaza, bienes y personas, usadas estas como escudos humanos
por los terroristas con la aparente complicidad de instancias de poder como la
propia UE o la ONU.
Aunque yo soy
confeso practicante del Gañan Style, mi adicción a los desfiles de modas
de la Alta Costura se remontan a la
noche de los tiempos, y quizás mi primera afición teatral tuviera mucho
que ver. De hecho, la obra de Galliano es inseparable de la puesta en escena de
sus desfiles, convertidos en performances cada vez más teatrales, y en
las que su presencia, como otra pieza más, acabó convirtiéndose en la apoteosis
del espectáculo . No es de extrañar el endiosamiento a que llegó y que tan caro
le costó, pero todo, desde su inicial asunción de la homosexualidad, que lo distanció
totalmente de su padre, hasta su febril dedicación a la «construcción» de sus
obras de arte, escenas de su vida profesional que tienen un altísimo valor
documental, guste o no el resultado final de aquellos modelos tan usualmente
estrafalarios, pero tocados por una gracia de diseño que cualquiera ha de
reconocer como expresión de la belleza; todo, ya digo, queda mostrado en este
documental de excepcional valor para entender la vida y la obra de un artista,
rompedor, incomprendido y venerado, en el orden que cualquiera quiera.
Lo que sí
conviene tener claro es el mundo de excepción en que vive Galliano, propiamente
una secta muy alejada de la realidad. Y aunque vemos enseguida que de sus
creaciones originales va derivando hacia modelos más clásicos, acordes con las
casas para la que trabaja, primero Givenchy y después Dior, nunc a deja de
tener el toque canalla del niño de barrio londinense que está más cerca del
punk que de la jet set, aunque su imaginación, cuando consiguió tener un
contrato sólido, se disparó en todas las direcciones de la rosa de los vientos,
y nada le fue ajeno. Sin embargo, no deja de ser curioso que en su vuelta a la
vida civil, rehabilitado, incluso por un rabino, Galliano intercalara algunos
modelos de la primera colección de su graduación entre sus últimas creaciones
para la casa Maison Martin Margiela.
Siempre suelen
ser atractivas las historias de encumbramiento, caída en desgracia, expiación y
rehabilitación. Y la de John Galliano, magníficamente pautada por Kevin
Macdonald, no se aparta ni un milímetro de dicho modelo de éxito. Y merece ser
vista, sobre todo por los amantes de la Alta Costura, arte solo hasta cierto
punto popular, pero de indiscutible belleza e interés. Dejo aquí, como nota
curiosa, el momento en que Galliano, pasado el tiempo, y perdonado ya por el
gerente del complejo de lujo, Sidney Toledano, de indiscutible origen sefardí,
regresa a la que fue «su» casa y los conservadores artísticos le enseñan
algunas de sus creaciones, guardadas con un mimo solo propio del con que se
trata ciertas pinturas capitales de la historia de la pintura. En ese detalle
se advierte la dimensión exacta del trabajo de uno de los creadores más
imaginativos que tiene el mundo de la Alta Costura.
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