lunes, 17 de junio de 2024

«Intento de asesinato», de Shôei Imamura, una obra perfecta.

 

Impresionante retrato de una «pobre de espíritu» (según la definición de Jaime Vándor) en un entorno adverso y degradante o un ultracurioso y poético amour fou.

 

Título original: Akai Satsui (Intentions of Murder)

Año: 1964

Duración: 150 min.

País: Japón

Dirección: Shôhei Imamura

Guion: Keiji Hasebe, Shôhei Imamura. Historia: Shinji Fujiwara

Reparto: Masumi Harukawa; Kô Nishimura; Shigeru Tsuyuguchi; Yûko Kusunoki; Ranko Akagi; Haruo Itoga; Yoshi Kato; Tanie Kitabayashi.

Música: Toshiro Mayuzumi

Fotografía: Shinsaku Himeda (B&W).

 

          Imamura tiene predilección por iniciar sus películas con imágenes de animales, con o sin función metafórica de por medio, y una de sus obras clásicas, gira en torno a una anguila. En Intento de asesinato, son dos hámsteres que agotan su ciclo vital  en la rueda de Sísifo, y, llegada el hambre, devorando el más fuerte al más débil, en una escena horripilante, pero tan real como la dura vida de la protagonista, nieta e hija de amantes o prostitutas que vive abarraganada con un hombre mayor que ella, con quien ha tenido un hijo. El hombre, bibliotecario, mantiene una relación extramatrimonial con una cegata compañera de trabajo que está empeñada en buscar pruebas concluyentes del adulterio de la mujer de su jefe para quedárselo ella, quien siente una pasión por él tan loca que es capaz de cualquier disparate para conseguirlo. Y sí, el disparate lo hará, y la consecuencia de él será ser atropellada por un camión en el ejercicio de detective privado para el que obviamente no reunía las mejores aptitudes.

          Intento de asesinato es una película en blanco y negro con una fotografía y unos encuadres que demuestran una perfección solo propia de quien, más allá de la historia, no pierde de vista en ningún momento lo importante que es la confección del plano y su iluminación para seducir a los espectadores. Aunque me adelante a la trama, hay una secuencia de un intento de violación, a cargo de un ladrón que entra en casa de la mujer, cuando esta se ha quedado sola, porque el compañero ha hecho un viaje con el hijo, en la que la protagonista y el ladrón luchan plantándose cara de tú a tú, hasta que él logra sujetarla en el suelo y, con la mano derecha empuña una plancha aún caliente con la que amenaza a la mujer con desfigurarla: el rostro del terror de ella reflejado en la plancha vale ya por toda la película. Si a ello añadimos el baile de picados y contrapicados y los giros cenitales de cámara sobre quienes acaben convirtiéndose en amantes, percibimos enseguida una voluntad de estilo que, vuelvo a decirlo, no entorpece en modo alguno en el desarrollo de una historia triste y desesperada, porque la mujer, que descubre en su violador las mieles de la pasión, no acaba de entender que ese músico sin suerte se haya enamorado tan profundamente de ella, una mujer siempre despreciada y en quien nunca, ni siquiera el padre de su hijo, ha puesto jamás los ojos con el amor con que él, pobre diablo, los ha puesto.

          Imamura, además del profundo retrato de la protagonista, y de las duras, estrictas e inhumanas relaciones de dominio entre hombres y mujeres, sin desdeñar los límites de lo que ha de considerarse «familia» o no, nos ofrece un ácido retrato de la sociedad japonesa de posguerra y de las ínfimas condiciones de vida en la que sobreviven mucho de sus miembros. Estamos en esa fase en la que aun no se ha iniciado el despegue económico que iba a llevar al Japón a liderar con Usamérica la economía mundial.

          Muy oportunamente, desde la irrupción del ladrón y la primera violación sobre la que los gestos de ella, su aceptación del placer, nos inducen a mantener una posición ambigua, como se irá viendo a través de la película, en una suerte de atracción y rechazo, ambos apasionados, que se irán manteniendo hasta la fatídica excursión al túnel donde tiene lugar la separación mortal de los amantes, tras una espectacular caminata monte arriba sobre la nieve, la historia del amour fou entre ambos personajes se erige como «la» historia de la película, aunque en sus inicios incluso le suscite a la protagonista la idea de suicidarse, para no afrontar tanta vergüenza, unas deliberaciones que visualiza de un modo tan realista que  se nos encoge el ánimo cuando parece que haya pasado de las figuraciones a la realidad, y siempre el tren de por medio, constantemente, como en otras películas de Imamura. De hecho, el viaje en tren de los amantes tiene secuencias de una calidad que impresiona, y de un erotismo que nos turba. Para mí ha sido una sorpresa esta vena erótica de Imamura, pero tras ver La mujer insecto o Los pornógrafos, reconozco que ello supone una particular deriva del autor que no quiere renunciar a una pulsión instintiva que tanto nos marca. Masumi Harukawa es la actriz que encarna a la perfección esa pobre de espíritu a la que todo el mundo trata como un pingajo y quien no tiene otro refugio que su inseguridad y el amor a su hijo, la única razón por la que decide no quitarse la vida y afrontarla —el loco amor del ladrón y violador— como pueda para no perder la seguridad de ser la mujer de quien es, aunque no esté casada y pueda perderlo todo en cuanto su marido sospeche que ella pueda tener un amante, de ahí la «necesidad» de liberarse de él, lo que convierte la película en su título, aunque, antes de ser un asesinato, quisiera ser un suicidio. ¡Qué actriz tan enorme, Masumi Harukawa! Y lo demostró desde muy pronto, en su carrera, cuando rodó una historia tan terrible como la de La mujer insecto, otra historia de una marginada que, a diferencia de la protagonista de esta que comento, logra abrirse camino en el mundo de la prostitución, bien relacionada con un comisario de policía y cómo, ley de vida, acaba en la prisión y con su hija ocupando su lugar en la cama del comisario, aunque con intenciones muy distintas, pero esa sí que es otra historia, ¡y que conviene ver!, porque tiene secuencias espectaculares y tan transgresoras que imagino hicieron las delicias de Fellini en su momento, como la hija que deja que su padre le alivie la tensión de la leche en sus pechos desbordados, cuando su hijo, enfermo, no puede hacerlo, escena que vuelve a repetir, ella ya con toda una vida a cuestas, estando su padre en el lecho de muerte, a punto de expirar. ¡Impresionante! Pero volveré a este Ojo con Los pornógrafos, porque merece mucho la pena.

2 comentarios:

  1. Parece algo perturbardoras estas películas. Un saludo

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    1. A unos niveles desconocidos por estos lares europeos, sobre todo por la "normalidad" con que se producen en el seno del relato.

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