Título original: Zwei
Windhunde
Año: 1934
Duración: 31 min.
País: Alemania
Dirección: Douglas Sirk
Guion: L.A.C. Müller, Rudo
Ritter
Reparto: Fritz Odemar; Hans Herman Schauffus; Mady Rahl; Arthur Schröder-
Música: Max Jarcyk-Jansen
Fotografía: Konstantin
Irmen-Tschet (B&W).
Título original: Der eingebildete Kranke
Año: 1935
Duración: 36 min.
País: Alemania
Dirección: Douglas Sirk
Guion: L.A.C. Müller, Rudo Ritter. Obra:
Molière
Reparto: Erhard Siedel, Marina von Dietmar, Claire Reigbert, Heinz
Förster-Ludwig
Música: Hans-Otto Borgmann
Fotografía: Willy Winterstein (B&W).
Título original: Dreimal Ehe
Año: 1935
Duración: 17 min.
País: Alemania
Dirección: Douglas Sirk
Guion: Hans Fritz Köllner
Reparto: Harald Paulsen; Elisabeth Lennard; Lore Schützendorf; Hella
Graf; Rudolf Schundler.
Música: Edmund Nick
Fotografía: Willy
Winterstein (B&W).
Los primeros
cortos de Douglas Sirk para la UfA, pocos años antes de exiliarse a
Usamérica.
Filmin ha tenido
la excelente idea de ofrecer un ciclo —espero que la idea cunda y no sea el último…—
de Douglas Sirk con sus inicios cinematográficos, tres cortos y siete
películas, una obra hecha durante el régimen nazi, pero en modo alguno, salvo
ligeramente una, influido por dicho antipensamiento. Lo primero que llama la atención es el nombre
original de Sirk, Detlef, Sierck, pues como tal aparece en los títulos de
crédito. Lo segundo es que sus primeros rodajes, tanto los tres cortos que aquí
traigo, como su ópera prima en largo, No empieces nada en abril,
pertenecen al género de la comedia, y me atrevería a decir que de la «mejor»
comedia, porque los tres cortos iniciales de su carrera —era el modo como la
UFA buscaba directores para su todopoderoso imperio cinematográfico— logran
arrancar la sonrisa y aun a veces la carcajada del espectador actual. Uno de
ellos es la adaptación de un clásico, El enfermo imaginario, de Molière,
y los otros dos, Dos galgos y Matrimonio por tres, se ambientan
en los años en que se filman, 1934 y 1935. ¡Quién nos iba a decir que la
primera orientación del genio del melodrama fue la comedia! Así es, y está
claro que modelos de prestigio tenía, como el rey de ella: Ernst Lubitsch. Sirk,
sin embargo, va más allá de la imitación, por prestigioso que sea el modelo, y
se advierte enseguida el modo como busca su propio lenguaje a través de los
encadenados, la posición de la cámara y la fluidez narrativa.
Dos galgos
es una suerte de juguete cómico que, basándose en el juego tradicional de los
malentendidos y las suplantaciones de personalidad, nos va a ofrecer una
parábola del funcionamiento del capitalismo con tintes tan críticos como
divertida es la peripecia de dos contables que se presentan para ocupar un
puesto en una empresa y, por caprichos del azar, el segundo que llega cree que
el primero es el dueño de la empresa, y el primero cree que es el dueño que ha
regresado de almorzar, malentendido que se va a prolongar durante el almuerzo
señorial en el que ambos se reconocen, el uno al otro, como empresarios y
deciden crear una empresa conjunta. El chivatazo de un cliente que les indica
que hay en venta unos terrenos donde va a construirse un hipódromo lleva a que uno
de ellos se presente para comprarlo quitándose de las manos a otro comprador,
quien le acaba pagando una cantidad sobresaliente para poder quedárselo. El
segundo se presenta en una compañía en bancarrota y se ofrece al consejo de
administración para sanearla. El tono, la sátira y las perfectas interpretaciones
de los dos «galgos recuerdan inmediatamente a Brecht, por la parte alemana, y,
desde el presente, una película como El capital, de Costa-Gavras. Con
ello vengo a decir que la sátira es ingeniosa, amén de muy divertida. Está
claro que las interpretaciones son fantásticas, pero hay secuencias sutiles
como el encadenado de la descripción del director de la empresa, que comienza
la secretaria y secunda la portera cuando saluda al segundo contable que llega,
que perfilan ya unas maneras de hacer que reconoceremos en otras obras del
autor.
Matrimonio
por tres, el corto más corto, apenas 19 minutos, frente a la media hora de
los otros dos, trata el tema de los celos de un marido que llega a su casa para
ser atendido y se encuentra con invitados que no le gustan nada, sobre todo «él»,
un aficionado a las artes que contrasta con su vida gris de oficinista. A
partir de esa entrada, la película tiene un punto de interés notable, porque se
adelanta a Rashomon en la técnica de las diferentes versiones de un
mismo hecho, que la pareja explica y reexplica ante el abogado al que ha ido la
esposa para que le consiga el divorcio de su marido. Las sucesivas versiones de
cada uno de ellos, con cambios constantes de vestuario, de acciones, de
palabras y de actitudes, tiene un ritmo vivo que logra lo que se pretende: que
ningún espectador, a pesar de haber visto la llegada a casa con sus propios
ojos, pueda llegar a estar convencido de cuál sea la verdadera escena que ha
contemplado. El juego está secundado, de nuevo, por las interpretaciones, pero
cuando están ante el abogado surge el último malentendido… El desenlace no deja
de ser muy conservador, pero se adecua a la moral de la época, por más que deje
insatisfechos a algunos, y sobre todo a algunas, espectadores. Es interesante,
el juego cruzado de galanterías para despertar en su mujer los celos que ella
ha despertado en él, y también los «signos» de la modernidad. Equivaldría a lo
que hoy llamamos una «comedia de situación», la hipérbole del divorcio
incluida, por supuesto.
El enfermo
imaginario es una breve adaptación del clásico de Molière y tiene una puesta en
escena de época que no escatima ningún detalle para conseguir que los
espectadores se sientan cómodos en la época, acepten la representación y
desplacen su interés hacia la fantástica interpretación del enfermo a cargo de
un actor tan extraordinario como Erhard Siedel, curiosamente, sin biografía
destacada en Wikipedia. Sirk sí que debió de quedar impresionado por su
trabajo, porque lo escogió para el papel protagonista de su primer largo, No
empieces nada en abril, donde contribuye decisivamente a la calidad de la
película. Todo el mundo conoce la trama de la obra de Molière, aquí condensada
en el intento de muerte aparente del protagonista para que el médico, una vez
certificada su muerte, pueda cobrar los dineros que pone a su nombre el enfermo,
antes de «resucitarlo». Los dos planos espaciales, arriba, el enfermo; abajo,
la hija y su amante, a quien rechaza el padre, tienen mucho de teatral, pero
los movimientos de cámara salvan el estatismo de la situación, a lo que se unen
las entradas y salidas de los distintos personajes, a quienes incluso se ve
fuera del escenario principal. Como buena trama de enredo, la acción progresa en
función de los males del paciente, cuya hipocondría, encarnada por Siedl,
alcanza una comicidad muy acorde con el propósito de la obra. La ópera prima de
Sirk aún se moverá dentro de la comedia, pero no tardará en encontrar otras
historias en las que ir forjando su bien ganada fama del rey del melodrama. Eso
lo veremos de aquí a pocos días…
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